Capítulo 4
El mar
Han pasado dos semanas desde aquella
vez que estuve en la casa de playa, donde se realizó la fiesta de Halloween y
logré darte un beso. Fue inolvidable, interminable, maravilloso y triste a la
vez. No sabía si estaba soñando o fueron los efectos del whisky etiqueta
azul, que me invitó mi gran amigo, el
joyero de Ipanema. Los minutos se han hecho tan largos que parecía que estaba
en Júpiter. Tú y la ventana, aquel beso y el mar. No comprendo cómo tu grácil
figura y la fuerza de tus ojos me envolvieron y tendieron un cerco de perfume y
deseo. Recuerdas que era cerca de la
medianoche y tú te evaporaste de mis
brazos y raudamente saliste a través del
aire y aroma del patchuli para confundirte con las noctículas, además de la
sonrisa blanquecina de las olas.
Sentía como dice el poeta, que el mar sonreía a lo lejos “dientes de
espuma y labios de cielo”. Pero también debo decirte que tu figura de ondina
cuando topó la blanca espuma no era
Yasmina, la silente y extraña dama que se robó mi corazón, sino la esbelta
figura de una loba de colores marrón y blanco que se lanzaba al mar por un
chapuzón de divinidad. No sé qué pasó. Sigo pensando que pudo ser el licor o
alguna mezcla del coctel de algarrobina que me dio una damisela con una mascarilla
y un collar que decía “pax”. Ahora recuerdo que esta agraciada figura te
acompañaba en el Atlantic. Siempre tus ojos y aquellas palabras que laceran mi
espíritu: “Qué tal” La palabra amor estaba entre los dos y después del ósculo, me dejaste, te fuiste y el océano te recibió
en sus brazos.
Volvió la quietud del mar, me
desesperé y salí de la residencia por una puerta para que mis amigos no se percataran hacia
dónde me dirigía. Me fui a la orilla y trataba de buscar algún rastro de mi
amada. Gritaba su nombre una y mil veces, pero el mar, impertérrito, me ofrecía
como respuesta el flujo y reflujo de las olas. Fue entonces que dirigí mis ojos
húmedos a la luna y dentro del astro plateado, había una silueta que me era
familiar que no la había visto desde aquella noche en que me fijé por primera
vez en ti. Debo estar loco, pero la silueta era de un animal cuya imagen me
persigue cada vez que pienso en ti. Sí… era una loba.
Regresé a la fiesta por la misma
puerta. Me sacudí la arena de los zapatos e ingresé al gran salón donde estaban
mis amigos Jorginho, el conde Hectorius de Auseville, el conde Nolberto Troll
de Paracatú, el Ministro francés de origen judío Monsieur Sanson de Benjamin y
el magnate del cine mexicano Eduardo Castillejo. Las damas se habían retirado a
los servicios higiénicos. Mis amigos comentaban que al final de la fiesta tendrían
una reunión de zooters, porque la
comunidad estaba siendo presionada por seres de la noche, quienes, aprovechaban
de su belleza y sus riquezas para beber la sangre de gente inocente. Yo seguía
con mi tragedia que olvidé comentarles el incidente a la salida del viejo
castillo del Atlantic. Ahora comprendo quién me salvó aquella noche cuando
salía del viejo castillo. Fuiste tú.
Cuando regresaron la vizcondesa Lynn
de Marec, la dama brasileña Irascema do Bahía, venía con ellas una persona de
sonrisa agradable, dueña de los humedales de Villa donde tenía un hermoso
castillo y que me invitaba para pasar mi cumpleaños en aquel lugar. A pesar de
que ella se siente triste cuando celebra su cumpleaños. Sin embargo, estaré
allí. ¿Irás? Te voy a esperar aunque tenga que verte unos instantes. A esta
bella dama, La conocían como la marquesa de Castelforte y tenía un enorme
laboratorio en su castillo debido a sus trabajos en Matemática y Astronomía.
Pude observar un detalle en la
fiesta. Los mozos se acercaban a Jorginho y él daba las órdenes. Yo sabía que
aquel castillo no era de su propiedad. También sabía que jamás me diría a quien
pertenecía dicha residencia que me era tan familiar. Recordé que mi amigo, el
joyero, también era zooter y que su
conversión era un lobo. Empecé a atar cabos y decidí tomar el toro por las
astas. Sin embargo, era muy tarde porque él fue llamado de urgencia por uno de
sus marineros y dicen que se fue al muelle que estaba cerca de la residencia de
playa y se retiró en su yate.
No había nada que hacer. Estaba
desesperado. Me despedí de las bellas damas y aproveché que Luis Alberto de
Sajonia se retiraba a su residencia y me fui en su coche con él. Mi casa estaba
en silencio. No había nadie en ella. Me tomé una copa de vino y mientras miraba
a la luna, sentía un calor intenso. Sudaba a mares. Caminaba intranquilo de un
lugar a otro. Mis pálidas manos, se oscurecieron. El cabello gris aumentó. Todo
mi cuerpo se llenó de pelos. Estaba asustado. Mi rostro, lleno de pelos. El
olor a patchuli, me perseguía. Su saliva se había mezclado con la mía y sus
labios comunicaron esta fuerza que yo rechazaba y aceptaba a la vez. Qué me estaba pasando ¡Dios mío! Mis
mandíbulas se movían con fuerza. Ya no tenía control de mi persona. Abrí las
puertas del balcón y cuando quise gritar Yasmina, me salió un aullido que
podría matar de espanto a cualquier mortal. Salí de mi casa y no sé qué pasó el resto de la noche. Lo único que
puedo decirles es que terminé en las arenas de una playa
cercana, otra vez con mi rostro y mi cuerpo de humano, mientras unos pescadores
que me tildaron de loco, cubrieron mi cuerpo desnudo con un poncho.
Eddy Gamarra Tirado
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