martes, 24 de febrero de 2015


Capítulo 15

El mundo de Elisabetta di Sardegna

No sabía a ciencia cierta cuántos años tenía. Parecía que nunca envejecía y siempre estaba hermosa, radiante, coqueta. Destacaba por su inteligencia y capacidad de organización. Se casó con un viejo marino genovés, italiano como ella y con mucho dinero y propiedades. La buena fortuna de Elisabetta le permitió viajar por todo el mundo. Le fascinaba los países europeos, en especial, Hungría, Rumanía, Albania, Gran Bretaña, España. Un crimen que ocurrió en un pueblo de Rumanía, la comprometió con la muerte de varias muchachas del lugar. Ella sabía que no era una asesina. Sus antepasados, mataban a sus víctimas después de saciar su sed de sangre, pero había transcurrido varios siglos de esta nefasta historia de vampiros. Es más, los vampiros de antes, no comían. Solo bebían la sangre de sus víctimas. En cambio, los vampiros de hoy, tomaban sus alimentos con normalidad y una o dos veces al mes, se alejaban de las grandes ciudades y en los pueblos de campesinos, disfrutaban mordiendo a los jóvenes y doncellas, para no perder la costumbre.

Una prueba de la alimentación normal era Rowina que poseía un apetito pantagruélico y como postre, un poco de sangre, no le caería mal. Sin embargo, tenía un enemigo gastronómico: el pan con pollo y mayonesa que era como un veneno para ella y que la dejaba postrada durante días y que tenía que someterse a una rígida dieta: sangre y agua.

Cuando el esposo de Elisabetta pagó una fortuna para liberarla, ella empezó a investigar con la ayuda de un policía privado. Visitaron el viejo cementerio donde estaban enterradas  las muchachas y observaron las heridas de ellas. No solo tenían cortes en el cuello sino en todo el cuerpo. Estas heridas no correspondían a vampiros sino a un nuevo tipo de engendros que trabajaron controlados por los poderosos vampiros de antaño y cuyas características eran la ferocidad, la pereza, la hipocresía, la lascivia y la obsecuencia.

Y que eran diferentes a los lobos porque su piel era más dura, negra y no tenían principios. Siempre estaban cerca a los poderosos y no eran de confiar: los licántropos.
Elisabetta no se equivocó. Sabía que estos monstruos eran sus peores enemigos y que habían aumentado y estaban causando mucho daño en los pueblos de Europa. Cuando los licans fueron perseguidos por toda Europa, ellos huyeron a América y llegaron a la ciudad de los Reyes donde había una comunidad zooter y aquí se enquistaron.

El marido de Elisabetta murió y ella después de vender todas sus propiedades en Europa, consiguió un trabajo en la Universidad de Bergamo durante un año y después decidió viajar a la Ciudad de los Reyes por invitación de un amigo: Jorginho. Aquí conoció a dos amigas de su misma condición vampiresca: Rowina de Southampton y Alejandra del Cuadro. Se volvieron amigas inseparables y asistían con frecuencia a las fiestas que daba el Obispo de Canterbury y el Conde Jorginho. Como Elisabetta era muy rica, se compró una inmensa residencia en la Comunidad de San Patricio que tenía, sin lugar a dudas, la magia de los árboles y las flores y un espíritu medieval que le daba felicidad hasta que aparecieron los licans.

Sin lugar a dudas, las vampiras de hoy no eran como las de antes. Ellas no dormían en un ataúd. El sol no les quemaba, pero lo evitaban a toda costa. Odiaban el verano y las playas de día, pero les fascinaba , una vez que el sol se despedía diariamente a través del ocaso. El aire y la noche , además del flujo y reflujo de las olas,  las invitaba a pasear por la arena mojada, de repente, algún mortal indefenso, se paseaba por las playas solitarias.

Es cierto, también que ellas comen de todo, aunque frugalmente, salvo Rowina y su desmedido apetito y su pasión por el lomo saltado de estos lares que la animó a fijar su residencia en este país donde se come muy bien, tan bien que hasta los vampiros dejan la sangre por un apetitoso cebiche de pescado o tal vez, un ají de gallina que te invita a  dejar de chupar la sangre para refrescarte con una chicha morada helada.

Confieso que mis pensamientos gastronómicos los manifiesto,  porque veo los cambios de estas tres vampiras y su séquito, a pesar de que aquella noche cuando me retiraba del Atlantic, las tres amigas, me miraban con sus ojos lúbricos y sus colmillos sedientos de sangre. Menos mal que la presencia y el aullido de una bella loba, me salvó.

                                                                                                        Eddy Gamarra Tirado

No hay comentarios:

Publicar un comentario