Capítulo 15
El mundo de Elisabetta di Sardegna
No sabía a ciencia cierta cuántos
años tenía. Parecía que nunca envejecía y siempre estaba hermosa, radiante,
coqueta. Destacaba por su inteligencia y capacidad de organización. Se casó con
un viejo marino genovés, italiano como ella y con mucho dinero y propiedades.
La buena fortuna de Elisabetta le permitió viajar por todo el mundo. Le fascinaba
los países europeos, en especial, Hungría, Rumanía, Albania, Gran Bretaña,
España. Un crimen que ocurrió en un pueblo de Rumanía, la comprometió con la
muerte de varias muchachas del lugar. Ella sabía que no era una asesina. Sus
antepasados, mataban a sus víctimas después de saciar su sed de sangre, pero
había transcurrido varios siglos de esta nefasta historia de vampiros. Es más,
los vampiros de antes, no comían. Solo bebían la sangre de sus víctimas. En
cambio, los vampiros de hoy, tomaban sus alimentos con normalidad y una o dos
veces al mes, se alejaban de las grandes ciudades y en los pueblos de
campesinos, disfrutaban mordiendo a los jóvenes y doncellas, para no perder la
costumbre.
Una prueba de la alimentación
normal era Rowina que poseía un apetito pantagruélico y como postre, un poco de
sangre, no le caería mal. Sin embargo, tenía un enemigo gastronómico: el pan
con pollo y mayonesa que era como un veneno para ella y que la dejaba postrada
durante días y que tenía que someterse a una rígida dieta: sangre y agua.
Cuando el esposo de Elisabetta pagó
una fortuna para liberarla, ella empezó a investigar con la ayuda de un policía
privado. Visitaron el viejo cementerio donde estaban enterradas las muchachas y observaron las heridas de
ellas. No solo tenían cortes en el cuello sino en todo el cuerpo. Estas heridas
no correspondían a vampiros sino a un nuevo tipo de engendros que trabajaron
controlados por los poderosos vampiros de antaño y cuyas características eran
la ferocidad, la pereza, la hipocresía, la lascivia y la obsecuencia.
Y que eran diferentes a los lobos
porque su piel era más dura, negra y no tenían principios. Siempre estaban
cerca a los poderosos y no eran de confiar: los licántropos.
Elisabetta no se equivocó. Sabía
que estos monstruos eran sus peores enemigos y que habían aumentado y estaban
causando mucho daño en los pueblos de Europa. Cuando los licans fueron
perseguidos por toda Europa, ellos huyeron a América y llegaron a la ciudad de
los Reyes donde había una comunidad zooter y aquí se enquistaron.
El marido de Elisabetta murió y
ella después de vender todas sus propiedades en Europa, consiguió un trabajo en
la Universidad de Bergamo durante un año y después decidió viajar a la Ciudad
de los Reyes por invitación de un amigo: Jorginho. Aquí conoció a dos amigas de
su misma condición vampiresca: Rowina de Southampton y Alejandra del Cuadro. Se
volvieron amigas inseparables y asistían con frecuencia a las fiestas que daba
el Obispo de Canterbury y el Conde Jorginho. Como Elisabetta era muy rica, se
compró una inmensa residencia en la Comunidad de San Patricio que tenía, sin
lugar a dudas, la magia de los árboles y las flores y un espíritu medieval que
le daba felicidad hasta que aparecieron los licans.
Sin lugar a dudas, las vampiras de
hoy no eran como las de antes. Ellas no dormían en un ataúd. El sol no les
quemaba, pero lo evitaban a toda costa. Odiaban el verano y las playas de día,
pero les fascinaba , una vez que el sol se despedía diariamente a través del
ocaso. El aire y la noche , además del flujo y reflujo de las olas, las invitaba a pasear por la arena mojada, de
repente, algún mortal indefenso, se paseaba por las playas solitarias.
Es cierto, también que ellas comen
de todo, aunque frugalmente, salvo Rowina y su desmedido apetito y su pasión
por el lomo saltado de estos lares que la animó a fijar su residencia en este
país donde se come muy bien, tan bien que hasta los vampiros dejan la sangre
por un apetitoso cebiche de pescado o tal vez, un ají de gallina que te invita
a dejar de chupar la sangre para
refrescarte con una chicha morada helada.
Confieso que mis pensamientos
gastronómicos los manifiesto, porque veo
los cambios de estas tres vampiras y su séquito, a pesar de que aquella noche
cuando me retiraba del Atlantic, las tres amigas, me miraban con sus ojos
lúbricos y sus colmillos sedientos de sangre. Menos mal que la presencia y el
aullido de una bella loba, me salvó.
Eddy Gamarra
Tirado
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