Capítulo 102
Bien merecido
Es
un día de invierno y nieva como el Huascarán. El verdor de la Comunidad de San
Patricio ha cambiado de color y el blanco destaca entre todos los colores.
Stephen viajó a Europa para cubrir unas entrevistas de la reunión urgente de
los principales jefes de Estado ante la situación delicada del pueblo palestino
y la intromisión despiadada de sus vecinos.
Estoy
sola. Las chicas se han ido a la Universidad. Los duendecillos juegan con los
copos de nieve. Las brujitas preparan su ropa de invierno y las haditas han ido
a visitar a mi abuelo. La nostalgia se apodera de mí. Voy a la biblioteca y leo
una novela de Imre Kertész. Se siente una calma chicha y hace frío. El viento
silba una canción tétrica y me provoca un café cargado. Papá está en Europa. El
conde Nolberto se fue al Brasil para celebrar su cumpleaños junto a su hijo que
radica allá. Mi hijo ha crecido y está con su nana. Lapitt por la selva y el
tío Ben, en Londres. Casi todos los Dinos están fuera y veo por mi terraza al
lican Varul que husmea la residencia y simula que se va en dirección a la
aldea. Este licántropo sabe que Stephen no está aquí; tampoco los otros y leo
sus pensamientos de aprovechar la ocasión para ingresar a la casa y poseerme.
Este asqueroso animal se ha convertido en una bandada de murciélagos que han
tomado el color de la nieve y se han posado en los árboles que rodean mi hogar.
No se imagina Varul de lo que le puedo hacer ante sus siniestras intenciones
lúbricas. Su presencia no deja de incordiarme y obligarme a estar preparada. He
avisado a Martina, que cuida a mi hijo, que asegure bien la puerta del
dormitorio. Mick, Tanger y Collins ya están avisados. Menos mal que es sábado y
no han ido al colegio. Preparan sus resorteras y bolas de nieve y están listos
ante cualquier ataque del licántropo.
No
he querido llamar a Juan de Aviraneta que está ocupado escribiendo un libro
sobre la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, Varul no podrá escapar y caerá en la
trampa. Ya mi abuelo está enterado y viene para la casa con Ghara y Harally. He
prendido el equipo y se escucha música de Atahualpa Yupanqui, el guitarrista,
cantante y compositor argentino. Varul cree que todo está saliendo a pedir de
boca y cuenta además con Lurok, la vieja cotorra y el cernícalo que casi todos
los días espían a mi padre y a nosotros. Cómo les gusta el golpe a los espías
de las serpientes y licántropos. Siempre son sorprendidos por mis brujitas o
los duendecillos y las hadas.
Decidí
convertirme en águila y volar a la parte más alta del álamo que está en la
parte externa de la casa y desde allí observo a los murciélagos que se
desplazan hacia las terrazas y como no hay enemigo a la vista, se convierten en
el gigantesco Varul. Este avanza con cautela y se dirige a mi dormitorio.
Ingresa y cierra la puerta con cuidado y cuando se acerca a la cama que está
acomodada como si yo descansara y estuviera cubierta por la colcha debido al
frío. Se abalanza sobre la cama y al destaparla se encuentra con almohadas y
cojines. Para esto yo he regresado al dormitorio y me he convertido en una
loba. Sí una loba, tan grande como el licántropo y que está dispuesta a
defender su territorio y a su cachorro. Varul hizo lo mismo y al estar
convertido en un feroz lican, lo ataqué directamente al cuello y logró evadir
mi ataque. De sus fauces brotaba sangre y un líquido lechoso. Volví al ataque y
le mordí una pata que provocó un grito fortísimo en el monstruo que fue
escuchado por sus espías. Estos decidieron ayudar a Varul pero una ráfaga de
bolas de nieve les cayó por todo el cuerpo y cuyos golpes acertaron en el
cuerpo regordete del cobarde Lurok quien cayó aparatosamente sobre la pista.
Wanda y Carmen cargaron con incomodidad el pesado cuerpo de su camarada y se lo
llevaron como sea, lejos de la residencia. Lamentablemente, el cuerpo pesaba
mucho y lo soltaron en la piscina de Mr. Kanter. La piscina estaba casi
congelada y el pobre Lurok pedía auxilio para que lo saquen de aquel lugar tan
frío que lo podría matar de hipotermia.
Varul
no se rindió y se hinchó y sus ojos sanguinolentos apuntaban sobre mí. Cuando
se disponía a atacarme, la puerta se abrió y un unicornio blanco despidió un
rayo de luz y fuego sobre el lican que lo dejó en el primer ataque muerto y
calcinado. El abuelo estaba muy irritado contra este licántropo que siempre se
jactó de su fuerza y poder y ahora estaba bien muerto y el abuelo lo llevaría
al bosque y a la cueva donde él castigaba a los enemigos mortales de la
Comunidad de San Patricio y los Dinos.
Lurok
y sus compañeras de espionaje no pudieron observar nada de la muerte de Varul y
hacia dónde fue enviado. Solo contarían a las serpientes y los jefes de
Seguridad que Varul luchaba contra una loba y no sabían más. Los espías
prometieron desaparecer a esos malditos duendes que les habían arrojado nieve
sobre sus cuerpos. Tuvo que pasar todo el invierno para que volvieran a
espiarnos. Mi abuelo transformado en el pacífico jardinero llevaba en su burro
un saco grande para trasladarlo al bosque. Las haditas cantaban la canción del
mago de Oz y yo me arrullaba al lado de mi hijo mientras mis duendecillos le
hacían gracias al pequeño. Afuera nevaba y la calle estaba desierta y blanca y
muy cerca se escuchaba las notas del piano de Juan que tocaba la sonata Claro
de luna que tanto le gustaba a Stephen.
Eddy Gamarra T.
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