lunes, 16 de febrero de 2015


Capítulo 11

31 de octubre


Stephen me había enviado con su chofer un libro llamado El libro de la selva de Rudyard Kipling. Dentro de la bolsa estaba un crisantemo y con una pequeña inscripción en alemán: Ich liebe dich. Me gustó bastante ese detalle tan particular en él. Papá había salido a la ciudad de los Reyes para hacer compras  y visitar a su amigo Stephen que había estado en Berlín para realizar  una entrevista con la canciller Angela Merkel. Me comentó que las tres muchachas de su amigo habían confirmado su asistencia a la cena que daba el  “Obispo de Canterbury”  en un palacio oriental.

A pesar de ser 31 de octubre en que los habitantes de La Ciudad de los Reyes celebraban El Día de la Canción Criolla, sin embargo muchas mujeres de todas las edades, desde ancianas, adultas, jóvenes y niños, se paseaban por los centros comerciales de la Gran ciudad, vestidas de brujas, duendes, príncipes, doncellas, faunos y silenos además de algunos personajes del mundo cinematográfico.

Ben, encargado de la fiesta del Obispo fue de la idea que los invitados llevaran disfraces y antifaces. Se iban a obsequiar serpentinas, chisguetes con los perfumes franceses más agradables, silbatos, globos y pica pica. Una fiesta pagana de carnaval. La orquesta, de primera; los vinos cabernet sauvignon estarían en las mesas de todos los invitados. Corcho libre, a pesar de los finos licores y una excelente atención que hacía de Ben un francés a carta cabal. Sin duda alguna, la fama del francés se había extendido por toda América y Europa. Tenía pendiente el matrimonio de la hija del magnate mexicano del cine, un amigo personal. Cuando yo era niña y recién había venido a la Comunidad, Ben visitaba constantemente a mi padre y me decía que él era mi tío. Así lo conocía yo como el Tío Ben. Yo sabía de su condición de zooter, que a pesar de ser pequeño, era sabio y solucionaba problemas que los otros no  podían realizar. Y, si en verdad, no había problemas, el Tío Ben, apostrofaba: “Deja las cosas como están”.

Era las nueve de la noche y salí de casa con mis tres hijas. Ellas estaban radiantes y bellas. Sus vestidos los habían adquirido en París, los zapatos en Italia y los jabones en España. El conde Jorginho les había regalado a cada una,  un par de aretes con incrustaciones de diamantes y esmeraldas, como buen padrino y amigo mío. Las joyas que alguna vez obsequiara a Lynn de Marec, eran apenas un pálido reflejo de lo que significaban los zarcillos de sus ahijadas. Antonella estaba contenta, Nicole, un poco asustada por lo que yo les comenté sobre los licans que iban a estar allí como guardaespaldas del Señor de Canterbury. En cuanto a  Sandra  ella esperaba encontrar a un bello galán que la cortejara. En su cartera, ella llevaba una pequeña pistola con balas de plata, para sentirse más segura en la fiesta si es que alguno de esos asesinos se atrevía a hacerle daño.

Antonella, llevaba unas hierbas que le obsequió su maestra Elisabetta di Sardegna en Roma, cuando se trató del estudio de los licántropos, sus peores enemigos. Mi hija me contó que la Bella Dama  iría a la fiesta en compañía de sus inseparables amigas Rowina de Southampton y Alejandra del Cuadro. Yo le había contado que ellas eran vampiras. Dormían en las mañanas. No le temían al sol, sin embargo, preferían salir en las noches por el tipo de trabajo que tenían y por sus especialidades en la Universidad de La Ciudad de los Reyes. Tanto Antonella como Nicole y Sandra llevaban un bello crucifijo en el cuello. Estos crucifijos los compré en la ciudad de Belén y eran de madera con incrustaciones de plata. Una buena defensa contra los vampiros y contra los licans.

