Capítulo 45
La boda
El
matrimonio se celebró en el gran salón del castillo del Conde. El Obispo de
Canterbury no estaba en San Patricio. Se fue a Bolivia donde le gustaba estar.
Allí vivían la mayoría de sus hermanos religiosos. Entonces, la boda la dirigió
el Auditor Mayor del Reino, el Conde Hectorius, en remplazo del Conde Jorginho,
Jefe Político de la Comunidad.
Asistieron
los amigos más cercanos como El Tío Ben, El Conde Nolberto, Lapitt de Sajonia,
Don Juan de Aviraneta, El Marqués Ludwig y Marietta, Simonal de Matto Groso.
Entre las damas, además de mis hijas, estaban Lynn de Marec, Irascema do Bahía,
la Marquesa de Castelforte, Caterina de Montebianco, Elisabetta di Sardegna y algunas personas de confianza del Conde, ya
sean campesinos o amigos míos. El Gran Salón estaba radiante. Las flores más bellas
de este lugar adornaban las mesas. Había rosas y crisantemos, orquídeas, tulipanes y muchas más. Obviamente, las
brujitas, las hadas y mis tres trasgos eran parte de la familia. Ellos y ellas
cantaron a la hora del Sí, aquella bella
canción que nos gustaba a Yasmina y a mí: The sound of music. Esta canción la escuchamos en una
película sobre la familia Trapp, que
huía de los nazis.
La
música era importante para nosotros, es por eso que invitamos a varios
artistas. Uno de ellos era el gran saxofonista de jazz, Oswald Canal que improvisó una melodía popular
al estilo de John Coltrane. Juan de Aviraneta,
cerca de Nella, escuchaba extasiado la interpretación del artista. Todos
estaban contentos. La comida fue de esta región, considerada como una de las
mejores comidas del mundo. Vino, Whisky y cerveza, además de refrescos, fueron las principales bebidas que se
sirvieron en la boda. El más contento con la comida fue Ludwig, excelente
gourmet quien emocionado, solicitó le permitieran cantar una bella melodía para los novios. Una vez que tuvo el micro en
sus manos, se puso nervioso y solo le salió de lo más recóndito de su
naturaleza zooter un sentimental kikirikíii. Todos aplaudimos y Ludwig un poco
avergonzado degustó un plato con asado, puré y arroz, además de un vaso de
cerveza . A los pocos minutos, se quedó dormido en la silla, al lado de la
bella Marietta.
Yasmina
estaba muy feliz y bailó conmigo, con su padre y sus tíos. Mis hijas se
divirtieron como nunca. Juan de Aviraneta bebió abundante cerveza para darse
ánimo y decirme que estaba enamorado de mi hija Antonella y si podía visitarla
como su novia. Sin embargo, no midió los vasos que bebió y lo postergó para
otro momento. Yasmina que también leía el pensamiento, se reía y le comentaba a Nella que Juan se
excedió en copas y postergó su conversación seria conmigo. Nella sonreía y
llamaba a su galán para que no siga bebiendo tanto y que la sacara a bailar.
Juan era de buen comer y pidió a los mozos le sirvieran un lomo saltado y un
vaso de chicha morada heladita. Los duendecillos se reían del apetito de Juan
de Aviraneta y lanzaban higos sobre la cabeza de Ludwig para que se despierte.
La buena puntería de Collins dirigió el higo sobre la frente de Ludwig, este
despertó y le dijo sus palabras mágicas a Marietta: “Dos cosas puntuales”,
Marietta reía y su amado también. Collins se escondió debajo de la mesa, como
Ludwig no ubicó al duendecillo vivaracho, esta situación le abrió el apetito y
fue a la mesa y se sirvió un plato de ají de gallina y una cerveza helada.
Antes de ir a disfrutar de ese exquisito potaje, le preguntó al mozo que
atendía si había helados. Cuando recibió la respuesta afirmativa, se fue
contento dando su pasito tun tun. Marietta gozaba con las ocurrencias de
Ludwig. Aunque ella estaba embarazada, el que tenía apetito era su esposo.
El
Conde Nolberto no comió mucho porque estaba a dieta. El Tío Ben era muy frugal
en el comer, pero un bebedor empedernido cuando se trataba de vino; y si era francés, mejor. En el caso de
Hectorius, su apetito voraz se manifestó a través del cebiche tiradito, una
causa rellena con pescado frito, un cabrito con frejol y arroz, cerveza helada
para remojar los potajes, una ensalada de fruta con miel y cereales y para
cerrar helados y café. Menos mal que el Conde Hectorius era un bailarín de primera
y bailaba con Irascema do Bahía y la Marquesa de Castelforte, sus grandes amigas.
Lapitt
de Sajonia bebía cerveza con Jorginho y le contaba de sus últimos viajes de
negocios por la selva de Junín. Lamentaba que su hermano no haya sido invitado.
Lamentablemente a pesar de ser un buen cristiano, pertenecía al grupo intermedio que había
apoyado a los licans. Lapitt entendió las explicaciones que Jorginho le daba y para
olvidar sus penas cantaba canciones andinas que le hacían recordar alguna
vicuñita de alta puna. Aunque Lapitt tenía fama de mujeriego, habría que
preguntarle a quién le cantaba esa melodía que también la conocía Jorginho.
Eddy
Gamarra T.
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