martes, 23 de junio de 2015

Capítulo 100


Las comadres

Tránsito llegó a su casa con la frescura de siempre y descansó varias horas para cargar su veneno. Cuando despertó, encontró un papel debajo de su puerta. Era una invitación de Anulia para tomar el té. Fueron invitadas todo el séquito ofídico además de Lurok, Wanda y Carmen de Vilanova. Esta última trajo a la casa de Anulia una docena de tamales que le habían enviado del norte. Anacé trajo los panes; Dorotea, el queso y Asteris los últimos chismes del CENTRADOM. Carmen realizaba los comentarios sobre la muerte de Nito, el lorna,  en el invernadero. Anulia explicaba un plan de venganza contra la hija de Jorginho; Anacé y Asteris comían con apetito desmedido los tamales, mientras Dorotea y Tránsito degustaban una taza de té con la mayor frescura posible como si la muerte del lorna fuera de lo más común. Lurok lanzó a la más joven la pregunta de rigor:

-   ¿Tú mataste al lorna?
-    Sí-contestó Tránsito- le apestaba la boca. La mayoría se reía y aplaudía a Tránsito.

La vieja cobra les pidió silencio y exhortó a sus camaradas a no perder el tiempo matando intermedios. La concentración debe dirigirse primero a los familiares de los Dinos y después a los Dinos mismos para que ellas puedan vivir en paz. Igualmente tendrían que preparar un plan de ataque contra las vampiras que hoy tenían a un nuevo defensor. Asteris,  que se había terminado el tercer tamal, pidió la palabra y sugirió el plan del sexo que podría traer buenos resultados. Ella y Tránsito se encargarían de ejecutar este plan debido a su gran experiencia en estas artes amatorias. Las demás apoyarían con su fuerza y experiencia de lucha en estos menesteres. En cuanto a Lurok, Wanda y la vieja cotorra, su función sería la de siempre: espionaje constante pero sin errores.

La ocasión se presentó cuando Mr. Kanter invitó a todos los habitantes de la Comunidad a una eucaristía y después, tendrían un almuerzo que se realizaría en los amplios jardines del CENTRADOM. Los habitantes de la Comunidad de San Patricio eran religiosos en su mayoría y acudirían con sus mejores galas a la invitación del religioso. El objetivo de la celebración eucarística y el almuerzo de camaradería eran las constantes muertes y desapariciones de personas en la Comunidad que aparentemente vivía en paz y concordia. El fraile invitó también a las vampiras que no acudirían  a la iglesia,  pero confirmaron su participación para el almuerzo.

El día sábado estaba un poco nublado, pero no hacía frío. Los aldeanos acudieron temprano a la iglesia para ganar sitio. Entre ellos estaba Ludwig, Marietta y su hijo Hans. Todos ellos venían caminando porque según el padre de Marietta, caminar era bueno para la salud. A Ludwig le incomodaba caminar por cierto accidente que tuvo en Europa. Hubiera preferido llegar cabalgando con su brioso caballo que lo compró en Huaral, pero valía la pena el sacrificio porque los campesinos querían demostrar que eran muy honestos y enemigos de la violencia que se desparramaba subrepticiamente por los diferentes rincones de San Patricio y sus barrios.

Ni bien se acomodaron en la bella iglesia de estilo barroco, Ludwig miró la imagen del Cristo y en menos de un minuto se quedó profundamente dormido.

Después de los campesinos, llegaron los intermedios entre lornas, cojinovas, corvinas y aves. Además estuvieron presentes otros zooters que no eran peces ni aves. Todos ellos y ellas muy bien vestidos. Los varones solteros miraban a las bellas campesinas que al ser observadas, se sonrojaban pero que no dejaban de mirar de soslayo a los jóvenes intermedios. En cuanto a Ludwig que era muy celoso con las chicas de la aldea, seguía en brazos de morfeo soñando con las eternas discusiones con su amigo Juan de Aviraneta que todavía no había llegado. El pequeño Hans miraba a su padre y a su madre mientras Chiara rezaba en silencio y pedía al Señor que los licans no ataquen la aldea porque ellos eran buenos cristianos y nunca faltaban a misa.

A los pocos minutos llegaron Anulia y su séquito infernal. También ingresaron Varkolak, Libak, Varul, la familia de los jefes de seguridad  y los otros licans,  que observaban a todos lados y que estaban muy serios y  con cara de pocos amigos.
Una vez que llegaron los intermedios de la playa, las autoridades del CENTRADOM, los Dinos y su familia, ingresó, al final, el jardinero,  quien en silencio se sentó cerca a Yasmina. Cuando el sacerdote ingresa acompañado de sus acólitos, las personas se ponen de pie, pero Ludwig seguía durmiendo, entonces Hans pincha a su padre con un alfiler y Ludwig se despierta y levanta la voz diciendo “Dos cosas puntuales mi querido Juan”. Los intermedios se ríen del exabrupto, Marietta se pone roja de vergüenza y pellizca a su esposo querido y en ese momento Paritt, Squirrel y sus compañeros voltean y le lanzan una mirada de pocos amigos al infortunado Ludwig. Este pide disculpas a su mujer y guarda silencio. La misa continúa y los licans murmuran mirando a los Dinos y su familia. Anulia agradece a su comadre Carmen de Vilanova por ser tan fiel a los principios de las serpientes donde ella es la jefa. La vieja cotorra agradece a su comadre y la anima a ser optimista en la lucha contra los lobos. Promete que será más eficiente en el espionaje contra la familia del conde Jorginho. Yasmina escucha el diálogo de las viejas comadres desde lejos y me comenta en silencio la cháchara de las comadres. El viejo jardinero mira a su nieta y ella voltea y le devuelve la mirada tierna y con un gesto de los ojos le narra las maquinaciones de Anulia y la vieja cotorra. Daniel sonríe y mira con ternura a la nieta de sus amores.

Mientras la eucaristía se desarrolla, en el castillo y las residencias aledañas están las haditas, Janice y sus hermanas y los duendecillos juguetones  que recorren todos esos lugares vigilando si se presenta alguna incursión de los licántropos o las serpientes. Todo está tranquilo, sin novedad. Los duendecillos ya han sido perdonados y disfrutan de unos higos rellenos que Nicole les ha preparado siempre y cuando se comporten como unos chicos buenos y responsables. De repente, Collins recordó que en su colegio había sido sacristán y convence a sus hermanos darle una visita a la vieja iglesia de San Patricio para rezarle a San Martín de Porres y a Santa Rosa de Lima. Cuando llegan a la iglesia que no estaba tan lejos de su casa, desaparecen y aparecen vestidos de acólitos y por una puerta llaman a los niños que estaban ayudando en la misa. La curiosidad de los niños es tan grande que abandonan el lugar y los gnomos les quitan la campana y se van por la calle saltando y tocando la campanilla. Los sacristanes regresan al altar mayor y cuando el curita voltea para indicar que toquen la campanita, los niños le dicen que no tienen la campana y el religioso no sabe qué hacer. Antonella se da cuenta y sale un momento de la iglesia  con Juan y ubica a los duendecillos que lanzan la campanilla al aire y la hacen tocar entre un tris  y tras de sus dedos. Antonella recupera la campanilla y le pide a Juan de Aviraneta que por favor le entregue la campanilla a los acólitos. Aviraneta le advierte a su esposa que no puede quedarse sola, así que los dos se van a entregar la campanita y los duendecillos se retiran llorando a mares y pidiéndole que no los castigue porque ellos son buenos hijos de la naturaleza y siempre están en paz con Dios.

Después de la misa, los campesinos salieron de la comunidad y tomaron colectivos para dirigirse al CENTRO. Ludwig que ya había despertado fue con su familia cerca al arco mágico donde estaba su viejo Mercedes Benz y se dirigieron  al CENTRO. Todos los demás se movilizaron con sus vehículos o en ómnibus. Era las tres de la tarde y estaban casi todos en los jardines del CENTRO. Cerca de nuestra mesa estaba la que correspondía a Elisabetta y sus amigas. Fueron las últimas en llegar y después de saludar a Mr. Kanter se acercaron para saludarnos y me presentaron a Pietro, el primo de Elisabetta, un joven de cabellos rubios y ojos muy azules quien nos saludó con respeto y se sentó al lado de Agnezka. Ella le prometió enseñarle bien el español para que se pueda comunicar con los demás. Pietro, además de tener una librería, era pintor y trabajaría en la Escuela de Arte como profesor. Ya había trabajado en Roma durante años y ahora, por invitación de Elisabetta,  estaría en la comunidad de San Patricio para proteger a su gente y estar cerca de Agnezka de los Milagros a quien conoció en Europa. Además le habían comentado de la maravillosa gastronomía de nuestro país.

Pietro era observado no solamente por las chicas de los Intermedios sino por Tránsito y Asteris. Qué guapo que es decía la shushupe. Yo lo vi primero, afirmaba la mamba negra y se imaginaba acostada con él, haciéndole el amor hasta dejarlo exhausto y al final de la jornada amorosa entregárselo a la malvada amiga para que haga de él lo que quisiera.

Elisabetta captó los intereses lúbricos de las dos serpientes y advirtió a su primo sobre Tránsito y Anacé. Esta advertencia la hacía debido a la fama de casanova que tenía Pietro y que podía causarle algunos problemas. A pesar de que Pietro se destacaba por su velocidad y fuerza en su lucha contra los licans, sin embargo,  su interés por las bellas mujeres lo debilitaba y era menester estar en guardia contra la mamba negra y la shushupe. Para olvidar un poco las advertencias de la vampira, Pietro degustó un tacu tacu con salsa de mariscos que lo devoró con pasión y le dijo a su amiga Agnezka si podía repetir el plato. Ella sabía que no había repetición, así que le brindó lo que quedaba de su tacu tacu-que era bastante- porque la bella vampira no comía mucho y siempre cuidaba la línea. Recibió a cambio un beso en la mejilla que fue el mejor maquillaje para su rostro porque la puso colorada y los ojos lascivos de Tránsito miraban con un apetito viperino al Señor di Siracusa. Él captó el interés de la letal mujer, pero sabía cómo domarla, y le  rogó a Santa Lucía y le dirigió una mirada impúdica y guiñó los ojos a la serpiente. Tránsito se mordía los labios de placer y la boca se le hacía agua. A partir de entonces, la shushupe suspiraba constantemente por el galán italiano Don Pietro di Siracusa, primo hermano de Elisabetta di Sardegna.

La vieja cobra y su comadre se habían percatado de las miradas de la joven serpiente hacia aquel nuevo personaje que tenía encandilado no solo a Tránsito y Asteris, sino también a Anacé y muchas gaviotas y lornas del grupo intermedio. La Vilanova como la zorra y las uvas dijo que el tal Pietro no era tan guapo. Que estaba verde para los gustos exquisitos de una mujer como ellas. A pesar de sus típicas combinaciones en la ropa, la pobre cotorra, que en verdad no era tan pobre, pero le fascinaba comprar muchos vestidos y zapatos y a pesar de su mal gusto trataba de convencer a las intermedias que ella era muy elegante y ninguna como la vieja cotorra para vestir de acuerdo a la moda. Lo que no sabía la cotorra era que las gaviotas y muchas personas se reían de su presentación y sus condecoraciones que aumentaban cada día más a mérito de nada. Su comadre alababa la ropa de la Vilanova y esta se sentía muy bien y le traía comida porque Anulia,  si bien es cierto,  no vestía bien pero en cosas de comida, su apetito era tan voraz como el hambre de Asteris. Lo bueno de las serpientes era que su voracidad gastronómica no se notaba en su cuerpo, pero lograban evacuarlo a través de un insoportable hedor que las obligaba a salir de las reuniones y buscar aire para que puedan expulsar los deshechos de su apetitosa deglución.

Anulia estaba orgullosa de la compañía de su comadre y se jactaba de ser su amiga. La vejez de ambas la llevaban con orgullo y su maldita costumbre de figurar y mandar no la habían dejado de lado. Las serpientes sabían de los defectos de las comadres y las ponderaban constantemente para tener siempre buena comida, frutas, bebidas de parte de la vieja cotorra que solía alabarse a cada momento y la vieja cobra y su séquito le reventaban cohetes de día, tarde y noche. De ahí que Carmen, que así se llamaba, se sentía feliz de estar cerca de este grupo ofídico y solía ayudarlas en calidad de espía en su lucha contra los Dinos. Lamentablemente, siempre eran descubiertos por los duendecillos, las brujitas y las maravillosas haditas, grupo sagrado y de seguridad de Yasmina y los suyos.


                                                                                                                                Eddy Gamarra T.

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