Capítulo 111
Las cuitas de Pietro
Agnezka observaba en estos últimos
días que Pietro demostraba un acercamiento glacial hacia su persona. No fueron
los pocos días que ambos disfrutaron en Europa sino una actitud de amigos y
nada más que amigos. También era cierto que ella se pasaba gran parte del día
magnificando su rostro a través de cosméticos. Alguna vez, Pietro le preguntó
por qué se pintaba tanto la cara y que no había necesidad de tanto maquillaje
para presentar su bello rostro. Tal vez por la edad o inseguridad, aunque las
vampiras tenían más de un siglo de antigüedad, pero no envejecían. Sin embargo,
Agnezka cuya voz era tan suave y dulce,
era adicta a los cosméticos, que no iba a cambiar por nada del mundo y
que ya estaba acostumbrada a vivir sola. Pietro no intentó cambiarla y dejó las
cosas en paz. Como solía decir el tío Ben: “Deja las cosas como están.”
También es cierto que Pietro había
quedado anonadado con la belleza primaveral de Nicole, cuyos ojos nostálgicos
le conmovían hasta el fin. No había conocido en mucho tiempo a una joven de
facciones suaves y mirada tierna en todo este siglo. Según le informó su prima
Elisabetta, Nicole no era vampira y su naturaleza de zooter correspondía a una
bella loba que pertenecía a una de las familias más poderosas de San Patricio y
que una posible unión entre un vampiro y una loba no se había dado jamás en
toda la historia de los vampiros. Era más fácil que Pietro ponga sus ojos en
otra vampira y en el peor de los casos en un humano común y corriente como
aquellas chicas bonitas de la Ciudad de los Reyes.
Agnezka escuchó la llamada de
atención que le daba Elisabetta a Pietro y rezongaba con fastidio por la verdad
que se hacía más evidente. Era inevitable la idiosincrasia de Agnezka que
resollaba con una mezcla de tristeza y odio por el interés desmedido de Pietro
hacia Nicole. Así es el amor le decía Alejandra que también escuchó la conversación
entre los primos. Alejandra le impetraba a no desanimarse por estas
circunstancias pasajeras. Ellas tenían muchos años por delante y había que
disfrutar de este siglo donde no se persiguen a los vampiros porque ellos
habían cambiado mucho. La etapa de los asesinatos fue superada por ellos y los
siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX fue una época de oscurantismo y la
evolución de su raza dejo de ser maldita para situarlos en esta Comunidad donde
los únicos enemigos que tienen son los gusarapos licans que en siglos
anteriores fueron sus lacayos y arrastran el odio hacia la hermandad vampírica.
Rowina que disfrutaba de una pierna de cerdo,
le daba la razón a Alejandra del Cuadro y animaba a Agnezka de los
Milagros sonreír porque ellas tenían riquezas, eran profesoras universitarias y
tenían buena amistad con los Dinos y toda la comunidad de Yasmina, la hija del
Conde Jorginho. El rostro inefable de Agnezka miraba un cuadro medieval de su
abuela, una baronesa europea y guardaba los miriñaques que alguna vez un joven
pobre y guapo, le había obsequiado como símbolo de su amor.
Nicole y sus hermanas
intercambiaban opiniones sobre el bello Pietro di Siracusa. Yasmina puso la
interrogante ante ellas acerca de la naturaleza vampírica del galán. No era una
oposición directa hacia una probable relación sino más bien una preocupación
por lo que podría ocurrir. Nicole se sintió apesadumbrada y evitó dar una
opinión más sobre el señor Siracusa. Yasmina que leía sus pensamientos, veía
que su hijastra, que tenía algunos años menos
que ella, estaba enamorada y le iba a preguntar a su padre o abuelo si
en verdad era posible la unión entre un vampiro y una zooter, porque hasta donde
ellos sabían solo era posible la unión entre zooters. En el caso del conde
Nolberto, solo se unían entre trolls.
Antonella comentaba si Juan de
Aviraneta no hubiese sido zooter, aunque fuera el mejor historiador y pianista
del mundo, no se hubiera podido casar con él. Sin duda, en el extrarradio de
San Patricio no había una persona de la misma naturaleza que Nicole. La pobre
se hallaba atenazada por sus dudas y resquemores que la volvieron más callada
que antes. Horas después acudía con sus hermanas y los duendecillos y hadas a
la iglesia de San Patricio para pedirle al santo milagroso que le haga un
milagro, sí, un milagro de amor.
Llegaron en la calesa a la iglesia
y al acercarse a la puerta, desde una esquina cercana, Pietro la miraba con
dulzura y ella sintió aquella mirada y volteó y vio al vampiro galante que la
saludaba con una mano. Ella le contestaba con alegría. Pietro no iba a ingresar
al interior de la iglesia porque desde hace varios siglos, la cruz era un
símbolo peligroso para los vampiros. A pesar que ellos ya no eran asesinos, sin
embargo, el temor por este símbolo permanecía activo entre ellos.
Las brujitas, duendes y haditas
estaban en el atrio y cuidaban a Sandra, Antonella y Nicole. Desde lejos,
Pietro di Siracusa le revelaba sus cuitas al viento y al cielo azul.
Eddy Gamarra
T.
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