Habíamos llegado al palacio oriental. Estacioné el coche y bajamos los cuatro. Yo estaba vestido como un príncipe árabe y unos antifaces negros. La vestimenta me permitía llevar algunas armas de defensa contra esa manada inicua que había pretendido hacer daño a Yasmina. Su padre me contó el incidente que no llegó más lejos por respeto al Obispo de Canterbury. Pero esta vez estaba en territorio neutral y todos los zooters de la Congregación Dinos, estaban preparados para una gran batalla. En cuanto a mis hijas, ellas estaban vestidas como Morgana, Endora y Tábata, tres brujas  amigas que llevaban esos nombres por algunos personajes de la historia de Inglaterra. Estaban bellísimas y recibían las miradas de muchos personajes que portaban antifaces. Las tres usaron el perfume último de Carolina Herrera VIP,  para que yo pueda identificarlas, por razones obvias.

Nos recibió Ben. Él estaba acompañado de dos damitas chinas e ingresamos al recinto que tenía una larga alfombra púrpura. En las paredes, había cuadros de batallas de algún dios contra los mortales. El pasadizo tenía columnas griegas pero con bellos jarrones chinos. Al final del sendero oriental se observó grandes jardines alrededor y en la parte central estaban las mesas decoradas de blanco y rojo. Las copas relucían y la vajilla destacaba por su calidad. Era un lugar de primera. Una de las damas chinas nos llevó a una mesa donde nos sentamos los cuatro. Cada mesa era para diez personas. En ella estaban los nombres de los invitados. Sandra curioseó para ver si encontraba a alguien conocido. Me leyó los nombres y allí estaban el Conde Jorginho, mi gran amigo y su hija la condesa Yasmina. Quiénes eran los otros cuatro. No lo sabía. Siguió leyendo y estaba también, el conde Nolberto de Paracatú, mi gigante amigo, Benjamín, el anfitrión, el Auditor Mayor del Reino, conde Hectorius y uno de los hombres de confianza del Obispo de Canterbury. Le iba a preguntar a Ben porqué había puesto a este siniestro personaje en mi mesa. La fiesta anterior, también estaba en la mesa. Me incomodé bastante y esperé que viniera Jorginho para preguntarle si él lo había invitado a la mesa.

A los pocos minutos ingresó Jorginho con su hija. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Allí estaba Yasmina, con la mirada de sus ojos negros y sus guedejas que caían sobre sus hombros. Tenía al igual que mis hijas, pendientes con incrustaciones de diamantes y esmeraldas. Llevaba una cartera grande y también un crucifijo de plata en su cuello. Le gustaba pintarse las uñas con matices de color vino y escarchas plateadas. Me hubiera gustado que se sentara a mi lado pero estaba al frente y al lado de Antonella. Luego  vino Nolberto, el conde y el pequeño Auditor. Solo faltaba una silla, hasta que llegó el callado e infausto personaje. Antes de que viniera, me comentó Jorginho que este miserable estaba enamorado de su hija y que había solicitado al Obispo lo incluyera en nuestra mesa. Tal vez no sabía el protervo intruso que los lobos tienen un olfato tan fino que Dios nos dio para distinguir a los buenos y a los malos.

En una mesa cercana vi a Elisabetta di Sardegna, quien nos miraba de reojo. Era muy bella y todas las integrantes de la mesa se subordinaban a ella. Allí estaba también circunspecta y observadora, Alejandra del Cuadro; Rowina y sus labios carnosos sonreía con una timidez lasciva. En su mesa estaban sus “loncheras”, pálidas y marfilinas. Eran  tres profesoras escocesas que estaban en la residencia de Elisabetta. Ella las había acogido en su palacete y eran, sin duda, un excelente potaje  para las tres vampiras que se alimentaban de sangre de mujeres solteronas, viudas o divorciadas. La que se salvó era una dama alta, también escocesa, llena de pecas, pero muy precavida .

