jueves, 16 de julio de 2015


Capítulo 108
Hasán

Hasán ha cumplido un año. Lleva el nombre de un héroe del pueblo Saharawi y Stephen está de acuerdo. Tiene los ojos verdes como la uva y es muy blanco, Su cabello es un poco rojizo y no es muy alto. Creo que va a ser bajo como papá. Menos mal que está bien de salud. El Dr. Soiral es su médico. Nosotros le tenemos mucha confianza y agradecimiento, a pesar que en el CENTRADOM, donde trabaja, suele recetar a sus trabajadores con el múltiple remedio  panadol. Las malas lenguas le dicen en los corrillos Dr. Panadol, pero en el fondo es por envidia o por ignorancia. Qué más podría darles a los trabajadores si lo único que Mr. Kanter entrega al Departamento médico es aquel producto que no lo compra sino que es una donación. Además, según el fraile de fácil sonrisa, “El ahorro es progreso”  El espíritu de ahorro hace que Mr. Kanter no les suba el sueldo a los trabajadores como debe ser. Si lo hace, es apenas un ridículo aumento que no soluciona nada. Entonces podemos entender el mísero botiquín  del departamento médico que desprestigia a este noble galeno. Mi padre me informó que el Dr. Soiral también es un zooter y esta condición ha permitido que venga en varias oportunidades a la Comunidad para tratar algún mal de Hasán.

Sé que los licans están buscando venganza por la desaparición de Varul. Me he enterado del ataque a Nicole en la Universidad y que fue ayudada por Elisabetta y su primo. Tengo a las maravillosas hadas, a Maluxa, Andreínha y Janice, además de Micki, Tanger y Collins quienes siempre están vigilando a Hasán, que no son los únicos. Aquel que se atreva a tocar a mi hijo, lo único que va a conseguir es la muerte. Varul quiso hacerme daño y mi abuelo lo fulminó. Soy  consciente de los poderes que me dio mi abuelo y tengo que estar a la expectativa para evitar una nueva intromisión de los licans. Cuánta pena siento que mi madre no haya tenido estos poderes para defenderse. El abuelo no se explica estas razones. Yo, por miedo, cuando era pequeña, no tenía conciencia de este sistema de autodefensa y ataque propia de los unicornios en el mundo zooter. La tercera metamorfosis, la descubrí hace poco y me ha permitido viajar a la colina azul, con ese color que le gustaba tanto al poeta chileno Neruda y al pintor español Pablo Picasso. Si el color azul es el símbolo del amor, en aquel lugar paradisíaco viven los maestros  y seres que trabajaron por los niños y por la justicia. Solo pueden ser visitados por los Dinos y la familia del conde Jorgino y de Stephen. Allí mora la maestra María Rosa que pronosticó mi embarazo y que me deseó mucha suerte y siempre la visito para escuchar sus consejos de cómo criar a mi hijo.

Hace unos días viajé con Hasán y el abuelo a la colina azul. Siempre en su burrito, mi hijo montaba el burrito a mi lado. Cuando Hasán vio esos paisajes bellísimos de la Colina azul, se transformó en un lobito blanco que el abuelo y yo sentimos un cariño tan grande por este magnífico ejemplar que la naturaleza me había brindado. Mi lobito me lamía la cara y su piel era tan suave que parecía un oso de peluche. El abuelo que leía mis pensamientos, me dijo que su otra metamorfosis era un oso blanco, pero no un oso polar sino un oso grizzli como Mr. Kanter y Caterina y que en un momento oportuno pondría al fraile en su sitio.

Una vez que llegamos a la parte central donde vivían sus habitantes, fuimos recibidos por la maestra que tenía la metamorfosis de una golondrina. También estuvo un caballo blanco que aparentaba una naturaleza salvaje, pero era mi buen amigo  José. Allí estaba Mahama, la cotorrita que siempre estaba hablando y también Ulrico y Mariana. Ellos formaban parte del comité de recepción de la colina azul. Ya Hasán había recuperado su naturaleza humana y fue recibido con mucho amor por los integrantes de toda la colina azul.   Nos invitaron almuerzo y luego aprovechamos visitar la laguna de los tulipanes negros. Allí bañé a mi hijo y el abuelo agradeció a Dios por haberle dado un biznieto hermoso, fuerte y maravilloso que sería la alegría de toda la comunidad.

Cuando regresamos, me despedí de la vieja morsa que habitaba en la laguna de los tulipanes negros y de todos los demás. El “Tío Lucho”, lo llamaban con cariño. Era el patriarca de la comunidad y todos lo querían y respetaban. Al retirarnos de aquel edénico lugar, los amigos de siempre, nos obsequiaron varios costales de la rica papa huayro que allí cosechaban y que era una delicia para los platos que las chicas y yo cocinábamos. Esta vez el burrito llevaría la pesada carga con ayuda del abuelo que se transformó en unicornio y yo llevaba a Hasán en mis brazos. Cuando salimos de la zona de la Colina azul, el abuelo recuperó su forma humana y el burrito que era tan bello como el Platero del poeta Juan Ramón Jiménez,  llevó feliz la carga.


                                                                                                           Eddy Gamarra T.

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