jueves, 16 de julio de 2015


Capítulo 111
Las cuitas de Pietro

Agnezka observaba en estos últimos días que Pietro demostraba un acercamiento glacial hacia su persona. No fueron los pocos días que ambos disfrutaron en Europa sino una actitud de amigos y nada más que amigos. También era cierto que ella se pasaba gran parte del día magnificando su rostro a través de cosméticos. Alguna vez, Pietro le preguntó por qué se pintaba tanto la cara y que no había necesidad de tanto maquillaje para presentar su bello rostro. Tal vez por la edad o inseguridad, aunque las vampiras tenían más de un siglo de antigüedad, pero no envejecían. Sin embargo, Agnezka cuya voz era tan suave y dulce,  era adicta a los cosméticos, que no iba a cambiar por nada del mundo y que ya estaba acostumbrada a vivir sola. Pietro no intentó cambiarla y dejó las cosas en paz. Como solía decir el tío Ben: “Deja las cosas como están.”

También es cierto que Pietro había quedado anonadado con la belleza primaveral de Nicole, cuyos ojos nostálgicos le conmovían hasta el fin. No había conocido en mucho tiempo a una joven de facciones suaves y mirada tierna en todo este siglo. Según le informó su prima Elisabetta, Nicole no era vampira y su naturaleza de zooter correspondía a una bella loba que pertenecía a una de las familias más poderosas de San Patricio y que una posible unión entre un vampiro y una loba no se había dado jamás en toda la historia de los vampiros. Era más fácil que Pietro ponga sus ojos en otra vampira y en el peor de los casos en un humano común y corriente como aquellas chicas bonitas de la Ciudad de los Reyes.

Agnezka escuchó la llamada de atención que le daba Elisabetta a Pietro y rezongaba con fastidio por la verdad que se hacía más evidente. Era inevitable la idiosincrasia de Agnezka que resollaba con una mezcla de tristeza y odio por el interés desmedido de Pietro hacia Nicole. Así es el amor le decía Alejandra que también escuchó la conversación entre los primos. Alejandra le impetraba a no desanimarse por estas circunstancias pasajeras. Ellas tenían muchos años por delante y había que disfrutar de este siglo donde no se persiguen a los vampiros porque ellos habían cambiado mucho. La etapa de los asesinatos fue superada por ellos y los siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX fue una época de oscurantismo y la evolución de su raza dejo de ser maldita para situarlos en esta Comunidad donde los únicos enemigos que tienen son los gusarapos licans que en siglos anteriores fueron sus lacayos y arrastran el odio hacia la hermandad vampírica. Rowina que disfrutaba de una pierna de cerdo,  le daba la razón a Alejandra del Cuadro y animaba a Agnezka de los Milagros sonreír porque ellas tenían riquezas, eran profesoras universitarias y tenían buena amistad con los Dinos y toda la comunidad de Yasmina, la hija del Conde Jorginho. El rostro inefable de Agnezka miraba un cuadro medieval de su abuela, una baronesa europea y guardaba los miriñaques que alguna vez un joven pobre y guapo, le había obsequiado como símbolo de su amor.

Nicole y sus hermanas intercambiaban opiniones sobre el bello Pietro di Siracusa. Yasmina puso la interrogante ante ellas acerca de la naturaleza vampírica del galán. No era una oposición directa hacia una probable relación sino más bien una preocupación por lo que podría ocurrir. Nicole se sintió apesadumbrada y evitó dar una opinión más sobre el señor Siracusa. Yasmina que leía sus pensamientos, veía que su hijastra, que tenía algunos años menos  que ella, estaba enamorada y le iba a preguntar a su padre o abuelo si en verdad era posible la unión entre un vampiro y una zooter, porque hasta donde ellos sabían solo era posible la unión entre zooters. En el caso del conde Nolberto, solo se unían entre trolls.

Antonella comentaba si Juan de Aviraneta no hubiese sido zooter, aunque fuera el mejor historiador y pianista del mundo, no se hubiera podido casar con él. Sin duda, en el extrarradio de San Patricio no había una persona de la misma naturaleza que Nicole. La pobre se hallaba atenazada por sus dudas y resquemores que la volvieron más callada que antes. Horas después acudía con sus hermanas y los duendecillos y hadas a la iglesia de San Patricio para pedirle al santo milagroso que le haga un milagro, sí, un milagro de amor.

Llegaron en la calesa a la iglesia y al acercarse a la puerta, desde una esquina cercana, Pietro la miraba con dulzura y ella sintió aquella mirada y volteó y vio al vampiro galante que la saludaba con una mano. Ella le contestaba con alegría. Pietro no iba a ingresar al interior de la iglesia porque desde hace varios siglos, la cruz era un símbolo peligroso para los vampiros. A pesar que ellos ya no eran asesinos, sin embargo, el temor por este símbolo permanecía activo entre ellos.

Las brujitas, duendes y haditas estaban en el atrio y cuidaban a Sandra, Antonella y Nicole. Desde lejos, Pietro di Siracusa le revelaba sus cuitas al viento y al cielo azul.


                                                                                                         Eddy Gamarra T.

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