 Tenía en su cuello la cruz de San Anselmo, que se la dio un sacerdote de Edimburgo. Con razón, Elisabetta no le invitó a su palacete. Además de ellas estaba una amiga de las tres sanguinolentas vampiresas, Asteris de Fatma, una mujer de Sierra Leona que estuvo en la fiesta anterior que dio el Obispo de Canterbury en el Atlantic. Parece que en cada mesa había un espía. En esta,  teníamos a una mujer de tez morena que trabajaba con el Conde Hectorius y que miraba y escuchaba con demasiada  exageración. Rowina le decía en el oído a Elisabetta si ella la había invitado. Esta le contestó Be careful!...It´s a monkey.

Quién sería la persona que se encargaba de tener a alguien para recabar información para la autoridad. A decir verdad, nadie estaba atentando contra las autoridades de la comunidad. Los enemigos deberían ser fantasmas, porque no había nada contra ellos. Lo que sí me atrevo a decir es que nuestros únicos enemigos eran los licans.

Allí estaban esos nefastos personajes. Estaban muy elegantes y llevaban el crucifijo para advertirles a las vampiras que estaban preparados. Entre una mesa y otra,  Frosine, pálida y blanca le decía a un caballero de cabello corto y antifaz marrón que si en verdad,  ella era la más bella de la fiesta. Esta llevaba en su cuello blanco dos puntitos rojos que fueron percibidos por este amigo mío que estaba encubierto en la cena de gala. Frosine fue una invitada de Rowina durante mucho tiempo, pero después desapareció de la comunidad hasta que la vimos en esta noche. Debo advertir que Frosine no estaba en la mesa de Elisabetta. Deambulaba de mesa en mesa contándole  a la gente que era bella e inteligente, pero la gente era envidiosa. Además, afirmaba con una mirada etérea que no había en la Comunidad, mujer más brillante que ella… ¿Qué le hicieron a la pobre mujer?

En una mesa cerca a la orquesta, ubiqué al gracioso personaje que saludaba a las jóvenes de la fiesta: “Hola ñata bandida”. Esta vez, estaba vestido con un disfraz marrón y sus lentes gruesos. Su aspecto zooter de anuro lo guardó en su conciencia. No era ni bueno ni malo. Siempre con un espíritu servil y libidinoso. Cada vez que veía alguna doncella, le lanzaba el saludo impúdico y trataba de apachurrarla. Esta actitud le costó muchas bofetadas que al final terminaba huyendo como un sapo para refugiarse en el jardín y algún charco de agua sucia.

En la mesa del Obispo de Canterbury estaban sus invitados, que eran gente del gobierno. También vi a los hermanos de Sajonia. Uno de ellos se acercó a mi mesa para saludarme. Me contó acerca del sacrificio de la pobre yegua que fue apedreada por unos vándalos del mercado de las pulgas. Estaba muy apenado por este hecho sangriento y prometió realizar investigaciones para dar con los culpables.

La música sonaba y los enmascarados y enmascaradas bailaban. Casi todos estaban con antifaces y algunos era irreconocibles. La mejor vista en este momento era el olfato. Así podíamos identificar a las personas, en especial a Varko y sus secuaces. Uno de ellos, Varul, pretendió sacar a bailar a Yasmina, pero ella le negó. Insistió bailar y Antonella le increpó “¡No sabes lo que significa: Noo!” Varul se retiró con los ojos desorbitados. En la mesa cercana, Elisabetta, que conocía a su discípula, reía a mandíbula batiente. Las otras dos miraban con odio al gigante lican. Yasmina me miró y sonrió. La saqué a bailar y me contó que estaba contenta con mis hijas. Miraba sus ojos y a través de ellos sentía una pasión fuerte e incontrolable. Ella se acercó a mí y me besó en la mejilla, mientras me apretaba un poco la mano. Me advertía de las miradas de Libak y Vudko. Ellos pretendieron sobrepasarse con Yasmina y habían amenazado a su padre.

No se imaginaban del poder de Jorginho. Su profundo conocimiento de las plantas, le permitió desarrollar una defensa biológica que se aplicaba en las guerras  y estaban prohibidas. Él solo se atrevía a usarlo contra enemigos como los licans y estaba preparado. Los árabes quisieron pagarle sus descubrimientos. De igual manera, los norteamericanos. Menos mal que él no se atrevió a venderles porque sabía que iban a tener mal uso. No estaba de acuerdo con la guerra. Siempre buscaba la paz hasta que se cruzaron en su camino la parte más feroz de su raza: los licántropos.

