lunes, 27 de abril de 2015

Capítulo 54
Ramona

Yasmina Salió con su padre temprano, al día siguiente. Busqué mi violín y el libro de melodías que me había entregado el profesor Ackerman para practicar. Allí encontré una melodía llamada Ramona. No es un nombre para esta época. Es el nombre de una canción. Sí, una bella melodía que mamá cantaba mientras tejía. Yo la escuchaba en las tardes, después de almuerzo. Nunca le hice notar que escuchaba aquella canción cuando ella la tarareaba. Es tan hermosa, tan tierna y tan suave como el carácter de mamá. Cuando ella la cantaba, la tarde se detenía. No había otro sonido en mi corazón que las cálidas notas de esta canción que jamás la he escuchado en la radio, ni en los discos, casetes o discos compactos. ¡No!...no es mi imaginación. No la estoy inventando. La tengo dentro de mí como si fuera una flor que nunca se mar

Era la única canción que mi madre cantaba. No escuché otra. Suficiente para mí y llenaba mis oídos como las voces que debe tener el amor de madre. Era el paraíso, mi mundo interior. No se me ocurrió preguntarle quién era el compositor o si su madre, la cantaba también. ¿ Dónde la aprendió?...¿Quién se la enseñó?...¿Por qué la única canción? Nunca tuve respuestas para estas preguntas que no hice. Se llevó el secreto consigo.

El solo hecho de escuchar Ramona, de escuchar esta canción, se abre ante mis ojos, los recuerdos de mi niñez. Sus compases reflejan el paso cansino y la voz tierna de mamá. Ella ya no está y mientras escribo estas palabras, la veo en la pantalla que me sonríe y me entran unas ganas de llorar. Una amiga me comentaba que siempre que se acerca su cumpleaños, ella se pone triste. Afloran los recuerdos. Debería estar alegre, pero no se explica por qué en los días en que uno debe disfrutar del cariño de los suyos y de todos aquellos que lo estiman, tenga que ocurrir estas cosas.

Este torpe estudiante de violín, que encontró en la antología del profesor,  la canción que su madre siempre tarareaba, todas las noches, en silencio, ante la dulce mirada de Yasmina, entre el sonsonete de las cigarras, toma el arco y el violín y trata de robarle al pentagrama las notas suaves que siempre escuchó cuando niño y,  ahora, en sol mayor desliza con cuidado el arco y frota sus tristezas a través de las cuerdas del pequeño instrumento que siempre está a su lado y pronuncia con el apoyo de las negras y las blancas, además de silencios, el nombre de Ramona.


                                                                                                                                   Eddy Gamarra T.

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