jueves, 16 de julio de 2015

Capítulo 107
Las cuitas de Nicole

La madre de Nicole nunca quiso venir a estas tierras porque estaba acostumbrada a sus amigos y amigas de bohemia parisiense. Ella era diseñadora de modas de una pequeña empresa y en su trabajo conoció artistas de teatro, músicos pintores, escritores poco conocidos,  quienes solían reunirse en un bar del barrio latino y muchas veces estas reuniones duraban tantas horas que las pocas que le quedaban para dormir no eran suficientes para poder llegar al trabajo temprano.

Nicole ya tenía siete años y se quedaba con la abuela mientras la madre se divertía. Ella era una niña muy sensible y tenía un carácter diferente a su madre. Siempre fue responsable y estudiosa, pero su rostro señalaba una tristeza infinita que ni la madre, ni la abuela pudieron curar. Nicole salía por su ventana todas las noches y miraba el cielo francés y soñaba despierta con la Comunidad de San Patricio que su madre, alguna vez le contó. La abuela dormía y Nicole transformada en una bella lobita aullaba de tal manera y con una pena de nunca acabar que la gente que escuchaba estos aullidos, comentaban que eran un canto a la pobreza y miseria de los desposeídos, desempleados, abandonados.

La madre estaba enamorada de un pintor badulaque que cuando estaba ebrio, la maltrataba verbalmente y a veces la golpeaba. Sin embargo, esta permanecía a su lado, a pesar de los castigos. En varias oportunidades, perdió su empleo y siempre le llamaban la atención por llegar tarde al trabajo. Su irresponsabilidad se manifestaba con su hija. Si no fuera por la abuela, que tenía un figón que le daba algunos francos para poder alimentar a su nieta, la situación económica sería terrible. La pobre anciana, descuidada, pringosa, tenía que ir al mercado, cocinar, atender a los clientes, cuidar a su nieta y guardar algunas monedas para comprar sus medicinas. La hija tenía bastante con su bohemia, el marido violento y su vida acartonada que la presentaba cada vez más envejecida.

La pobre niña sentía resquemores hacia su madre. A pesar de vivir en un sucucho, nunca perdió las esperanzas de viajar a la Ciudad de los Reyes. Nicole veía a su abuela muy enferma y así, tan pequeña, se preocupaba por atender a la anciana, que tanto quería. El dinero que recibía la mamá para Nicole terminaba en los bares nocturnos de París y sucedió lo que Nicole temía. Una mañana en que la madre no vino a dormir, la bondadosa anciana no despertó más. Estaba muerta. Yo estaba en Bilbao y sentí en todo mi cuerpo un grito desgarrador. Era mi pequeña hija la que me estaba llamando. Tomé el avión y me dirigí a París. Cuando llegué, Nicole se acercó y me abrazó con tal sentimiento que me sentí responsable de todo lo que había sucedido. Yo creía que con enviar la pensión, bastaba. Como se podía ver, la madre no cumplía sus funciones. Su mayor interés era el hombre que la había dejado después de una golpiza. Después de un diálogo largo convencí a la mujer para llevarme a Nicole  a Torino, donde vivía Antonella, su otra hermana. La madre de Antonella que, a pesar de su odio por mis libros, era una buena mujer y aceptó a Nicole. Ella estudiaría hasta terminar su secundaria y después, ambas y Sandra, la hermana española, viajarían a la Ciudad de los Reyes para vivir conmigo. Allá estudiarían en la Universidad y disfrutarían de mejor comodidad. Además, su condición de zooter, requería de protección y necesitaban estar cerca, a mi lado. Años después, viajaron para vivir en esta Comunidad y recibir mi amor  y  el cariño de los Dinos , mis huéspedes, es decir, los duendecillos, las haditas y mis brujitas del Mato Grosso.

Hoy Nicole y sus hermanas viven en la Comunidad de San Patricio y estudian y están preparadas para enfrentarse una vez más a los licántropos y sus secuaces. Antonella, ya casada; Sandra y su novio artista y Nicole que suspira por el primo de Elisabetta.



                                                                                                   Eddy Gamarra T.

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