Capítulo 52
La fuente de la paz
Al
ingresar el unicornio blanco y toda la familia, se hizo de día en la colina
azul. No existía la noche en este mágico lugar. El hermoso camino tenía a ambos
lados flores. Las había de todo color. Allí estaban las margaritas, las rosas,
los claveles y las dalias. Seguían avanzando y el jazmín y los azahares de
novia despedían su aroma y envolvían la cabeza de Antonella que estaba próxima
a casarse. Yasmina me cogió de la mano y las cucardas, los crisantemos y las
sensitivas hacían una especie de venia ante la presencia de la princesa
saharawi. Poco a poco el camino se abría en subida y las buganvillas y los
tulipanes se movían de un lado a otro para saludar al unicornio y su séquito de
amigos. Si alguno de nosotros tuviera un corazón malo, no habrían podido
ingresar a la colina azul, nos dijo el unicornio. Mis pequeños trasgos se
asustaron y me dijeron que ya no se iban a portar mal nunca más. Continuamos
observando la belleza y las alfombras de flores del camino dieron paso a las
poncianas, los pinos y los álamos. Allí estaban los árboles frutales. Aquí, la
tierra es fértil y cualquier fruta puede crecer. No importa si es de la costa,
la sierra o de la selva, nos explicaba el unicornio. Allí tenéis los
naranjales, los limoneros y manzanos que os dan la bienvenida. A la voz del
unicornio, las ramas, las hojas y los frutos de los árboles se balanceaban. Los
platanales, los árboles de la papaya, duraznales, saludaban al unicornio y
amigos. Micki, Tanger y Collins, preguntaban si había higos, y el maestro de la
Comunidad les manifestaba que no solamente higos sino mangos, fresas,
chirimoyas, guanábanas, fresas, cocona, aguaymanto y uvas que estaban en
diferentes lugares de la colina. Los habitantes de este lugar estaban llenos de
bondad y de amor y la mayoría eran adultos y ancianos que se alimentaban de
agua, verduras y frutas. Todos eran zooters y los primeros habitantes fueron
los ciervos y ciervas. Estaban las aves, los peces, mamíferos y otros animales,
siempre y cuando no hayan tenido un pasado de violencia, engaño, estupro y
ambiciones desmedidas.
Mientras
avanzábamos y subíamos por la colina aparecieron hombres y mujeres vestidos
como aldeanos y aldeanas de la región del Colca con sus vestidos multicolores y
sus hermosos sombreros. Nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron agua en
cántaros y frutas de todo tipo. Además de las mencionadas estaban los higos-la
delicia de los duendecillos-, los melocotones, pacaes, ciruelas, nísperos,
guayabas, melones, pepinos, cocos, sandías, peras y tunas que no eran las
únicas. Nos sentamos en una mesa inmensa que pusieron cerca de sus casas y
compartimos todos nosotros, ellos y ellas. El unicornio no se metamorfoseó,
porque solamente Yasmina y yo sabíamos el secreto. Todos estábamos satisfechos.
Mariana, Ulrico y Mahama reían y lloraban de felicidad por nuestra presencia.
Después del compartir, los habitantes de la colina azul, continuaron con su
trabajo de agricultura, tejido, pintura, música y otras actividades. Allí
conocí a un violinista que viajó por todo el mundo y después ingresó a La
Comunidad de la Paz en San Patricio. Le conté mi interés por el violín. Las
circunstancias, el trabajo y los problemas con los licans me había alejado de
él como cinco meses y necesitaba continuar porque el profesor de violín que
tuve, se fue sin decir nada y allí estaba el instrumento, abandonado como el
arpa de la rima siete de Bécquer, un poeta romántico español. Tendría que venir
una vez a la semana si es que el maestro no se oponía.
Era
el momento de subir a la cima y conocer la fuente de la paz. Después de ubicar
a Micki y sus hermanos, nos dirigimos a la fuente mágica. Ella estaba rodeada
por pinos y álamos y era como una lagunita de un color bellísimo y recibía las
aguas de unas aberturas que salían del cerro y formaban una caída de agua cuyo
grato sonido ingresaba por todos los orificios de nuestro cuerpo y nos
entregaba una música solo parecida a la que planteaba un sabio griego y que
algunos astronautas la escucharon en el espacio. Ahora faltaba bañarnos. Nos
desnudamos. No había vergüenza. Era como el edén antes del pecado de Adán y Eva.,
Nadamos juntos Yasmina y yo. Nos prometimos amor eterno y sellamos con un beso
la felicidad que la fuente de la paz nos brindaba.
Eddy
Gamarra T.
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