Capítulo 21
El obispo de Canterbury
Así lo llamaban en la Comunidad.
Alguien le puso ese nombre, pero, en verdad, no era Obispo ni nació en
Canterbury. Era un religioso y empresario que fue aceptado en San Patricio
porque sus habitantes eran cristianos en su mayoría y zooters como él. La
mayoría de los habitantes trabajaban en su empresa. Él oficiaba la misa en la
iglesia de San Patricio. Tal vez, por el poder que tenía hacia los fieles, es
que lo llamaban de esa manera. Sin embargo, con el correr del tiempo, lo
llamarían de otra manera.
Nuestro prelado tenía buen
carácter y buen diente, también. Siempre que lo invitaban a las fiestas, no se
perdía ninguna y gustaba del buen vino, tanto es así que realizaba el brindis
con todos los invitados de la Comunidad. Lo único que superaba a su espíritu
gastronómico era la miel. Podría pasarse toda la vida degustando este manjar y
no pasaba nada. Sin duda, como la mayoría de los integrantes de la comunidad,
era zooter y su metamorfosis era la de un oso grizzli, pacífico y grande,
aunque muy distraído. Por razones del cargo, viajaba constantemente y dejaba la
responsabilidad a Don Alberto de Sajonia, pero la seguridad, la encargaba a los
licans. Craso error.
Nuestro obispo era muy confiado.
No tenía la más mínima idea quiénes eran Varko, Libak y Varul. Solía viajar a
Bolivia, y allí estaba contento disfrutando de la buena miel y sus amigos los
frailes.
Los duendecillos que eran tan
bromistas crearon uno versos que la población aprendió con facilidad:
Entre el vino y la miel
Dibuja una sonrisa
Por qué tanta prisa
Al amigo fiel
Que siempre dice misa.
¡Baloo…Baloo…!
¿Dónde estarás tú?
¿En agua tibia
O en Bolivia?
Nuestro obispo de Canterbury
realizaba dos fiestas importantes en el año. La gran mayoría asistía con sus
mejores vestidos. A la hora de distribuirse las mesas, los habitantes de la
Comunidad se sentaban por amistad, cargo, poder, familiaridad, edad, etc. Los
licans se sentaban juntos con sus amigos de la misma calaña; las serpientes y
otras alimañas se juntaban en una misma mesa. En cuanto al séquito de
Elisabetta, también se reunían en una misma mesa con invitadas particulares que
se ofrecían como un bocado especial para la sed de sus integrantes. El Obispo
reunía en una mesa a sus asesores, quienes gobernaban en nombre de él y seguían
sus órdenes de acuerdo a las circunstancias. Víctor Hugo escribía en su obra
capital: “Hay casi siempre alrededor de un obispo, una turba de cleriguillos,
como alrededor de un general, hay una bandada de oficiales. Estos son los que
el bueno y sencillo San Francisco de Sales llama, no sé donde, “curas
boquirrubios”… No hay poder que no tenga su comitiva, ni fortuna que no tenga
su corte”. Entre los asesores del Obispo, los había buenos, estudiosos,
ambiciosos. Su metamorfosis zooter era diversa. Unos vegetarianos; otros,
carnívoros. El Conde los clasificaba como intermedios por razones que más
adelante diré.
Cuando la alegría de la fiesta
estaba en su clímax, los invitados se metamorfoseaban y cada uno se ubicaba en
su lugar, de acuerdo a la amistad. Los lobos se juntaban para evitar que alguno
de los enemigos cometiera algún crimen. Lo mismo ocurría con las vampiras que
estaban muy cerca de nosotros. Rowina olía con facilidad a una bella doncella
que estuviera sola y disponible para saciar su sed. Alejandra oía los chismes
de las novicias, de repente encontraba un cuello disponible para disfrutarlo
como un postre digno de su clase social. En cambio, Elisabetta di Sardegna leía
el pensamiento de Varul que a toda costa deseaba a Yasmina ¡Viva o muerta!
Varko tenía una venda grande en
el cuello y declaraba guerra a muerte a los lobos. Libak, les pedía paciencia y
prometió ponerle una velita a la Virgen de las Mercedes, patrona de los
reclusos, para ver si le hacía el milagro de acabar con la gente del conde
Jorginho. Está bien que a la Virgen de la Mercedes, los reclusos la tengan como
patrona, eso no quiere decir que “les va a hacer el milagro”.
No sé si será un verdadero don el
leerle la mente a la gente, en especial a tus enemigos, pero era de gran ayuda
para tres personas de la Comunidad que tenían ese don. Estábamos preparados
para cualquier enfrentamiento contra estos monstruos tenebrosos. Ya Jorginho
estaba mejor y bien cuidado. Yasmina, los duendecillos, mis haditas y las tres
muchachas de la escoba que cuidaban el castillo, mientras el maestro les daba lecciones de
botánica.
Eddy Gamarra Tirado
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