Capítulo 53
El regreso
Luego
de despedirnos de todos los buenos habitantes de la Colina azul, que nos ofrecieron frutas variadas y hermosas
orquídeas que crecían en los cantos de la fuente de la paz, bajamos con los
obsequios y llegamos a la puerta de las ciervas. Otra vez la voz estentórea
pronunció “¡Hebaristo!...el unicornio blanco contestó: “El sauce que murió de
amor”. La pared gigantesca se abrió y cruzamos la frontera y la pared se cerró.
Estaba amaneciendo y Maluxa, Andreinha y Janice espolvorearon las casas de
nuestros enemigos y el sueño continuó para ellos por varias horas más.
Mi
familia se quedó en la casa del Conde para tomar un rico café de Chanchamayo y
tamales de Casma. Yasmina y yo acompañamos al Maestro a su morada y antes de
que yo le solicitara su permiso para poder tener mis clases con el profesor de
violín de la Colina azul, me sorprendió y me dijo con su voz suave y apaciguada
que podía ir a recibir clases de violín,
pero con Yasmina, porque solamente ella
podía recordar la clave, que nosotros ya habíamos olvidado. Ella sonreía con
dulzura y me abrazó. Le agradecimos al Maestro de San Patricio por todo lo que
hacía por nosotros. Regresamos a casa y en el camino nos encontramos con
Ludwig, Marietta y su pequeño niño que tendría de tres a cuatro meses. Ellos
viajaban en un burrito y se dirigían a la tienda que tenían en San Patricio.
Sin duda, la mayoría de la población de San Patricio era vegetariana. No podían
comer animales porque formaba parte de su naturaleza zooter. Lo único que ellos
podían comer era pescado, siempre y cuando no pescaran ni los sábados ni los
domingos en que muchos habitantes de San Patricio solían ir a la playa de las
gaviotas. Entre los peces prohibidos en la pesca estaban las lornas, cojinovas
y corvinas porque varias de nuestras habitantes tenían esa constitución zooter;
sin embargo los meros, robalos, ojos de uva, reinetas, chitas, congrios y otros
riquísimos peces se consumían al igual que mariscos que el mar de la playa de
las gaviotas nos brindaba. El plato preferido era el cebiche. Teníamos limón y
ají limo, cebolla y sal que nuestras tierras ofrecían. Ludwig los vendía en su
tienda y preparaba al mediodía un suculento cebiche para Marietta y él y
después de una refrescante chicha morada, se quedaba dormido como una hora y
cuando su esposa le cortaba el sueño, despertaba con un sonoro ¡cocorocóoo! Sin
haber tomado la forma de gallo.
Eddy Gamarra T.
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