Capítulo 108
Hasán
Hasán ha cumplido un año. Lleva el
nombre de un héroe del pueblo Saharawi y Stephen está de acuerdo. Tiene los
ojos verdes como la uva y es muy blanco, Su cabello es un poco rojizo y no es
muy alto. Creo que va a ser bajo como papá. Menos mal que está bien de salud.
El Dr. Soiral es su médico. Nosotros le tenemos mucha confianza y
agradecimiento, a pesar que en el CENTRADOM, donde trabaja, suele recetar a sus
trabajadores con el múltiple remedio
panadol. Las malas lenguas le dicen en los corrillos Dr. Panadol, pero
en el fondo es por envidia o por ignorancia. Qué más podría darles a los
trabajadores si lo único que Mr. Kanter entrega al Departamento médico es aquel
producto que no lo compra sino que es una donación. Además, según el fraile de
fácil sonrisa, “El ahorro es progreso” El espíritu de ahorro hace que Mr. Kanter no
les suba el sueldo a los trabajadores como debe ser. Si lo hace, es apenas un
ridículo aumento que no soluciona nada. Entonces podemos entender el mísero
botiquín del departamento médico que
desprestigia a este noble galeno. Mi padre me informó que el Dr. Soiral también
es un zooter y esta condición ha permitido que venga en varias oportunidades a
la Comunidad para tratar algún mal de Hasán.
Sé que los licans están buscando
venganza por la desaparición de Varul. Me he enterado del ataque a Nicole en la
Universidad y que fue ayudada por Elisabetta y su primo. Tengo a las
maravillosas hadas, a Maluxa, Andreínha y Janice, además de Micki, Tanger y
Collins quienes siempre están vigilando a Hasán, que no son los únicos. Aquel
que se atreva a tocar a mi hijo, lo único que va a conseguir es la muerte.
Varul quiso hacerme daño y mi abuelo lo fulminó. Soy consciente de los poderes que me dio mi abuelo
y tengo que estar a la expectativa para evitar una nueva intromisión de los
licans. Cuánta pena siento que mi madre no haya tenido estos poderes para
defenderse. El abuelo no se explica estas razones. Yo, por miedo, cuando era
pequeña, no tenía conciencia de este sistema de autodefensa y ataque propia de
los unicornios en el mundo zooter. La tercera metamorfosis, la descubrí hace
poco y me ha permitido viajar a la colina azul, con ese color que le gustaba
tanto al poeta chileno Neruda y al pintor español Pablo Picasso. Si el color
azul es el símbolo del amor, en aquel lugar paradisíaco viven los maestros y seres que trabajaron por los niños y por la
justicia. Solo pueden ser visitados por los Dinos y la familia del conde
Jorgino y de Stephen. Allí mora la maestra María Rosa que pronosticó mi
embarazo y que me deseó mucha suerte y siempre la visito para escuchar sus
consejos de cómo criar a mi hijo.
Hace unos días viajé con Hasán y el
abuelo a la colina azul. Siempre en su burrito, mi hijo montaba el burrito a mi
lado. Cuando Hasán vio esos paisajes bellísimos de la Colina azul, se
transformó en un lobito blanco que el abuelo y yo sentimos un cariño tan grande
por este magnífico ejemplar que la naturaleza me había brindado. Mi lobito me
lamía la cara y su piel era tan suave que parecía un oso de peluche. El abuelo
que leía mis pensamientos, me dijo que su otra metamorfosis era un oso blanco,
pero no un oso polar sino un oso grizzli como Mr. Kanter y Caterina y que en un
momento oportuno pondría al fraile en su sitio.
Una vez que llegamos a la parte
central donde vivían sus habitantes, fuimos recibidos por la maestra que tenía
la metamorfosis de una golondrina. También estuvo un caballo blanco que
aparentaba una naturaleza salvaje, pero era mi buen amigo José. Allí estaba Mahama, la cotorrita que
siempre estaba hablando y también Ulrico y Mariana. Ellos formaban parte del
comité de recepción de la colina azul. Ya Hasán había recuperado su naturaleza
humana y fue recibido con mucho amor por los integrantes de toda la colina
azul. Nos invitaron almuerzo y luego aprovechamos
visitar la laguna de los tulipanes negros. Allí bañé a mi hijo y el abuelo
agradeció a Dios por haberle dado un biznieto hermoso, fuerte y maravilloso que
sería la alegría de toda la comunidad.
Cuando regresamos, me despedí de la
vieja morsa que habitaba en la laguna de los tulipanes negros y de todos los
demás. El “Tío Lucho”, lo llamaban con cariño. Era el patriarca de la comunidad
y todos lo querían y respetaban. Al retirarnos de aquel edénico lugar, los amigos
de siempre, nos obsequiaron varios costales de la rica papa huayro que allí
cosechaban y que era una delicia para los platos que las chicas y yo
cocinábamos. Esta vez el burrito llevaría la pesada carga con ayuda del abuelo
que se transformó en unicornio y yo llevaba a Hasán en mis brazos. Cuando
salimos de la zona de la Colina azul, el abuelo recuperó su forma humana y el
burrito que era tan bello como el Platero del poeta Juan Ramón Jiménez, llevó feliz la carga.
Eddy Gamarra
T.
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