Yasmina fue al tocador con Nicole y Sandra. Antonella se acercó a la mesa de su profesora para saludarla. Elisabetta se sintió incómoda cuando vio el crucifijo de madera y plata que llevaba su discípula. Antonella que sabía por información de su padre que aquella era vampira, se retiró rápidamente a nuestra mesa y luego se dirigió al tocador para arreglarse el cabello. Una vez que salió, fue a buscar a las chicas al jardín y cuando las ubicó, ellas conversaban alegremente. Estaban sentadas en una banca. Antonella se acercó y en ese momento, salió detrás de un árbol, Varul y le tapó la boca a Antonella. Yasmina percibió el peligro y vio que el gigante se llevaba a mi hija. Corrió tras de él junto con Nicole y Sandra. Frente al jardín estaba el bosque de los chinos y el lican arrastraba a Antonella. A medida que Yasmina avanzaba,  su piel iba cambiando y su rostro, también. Igual sucedía con las otras dos muchachas.

Cuando Varul percibió que era perseguido por tres lobas, la cólera y la indignación de la mayor de mis hijas, la cambió tan rápido que mordió al miserable licántropo que rugió de dolor y rabia. Las lobas rodearon al gigantesco animal que se había convertido y abría sus fauces llenas de una baba oscura. Ellas eran tan veloces y estaban  indignadas contra ese monstruo. Yasmina atacó a Varul  y lo tumbó. Cuando las lobas iban a morder al lican, aparecieron Varko , Libak y Vudko transformados en tres licántropos que estaban dispuestos a destrozar a la manada. Varko atacó a Nicole y la arrojó contra un árbol. Libak y Vudko se enfrentaron a Sandra y Antonella. Estos dos licans eran más grandes que las dos, pero ellas se desplazaban con velocidad y no se dejaban morder por estos engendros de Satanás. Un descuido de Sandra hizo que Vudko saltara sobre ella sobre sus espaldas. En ese preciso instante, este recibió un balazo que le hirió una pata. Cuando ellos voltearon, estaba Jorginho con un arma corta acompañado del conde Nolberto y Ben que lo había visto todo. Jorginho sacó otra arma y apuntó contra Libak, como este era un cobarde, huyó por el bosque con los otros animales de su calaña.

Yo estuve atento a lo que pasaba y lo más emocionante era ver a Nella, Sandy y Nicole enfrentarse a los licans. No sabía que ellas también eran zooters. Cuando me acerqué a ellas , tenían los vestidos rasgados y fui al coche a traer unas mantas para las tres. Lo mismo hizo Jorginho con Yasmina. Le susurró unas palabras en árabe y la llevó a su coche. Ella obedeció no sin antes mirarme con dulzura. Nicole estaba golpeada y era atendida por sus hermanas. A los pocos minutos, se acercó Hectorius convertido en un enorme cuy de pelo blanco y crema y dispuesto al combate. Sus conocimientos de Química le permitieron fabricar unas armas especiales que siempre llevaba consigo para estas ocasiones. En el balcón estaba Elisabetta y sus dos amigas,  contentas por la fuga de los licans, sus enemigos más encarnizados.


Jorginho me sugirió llevar a las muchachas a su castillo. No quisiera otras sorpresas de Varko y sus matones. La guerra estaba declarada. Necesitábamos prepararnos porque estos asesinos atacaban a cualquier hora del día. La noche de Halloween continuó en el chifa hasta altas horas de la madrugada donde por la euforia del baile, los disfraces fueron remplazados por la comunidad zooter  que comprendía gatas, aves de todos los colores, tejones elegantes, monos y monitas, felinos y equinos, anuros y palomas que saludaban a un manso oso greezly que estaba contento y preguntaba por Varko y sus secuaces. No sé dónde estaba Vudko y me preocupaba bastante su desaparición, porque no fue con los otros.

Eddy Gamarra Tirado

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