Capítulo 54
Ramona
Yasmina
Salió con su padre temprano, al día siguiente. Busqué mi violín y el libro de
melodías que me había entregado el profesor Ackerman para practicar. Allí
encontré una melodía llamada Ramona.
No es un nombre para esta época. Es el nombre de una canción. Sí, una bella
melodía que mamá cantaba mientras tejía. Yo la escuchaba en las tardes, después
de almuerzo. Nunca le hice notar que escuchaba aquella canción cuando ella la
tarareaba. Es tan hermosa, tan tierna y tan suave como el carácter de mamá. Cuando
ella la cantaba, la tarde se detenía. No había otro sonido en mi corazón que
las cálidas notas de esta canción que jamás la he escuchado en la radio, ni en
los discos, casetes o discos compactos. ¡No!...no es mi imaginación. No la
estoy inventando. La tengo dentro de mí como si fuera una flor que nunca se
mar
Era
la única canción que mi madre cantaba. No escuché otra. Suficiente para mí y
llenaba mis oídos como las voces que debe tener el amor de madre. Era el
paraíso, mi mundo interior. No se me ocurrió preguntarle quién era el
compositor o si su madre, la cantaba también. ¿ Dónde la aprendió?...¿Quién se
la enseñó?...¿Por qué la única canción? Nunca tuve respuestas para estas
preguntas que no hice. Se llevó el secreto consigo.
El
solo hecho de escuchar Ramona, de
escuchar esta canción, se abre ante mis ojos, los recuerdos de mi niñez. Sus
compases reflejan el paso cansino y la voz tierna de mamá. Ella ya no está y
mientras escribo estas palabras, la veo en la pantalla que me sonríe y me
entran unas ganas de llorar. Una amiga me comentaba que siempre que se acerca
su cumpleaños, ella se pone triste. Afloran los recuerdos. Debería estar
alegre, pero no se explica por qué en los días en que uno debe disfrutar del
cariño de los suyos y de todos aquellos que lo estiman, tenga que ocurrir estas
cosas.
Este
torpe estudiante de violín, que encontró en la antología del profesor, la canción que su madre siempre tarareaba,
todas las noches, en silencio, ante la dulce mirada de Yasmina, entre el
sonsonete de las cigarras, toma el arco y el violín y trata de robarle al
pentagrama las notas suaves que siempre escuchó cuando niño y, ahora, en sol mayor desliza con cuidado el
arco y frota sus tristezas a través de las cuerdas del pequeño instrumento que
siempre está a su lado y pronuncia con el apoyo de las negras y las blancas,
además de silencios, el nombre de Ramona.
Eddy Gamarra T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario