Capítulo 11
31 de octubre
Stephen me había enviado con su
chofer un libro llamado El libro de la
selva de Rudyard Kipling. Dentro de la bolsa estaba un crisantemo y con una
pequeña inscripción en alemán: Ich liebe dich. Me gustó bastante ese detalle
tan particular en él. Papá había salido a la ciudad de los Reyes para hacer
compras y visitar a su amigo Stephen que
había estado en Berlín para realizar una
entrevista con la canciller Angela Merkel. Me comentó que las tres muchachas de
su amigo habían confirmado su asistencia a la cena que daba el “Obispo de Canterbury” en un palacio oriental.
A pesar de ser 31 de octubre en que
los habitantes de La Ciudad de los Reyes celebraban El Día de la Canción
Criolla, sin embargo muchas mujeres de todas las edades, desde ancianas,
adultas, jóvenes y niños, se paseaban por los centros comerciales de la Gran
ciudad, vestidas de brujas, duendes, príncipes, doncellas, faunos y silenos
además de algunos personajes del mundo cinematográfico.
Ben, encargado de la fiesta del
Obispo fue de la idea que los invitados llevaran disfraces y antifaces. Se iban
a obsequiar serpentinas, chisguetes con los perfumes franceses más agradables,
silbatos, globos y pica pica. Una fiesta pagana de carnaval. La orquesta, de
primera; los vinos cabernet sauvignon estarían en las mesas de todos los
invitados. Corcho libre, a pesar de los finos licores y una excelente atención
que hacía de Ben un francés a carta cabal. Sin duda alguna, la fama del francés
se había extendido por toda América y Europa. Tenía pendiente el matrimonio de
la hija del magnate mexicano del cine, un amigo personal. Cuando yo era niña y
recién había venido a la Comunidad, Ben visitaba constantemente a mi padre y me
decía que él era mi tío. Así lo conocía yo como el Tío Ben. Yo sabía de su
condición de zooter, que a pesar de ser pequeño, era sabio y solucionaba problemas
que los otros no podían realizar. Y, si
en verdad, no había problemas, el Tío Ben, apostrofaba: “Deja las cosas como
están”.
Era las nueve de la noche y salí de
casa con mis tres hijas. Ellas estaban radiantes y bellas. Sus vestidos los
habían adquirido en París, los zapatos en Italia y los jabones en España. El
conde Jorginho les había regalado a cada una,
un par de aretes con incrustaciones de diamantes y esmeraldas, como buen
padrino y amigo mío. Las joyas que alguna vez obsequiara a Lynn de Marec, eran
apenas un pálido reflejo de lo que significaban los zarcillos de sus ahijadas.
Antonella estaba contenta, Nicole, un poco asustada por lo que yo les comenté
sobre los licans que iban a estar allí como guardaespaldas del Señor de
Canterbury. En cuanto a Sandra ella esperaba encontrar a un bello galán que
la cortejara. En su cartera, ella llevaba una pequeña pistola con balas de
plata, para sentirse más segura en la fiesta si es que alguno de esos asesinos
se atrevía a hacerle daño.
Antonella, llevaba unas hierbas que
le obsequió su maestra Elisabetta di Sardegna en Roma, cuando se trató del
estudio de los licántropos, sus peores enemigos. Mi hija me contó que la Bella
Dama iría a la fiesta en compañía de sus
inseparables amigas Rowina de Southampton y Alejandra del Cuadro. Yo le había
contado que ellas eran vampiras. Dormían en las mañanas. No le temían al sol,
sin embargo, preferían salir en las noches por el tipo de trabajo que tenían y
por sus especialidades en la Universidad de La Ciudad de los Reyes. Tanto
Antonella como Nicole y Sandra llevaban un bello crucifijo en el cuello. Estos
crucifijos los compré en la ciudad de Belén y eran de madera con incrustaciones
de plata. Una buena defensa contra los vampiros y contra los licans.
Habíamos llegado al palacio
oriental. Estacioné el coche y bajamos los cuatro. Yo estaba vestido como un
príncipe árabe y unos antifaces negros. La vestimenta me permitía llevar
algunas armas de defensa contra esa manada inicua que había pretendido hacer
daño a Yasmina. Su padre me contó el incidente que no llegó más lejos por
respeto al Obispo de Canterbury. Pero esta vez estaba en territorio neutral y
todos los zooters de la Congregación Dinos, estaban preparados para una gran
batalla. En cuanto a mis hijas, ellas estaban vestidas como Morgana, Endora y
Tábata, tres brujas amigas que llevaban
esos nombres por algunos personajes de la historia de Inglaterra. Estaban
bellísimas y recibían las miradas de muchos personajes que portaban antifaces.
Las tres usaron el perfume último de Carolina Herrera VIP, para que yo pueda identificarlas, por razones
obvias.
Nos recibió Ben. Él estaba
acompañado de dos damitas chinas e ingresamos al recinto que tenía una larga
alfombra púrpura. En las paredes, había cuadros de batallas de algún dios
contra los mortales. El pasadizo tenía columnas griegas pero con bellos
jarrones chinos. Al final del sendero oriental se observó grandes jardines
alrededor y en la parte central estaban las mesas decoradas de blanco y rojo.
Las copas relucían y la vajilla destacaba por su calidad. Era un lugar de
primera. Una de las damas chinas nos llevó a una mesa donde nos sentamos los
cuatro. Cada mesa era para diez personas. En ella estaban los nombres de los
invitados. Sandra curioseó para ver si encontraba a alguien conocido. Me leyó
los nombres y allí estaban el Conde Jorginho, mi gran amigo y su hija la
condesa Yasmina. Quiénes eran los otros cuatro. No lo sabía. Siguió leyendo y
estaba también, el conde Nolberto de Paracatú, mi gigante amigo, Benjamín, el
anfitrión, el Auditor Mayor del Reino, conde Hectorius y uno de los hombres de
confianza del Obispo de Canterbury. Le iba a preguntar a Ben porqué había
puesto a este siniestro personaje en mi mesa. La fiesta anterior, también
estaba en la mesa. Me incomodé bastante y esperé que viniera Jorginho para
preguntarle si él lo había invitado a la mesa.
A los pocos minutos ingresó
Jorginho con su hija. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Allí estaba
Yasmina, con la mirada de sus ojos negros y sus guedejas que caían sobre sus
hombros. Tenía al igual que mis hijas, pendientes con incrustaciones de diamantes y esmeraldas. Llevaba una cartera grande y también un crucifijo de plata en su
cuello. Le gustaba pintarse las uñas con matices de color vino y escarchas
plateadas. Me hubiera gustado que se sentara a mi lado pero estaba al frente y
al lado de Antonella. Luego vino
Nolberto, el conde y el pequeño Auditor. Solo faltaba una silla, hasta que
llegó el callado e infausto personaje. Antes de que viniera, me comentó
Jorginho que este miserable estaba enamorado de su hija y que había solicitado
al Obispo lo incluyera en nuestra mesa. Tal vez no sabía el protervo intruso
que los lobos tienen un olfato tan fino que Dios nos dio para distinguir a los
buenos y a los malos.
En una mesa cercana vi a Elisabetta
di Sardegna, quien nos miraba de reojo. Era muy bella y todas las integrantes
de la mesa se subordinaban a ella. Allí estaba también circunspecta y
observadora, Alejandra del Cuadro; Rowina y sus labios carnosos sonreía con una
timidez lasciva. En su mesa estaban sus “loncheras”, pálidas y marfilinas. Eran
tres profesoras escocesas que estaban en
la residencia de Elisabetta. Ella las había acogido en su palacete y eran, sin
duda, un excelente potaje para las tres
vampiras que se alimentaban de sangre de mujeres solteronas, viudas o
divorciadas. La que se salvó era una dama alta, también escocesa, llena de pecas,
pero muy precavida .
Tenía en su cuello la cruz de San Anselmo, que se la dio
un sacerdote de Edimburgo. Con razón, Elisabetta no le invitó a su palacete.
Además de ellas estaba una amiga de las tres sanguinolentas vampiresas, Asteris
de Fatma, una mujer de Sierra Leona que estuvo en la fiesta anterior que dio el
Obispo de Canterbury en el Atlantic. Parece que en cada mesa había un espía. En
esta, teníamos a una mujer de tez morena
que trabajaba con el Conde Hectorius y que miraba y escuchaba con demasiada exageración. Rowina le decía en el oído a
Elisabetta si ella la había invitado. Esta le contestó Be careful!...It´s a
monkey.
Quién sería la persona que se
encargaba de tener a alguien para recabar información para la autoridad. A
decir verdad, nadie estaba atentando contra las autoridades de la comunidad.
Los enemigos deberían ser fantasmas, porque no había nada contra ellos. Lo que
sí me atrevo a decir es que nuestros únicos enemigos eran los licans.
Allí estaban esos nefastos
personajes. Estaban muy elegantes y llevaban el crucifijo para advertirles a
las vampiras que estaban preparados. Entre una mesa y otra, Frosine, pálida y blanca le decía a un
caballero de cabello corto y antifaz marrón que si en verdad, ella era la más bella de la fiesta. Esta llevaba
en su cuello blanco dos puntitos rojos que fueron percibidos por este amigo mío
que estaba encubierto en la cena de gala. Frosine fue una invitada de Rowina
durante mucho tiempo, pero después desapareció de la comunidad hasta que la
vimos en esta noche. Debo advertir que Frosine no estaba en la mesa de
Elisabetta. Deambulaba de mesa en mesa contándole a la gente que era bella e inteligente, pero
la gente era envidiosa. Además, afirmaba con una mirada etérea que no había en
la Comunidad, mujer más brillante que ella… ¿Qué le hicieron a la pobre mujer?
En una mesa cerca a la orquesta,
ubiqué al gracioso personaje que saludaba a las jóvenes de la fiesta: “Hola
ñata bandida”. Esta vez, estaba vestido con un disfraz marrón y sus lentes
gruesos. Su aspecto zooter de anuro lo guardó en su conciencia. No era ni bueno
ni malo. Siempre con un espíritu servil y libidinoso. Cada vez que veía alguna
doncella, le lanzaba el saludo impúdico y trataba de apachurrarla. Esta actitud
le costó muchas bofetadas que al final terminaba huyendo como un sapo para
refugiarse en el jardín y algún charco de agua sucia.
En la mesa del Obispo de Canterbury
estaban sus invitados, que eran gente del gobierno. También vi a los hermanos
de Sajonia. Uno de ellos se acercó a mi mesa para saludarme. Me contó acerca
del sacrificio de la pobre yegua que fue apedreada por unos vándalos del
mercado de las pulgas. Estaba muy apenado por este hecho sangriento y prometió
realizar investigaciones para dar con los culpables.
La música sonaba y los enmascarados
y enmascaradas bailaban. Casi todos estaban con antifaces y algunos era
irreconocibles. La mejor vista en este momento era el olfato. Así podíamos
identificar a las personas, en especial a Varko y sus secuaces. Uno de ellos,
Varul, pretendió sacar a bailar a Yasmina, pero ella le negó. Insistió bailar y
Antonella le increpó “¡No sabes lo que significa: Noo!” Varul se retiró con los
ojos desorbitados. En la mesa cercana, Elisabetta, que conocía a su discípula,
reía a mandíbula batiente. Las otras dos miraban con odio al gigante lican.
Yasmina me miró y sonrió. La saqué a bailar y me contó que estaba contenta con
mis hijas. Miraba sus ojos y a través de ellos sentía una pasión fuerte e
incontrolable. Ella se acercó a mí y me besó en la mejilla, mientras me
apretaba un poco la mano. Me advertía de las miradas de Libak y Vudko. Ellos
pretendieron sobrepasarse con Yasmina y habían amenazado a su padre.
No se imaginaban del poder de
Jorginho. Su profundo conocimiento de las plantas, le permitió desarrollar una
defensa biológica que se aplicaba en las guerras y estaban prohibidas. Él solo se atrevía a
usarlo contra enemigos como los licans y estaba preparado. Los árabes quisieron
pagarle sus descubrimientos. De igual manera, los norteamericanos. Menos mal
que él no se atrevió a venderles porque sabía que iban a tener mal uso. No
estaba de acuerdo con la guerra. Siempre buscaba la paz hasta que se cruzaron
en su camino la parte más feroz de su raza: los licántropos.
Yasmina fue al tocador con Nicole y
Sandra. Antonella se acercó a la mesa de su profesora para saludarla.
Elisabetta se sintió incómoda cuando vio el crucifijo de madera y plata que
llevaba su discípula. Antonella que sabía por información de su padre que
aquella era vampira, se retiró rápidamente a nuestra mesa y luego se dirigió al
tocador para arreglarse el cabello. Una vez que salió, fue a buscar a las
chicas al jardín y cuando las ubicó, ellas conversaban alegremente. Estaban sentadas
en una banca. Antonella se acercó y en ese momento, salió detrás de un árbol,
Varul y le tapó la boca a Antonella. Yasmina percibió el peligro y vio que el
gigante se llevaba a mi hija. Corrió tras de él junto con Nicole y Sandra.
Frente al jardín estaba el bosque de los chinos y el lican arrastraba a
Antonella. A medida que Yasmina avanzaba,
su piel iba cambiando y su rostro, también. Igual sucedía con las otras
dos muchachas.
Cuando Varul percibió que era perseguido por tres lobas, la
cólera y la indignación de la mayor de mis hijas, la cambió tan rápido que
mordió al miserable licántropo que rugió de dolor y rabia. Las lobas rodearon
al gigantesco animal que se había convertido y abría sus fauces llenas de una
baba oscura. Ellas eran tan veloces y estaban
indignadas contra ese monstruo. Yasmina atacó a Varul y lo tumbó. Cuando las lobas iban a morder al
lican, aparecieron Varko , Libak y Vudko transformados en tres licántropos que
estaban dispuestos a destrozar a la manada. Varko atacó a Nicole y la arrojó
contra un árbol. Libak y Vudko se enfrentaron a Sandra y Antonella. Estos dos
licans eran más grandes que las dos, pero ellas se desplazaban con velocidad y
no se dejaban morder por estos engendros de Satanás. Un descuido de Sandra hizo
que Vudko saltara sobre ella sobre sus espaldas. En ese preciso instante, este
recibió un balazo que le hirió una pata. Cuando ellos voltearon, estaba
Jorginho con un arma corta acompañado del conde Nolberto y Ben que lo había
visto todo. Jorginho sacó otra arma y apuntó contra Libak, como este era un
cobarde, huyó por el bosque con los otros animales de su calaña.
Yo estuve atento a lo que pasaba y
lo más emocionante era ver a Nella, Sandy y Nicole enfrentarse a los licans.
No sabía que ellas también eran zooters. Cuando me acerqué a ellas , tenían los
vestidos rasgados y fui al coche a traer unas mantas para las tres. Lo mismo
hizo Jorginho con Yasmina. Le susurró unas palabras en árabe y la llevó a su
coche. Ella obedeció no sin antes mirarme con dulzura. Nicole estaba golpeada y
era atendida por sus hermanas. A los pocos minutos, se acercó Hectorius
convertido en un enorme cuy de pelo blanco y crema y dispuesto al combate. Sus
conocimientos de Química le permitieron fabricar unas armas especiales que
siempre llevaba consigo para estas ocasiones. En el balcón estaba Elisabetta y
sus dos amigas, contentas por la fuga de
los licans, sus enemigos más encarnizados.
Jorginho me sugirió llevar a las
muchachas a su castillo. No quisiera otras sorpresas de Varko y sus matones. La
guerra estaba declarada. Necesitábamos prepararnos porque estos asesinos
atacaban a cualquier hora del día. La noche de Halloween continuó en el chifa
hasta altas horas de la madrugada donde por la euforia del baile, los disfraces
fueron remplazados por la comunidad zooter
que comprendía gatas, aves de todos los colores, tejones elegantes,
monos y monitas, felinos y equinos, anuros y palomas que saludaban a un manso
oso greezly que estaba contento y preguntaba por Varko y sus secuaces. No sé
dónde estaba Vudko y me preocupaba bastante su desaparición, porque no fue con
los otros.
Eddy Gamarra Tirado