miércoles, 1 de julio de 2015


Capítulo 101

El desfile

Carmito de la Buena Cruz era meticuloso y exigente con la organización del desfile en el Centro de Trámite Documentario, el único en su especie en todo el país. No había ninguna institución de esa categoría-que eran pocas- que pudiera superar su exigencia en el desarrollo de trámite documentario. Esta exigencia rayaba en la necedad, porque la última de Carmito para lograr la certificación fue que cada integrante del CENTRO tenía que llevar una libreta en el bolsillo posterior izquierdo y en ella debería anotar las veces en que ingresaba a los servicios higiénicos y cuántas veces orinaba o defecaba en una semana,  por razones de salud del trabajador. A pesar de la oposición de los trabajadores, esta norma se cumplió con la colaboración del equipo de seguridad dirigido por el siniestro Varkolak y sus secuaces. Mr. Kanter aceptó el proyecto presentado por el fiel Carmito y aunque no lo leyó, preguntó al Señor Paritt y asesores si estaban de acuerdo. Ellos dijeron que sí y Mr. Kanter que confiaba a ojos cerrados en sus asesores, firmó el proyecto. El único que se opuso con cierta reticencia fue el señor Chang, porque él visitaba frecuentemente los servicios higiénicos dado su descomunal y pantagruélico interés por la comida bien sazonada, y si es pescado o mariscos, mejor.

Otro de los proyectos del inefable Carmito de la Buena Cruz fue lograr la uniformización de los trabajadores y trabajadoras del CENTRO. Todos irían con el uniforme verde olivo y con botas para demostrarle a la gente que estaban preparados para defender al país en caso de agresión externa. Como los fusiles pesaban mucho y no se podía conseguir, logró alquilar unos ochenta fusiles de madera para sus queridos trabajadores. La pobre y desdentada cobra no gustó de la idea porque el uniforme, botas y fusiles, pesaban mucho y no podría soportar tremendo peso a la hora del desfile. Esto no fue todo porque Carmito se contactó con oficiales de alta graduación que habían estudiado en el CENTRO y que deberían estar presentes para tan magno desfile. Además, el gran Carmito sí desfilaría con fusil de guerra y con casco y pistola. Él iría adelante abriendo el desfile y buscaría a todas luces la ansiada certificación para su grupo. Es más, aprovechando que Mr. Kanter estaba un poco resfriado, él se ofreció para dirigir el discurso de orden a la multitud.

 Cuando llegó el día esperado, Carmito entró al Centro, como si fuera un soldado que se había extraviado entre tantos papeles y papeles para encontrarse con el público que saludaba y abrazaba al patriótico personaje y que después lanzaría un discurso emotivo que terminó como el llanto de un político japonés que hubo que utilizar cinco pañuelos de sus amigos para secar las lágrimas y el sudor del enigmático Carmito de la Buena Cruz.

Los asesores veían con cierto fastidio y de repente con envidia,  las continuas intervenciones en público de Carmito. Sabían a dónde apuntaba su amor por el CENTRO. Sin duda, Carmito gustaba de hablar en público que aunque no decía nada importante, los trabajadores del lugar lo aceptaban porque no inspiraba temor como los demás. Se podría decir, que era permisible y trataba bien a los intermedios. Asistía a sus reuniones, los escuchaba, siempre y cuando cumplieran con sus obligaciones y tuvieran su libretita en el bolsillo de la falda-las mujeres-  y pantalón-los hombres. La limpieza, ante todo, solía decir Carmito. Cada vez que iba a disfrutar de su refrigerio, el bueno de Carmito, rezaba y después,  se colocaba en el cuello una servilleta de colores encendidos que le cubría casi todo el cuerpo. Después de almorzar, guardaba en una bolsa de cuero su servilleta y se dirigía a paso redoblado a su oficina, adornada con algunos libros que no leía y cubierta de infinidad de papeles y libretas de micción y evacuación ventral de acuerdo al Decreto Direccional N° 004 del Centro de Trámite Documentario-014.

Después de sentarse, dirigía sus ojos al cielo y agradecía a Dios por todas las bondades que le brindaba y los papeles que iban a revolucionar los intereses de un país que necesitaba orden y disciplina.


                                                                                                                         Eddy Gamarra T.

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