lunes, 27 de abril de 2015

Capítulo 53
El regreso

Luego de despedirnos de todos los buenos habitantes de la Colina azul,  que nos ofrecieron frutas variadas y hermosas orquídeas que crecían en los cantos de la fuente de la paz, bajamos con los obsequios y llegamos a la puerta de las ciervas. Otra vez la voz estentórea pronunció “¡Hebaristo!...el unicornio blanco contestó: “El sauce que murió de amor”. La pared gigantesca se abrió y cruzamos la frontera y la pared se cerró. Estaba amaneciendo y Maluxa, Andreinha y Janice espolvorearon las casas de nuestros enemigos y el sueño continuó para ellos por varias horas más.

Mi familia se quedó en la casa del Conde para tomar un rico café de Chanchamayo y tamales de Casma. Yasmina y yo acompañamos al Maestro a su morada y antes de que yo le solicitara su permiso para poder tener mis clases con el profesor de violín de la Colina azul, me sorprendió y me dijo con su voz suave y apaciguada que podía ir  a recibir clases de violín, pero con Yasmina,  porque solamente ella podía recordar la clave, que nosotros ya habíamos olvidado. Ella sonreía con dulzura y me abrazó. Le agradecimos al Maestro de San Patricio por todo lo que hacía por nosotros. Regresamos a casa y en el camino nos encontramos con Ludwig, Marietta y su pequeño niño que tendría de tres a cuatro meses. Ellos viajaban en un burrito y se dirigían a la tienda que tenían en San Patricio. Sin duda, la mayoría de la población de San Patricio era vegetariana. No podían comer animales porque formaba parte de su naturaleza zooter. Lo único que ellos podían comer era pescado, siempre y cuando no pescaran ni los sábados ni los domingos en que muchos habitantes de San Patricio solían ir a la playa de las gaviotas. Entre los peces prohibidos en la pesca estaban las lornas, cojinovas y corvinas porque varias de nuestras habitantes tenían esa constitución zooter; sin embargo los meros, robalos, ojos de uva, reinetas, chitas, congrios y otros riquísimos peces se consumían al igual que mariscos que el mar de la playa de las gaviotas nos brindaba. El plato preferido era el cebiche. Teníamos limón y ají limo, cebolla y sal que nuestras tierras ofrecían. Ludwig los vendía en su tienda y preparaba al mediodía un suculento cebiche para Marietta y él y después de una refrescante chicha morada, se quedaba dormido como una hora y cuando su esposa le cortaba el sueño, despertaba con un sonoro ¡cocorocóoo! Sin haber tomado la forma de gallo.


                                                                                                                                     Eddy Gamarra T.

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