lunes, 9 de febrero de 2015

Capítulo 7

Salema aleikun…Aleikun salema

Cuando nació Sandra, una de mis hijas, yo vivía en España y trabajaba en un pequeño periódico. Se presentó la oportunidad para viajar a Marruecos y cubrir las noticias sobre el pueblo Saharawi. Pensé que era un trabajo sencillo, pero no fue así. Se ejercía mucha violencia sobre los habitantes que vivían en carpas, hacinados. Los niños sufrían demasiado y no había ayuda de otros pueblos. Era un caos. El ejército marroquí no veía con buenos ojos a los periodistas de diferentes partes del mundo. No permitían que nosotros estableciéramos diálogo con la población saharawi. Si un periodista se acercaba demasiado a entrevistar a las mujeres, los resultados no eran halagüeños. En algunos casos éramos golpeados por soldados vestidos de civil. Una mañana, mientras filmábamos a los niños que no tenían qué comer, bajaron de un auto y lanzaron bombas lacrimógenas. La gente huyó, los periodistas también. Alguien me golpeó con un palo y después no recordaba nada hasta que cuando abrí los ojos, otros tantos me observaban. Un par de ojos negros, me miraban en silencio y cuando la miré me dijo “Salema aleikun”, y me ofrecía té. Parece que había estado varios días en las carpas de los amigos saharawi. Me lo dijo la buena mujer en un castellano perfecto. Le agradecía a la mujer de todo corazón. De pronto, sacó una fotografía y me la mostró. Me quedé sorprendido cuando la fotografía presentaba a dos personajes: mi amigo Jorginho; el otro era yo. Estábamos en el Cusco, en la Plaza de Armas. La mujer Saharawi, me contó que conocía al vendedor de diamantes desde hace varios años, cuando ella vivía con su hermana en Sierra Leona. Se enamoraron y tuvieron una hija que residía en el Perú con su padre. Ella no pudo salir de África porque todos sus familiares vivían juntos y tenían que enfrentarse al enemigo. Sin embargo, permitió que la niña viajara con su padre porque en aquel lugar no había oportunidad de salir con vida. Ella debería tener diecisiete años. Si yo pudiera viajar al Perú, me rogó que le entregara un camafeo, en cuyo interior estaba la fotografía de la madre y la hija.

Cuando los cascos azules nos rescataron, me propuse entregar ese camafeo a la hija de Jorginho. No conocía el nuevo domicilio de mi amigo, pero lo busqué mucho tiempo. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado, hasta que logré ubicarlo. Él vivía con su joven hija. Su nombre era Yasmina.

Sandra iba a estudiar en la Universidad complutense Danza contemporánea y Nicole estaba en París estudiando Literatura francesa. La mayor, Antonella, estudiaba en Roma, Arquitectura medieval y Simbología. Ellas eran mis hijas, que a pesar de ser hijas de diferentes madres, se querían mucho. Me hubiera gustado que ellas estuvieran juntas conmigo, pero las mamás no estaban de acuerdo. Solo esperaba su mayoría de edad para que pudieran conocer mi país. ¡Aleikun Salema!


Eddy Gamarra Tirado

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