lunes, 27 de abril de 2015

Capítulo 55
El ataque de las serpientes

Agnezka de los Milagros olvidó por un tiempo las amenazas que proferían los licans y las secuaces de Anulia. Ella, un tanto cándida, se atrevió a pasear por territorio prohibido. Las vampiras no lo habrían hecho solas, pero Agnes,  distraída con las plantas raras que veía por aquella zona, olvidó las advertencias de Alejandra, la mayor de las vampiras. Justamente, la anaconda tomaba aire enroscada entre las ramas de una ponciana y vio a la vampira que recogía hierbas desconocidas para estudiarlas en su laboratorio. Se  deslizó suavemente, se dirigió a la casa de Anulia, la vieja cobra y se pusieron en comunicación con Asteris. Las tres transformadas en serpientes, se dirigieron al lugar donde la noble Agnezka disfrutaba recogiendo plantas para su estudio. La rodearon y se lanzaron contra ella. La mamba negra, le mordió el brazo y la anaconda la envolvió rápidamente para triturarla y destrozarle sus huesos. La desdentada cobra le pidió a la anaconda que no la mate todavía y que sea ella, Anulia la que le dé la mordida final como parte de la venganza por la muerte de Bozzena, la serpiente pitón. Agnezka solo atinó a pedir auxilio a su jefa que tenía el poder de leer el pensamiento. Elisabetta ya había captado el pensamiento de los ofidios y con la ayuda de Jorginho con quien había estado conversando, se dirigieron velozmente al lugar donde estaban las serpientes. No contaban con la presencia de Yasmina que se les había adelantado y como una loba se lanzó contra la vieja Anulia, que obligó a la anaconda soltar a la pobre agnezka que se estaba asfixiando, para defender a su amiga. La cobra con movimientos lentos no pudo repeler el ataque de la loba, quien estaba furiosa y la cogió de la cola y la estrelló contra el árbol. La mamba negra intentó atacar a Yasmina, pero en ese momento cayeron sobre la anaconda y la mamba, Elisabetta y el viejo lobo gris con tanta rabia que las serpientes retrocedieron. Lurok que estaba observando el combate, aprovechó para llevarse a su madrina lo más rápido posible. Yasmina subió a Agnezka sobre su lomo y la sacó del lugar antes de que llegaran los malditos licans. Jorginho y Elisabetta iban detrás de Yasmina que se dirigía al castillo, para que su padre que era un experto en antídotos para serpientes, la curara. La mordida de la mamba negra era mortal y solo Jorginho que alguna vez fue amante de Asteris en Sierra Leona, le robó su secreto para combatir la mordida letal.

Ni bien llegaron al castillo, Jorginho pidió a las brujitas y los duendes para que pusieran en aviso a todos los Dinos y estuvieran en guardia ante un posible ataque de los licans. Antonella, Nicole y Sandra fueron al castillo y dejaron a Ghara y Harally en guardia por si ocurriera algún problema. Don Juan de Aviraneta llegó armado hasta los dientes,  cuando recibió la información de Micki y sus hermanos. Los duendecillos le habían dicho que la guerra había empezado y que Antonella corría peligro. Tuve que llamarles la atención a estos nomos que hasta en los momentos difíciles jugaban bromas a la persona más seria como Juan de Aviraneta. Una vez que vio a Nella y sus hermanas, recién pudo respirar y buscaba a los duendecillos para darles una zurra de padre y señor mío que el pobre Aviraneta en su rápido desplazamiento, tropezó con una pelota de fútbol y cayó en el cemento. Así golpeado y con un profundo dolor de espalda se dirigió dispuesto a morir por su amada.

Agnezka fue curada por el Conde y las vampiras estaban muy agradecidas. Ella necesitaba mucho reposo y sus compañeras se encargaron de cuidarla no sin antes declarar guerra a muerte contra Anulia y sus secuaces. Maribella que solamente salía de noche, fue la encargada de cuidar de Agnezka. Elisabetta invitó al Conde Jorginho a una cena donde pudieran conversar con más libertad las vampiras y los Dinos. El silencio de los licans les preocupaba demasiado. No se sabía nada del regreso del Obispo de Canterbury para que sus asesores pudieran interceder en la venganza nefasta de los despiadados asesinos.


                                                                                                                               Eddy Gamarra T.

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