miércoles, 4 de marzo de 2015

Capítulo 17
Mis huéspedes

Fue una gran decisión el comprar la residencia cerca al castillo de mi amigo el conde Jorginho. Mis hijas me ayudaron a escoger la ubicación de la residencia. Esta tenía un jardín inmenso. La casa estaba en el centro donde árboles y flores la ventilaban y le daban un aire mágico y propicio para albergar a la manada. Las haditas estaban contentas con su nuevo hogar, pero,  no eran las únicas. Nunca les hablé de Andreínha, Maluxa y Janice. Ellas huyeron de la selva del Mato Grosso, cuando un centenar de nativos pretendieron lincharlas, después de que un hechicero malvado las atrapó y les quitó sus poderes. Fue gracias a la intervención de una vieja amiga que se consideraba descendiente de Morgana, que las pude rescatar. Irascema do Bahía, era experta en magia negra y tenía más poder que el infame brujo. Ella se transformó en un conejo negro y se acercó al vil hechicero y le lanzó una pócima que este no pudo soportar. Al momento, las tres brujitas recuperaron sus poderes y me las traje a la Comunidad de San Patricio.

Andreínha, Maluxa y Janice tenían el cabello largo y negro. Eran juguetonas e ingeniosas. Todo les causaba risa. Dominaban la magia, pero nunca habían hecho daño a las personas. Fueron obligadas por gente mala a causar daño a sus enemigos, pero no les hicieron caso, es por eso que fueron capturadas por el hechicero. Hoy estaban en la Comunidad y los árboles eran su morada. Tenían la facultad de desaparecer cuando había peligro o deseaban descansar. Estas tres brujitas se convirtieron en mis aliadas y cuidaban de Harally y Ghara, las haditas de la Laguna azul. Una de sus funciones era proteger a Sandy, Nicole y Antonella y estar siempre pendiente de Yasmina que se había convertido en amiga íntima de mis hijas.

Yo estaba muy agradecido de Irascema, a quien conocí en una fiesta del Atlantic. No sabía de su profundo conocimiento de la magia. Su belleza la hacía un maravilloso ejemplar de la especie humana. Su mirada era absorbente y misteriosa y todos los hombre osados que se atrevían a mirarla, caían como débiles corderitos a sus pies. No hablaba mucho. Bastaba con su mirada y su sonrisa misteriosa para decir muchas cosas. Un profesor británico que la vio, se quedó profundamente enamorado de ella y no tuvo ojos para otra persona que para Irascema. Los guardianes del Atlantic lo encontraron en una de las mesas con la mirada perdida. Estaba ebrio de amor y solo atinaba a decir “Irascema…Irascema”.

¿Fue embrujado por la bella dama de Bahía?...No lo sé. Las bellas mujeres ejercen este hechizo sobre los hombres y ella era uno de esos seres que con una sonrisa y una mirada te pueden llevar a la perdición. Me enteré que esta dama descendiente de Morgana se casó con un magnate cubano y que actualmente está por Europa disfrutando de su viaje de bodas. Le tengo un profundo agradecimiento por salvar a las tres brujitas que alegran mi residencia y cuidan de mis tres hijas y otros huéspedes.

Mis otros huéspedes son los tres duendecillos que habitan la ponciana que está en el centro de mi jardín interior. Pocos saben de su existencia. Entre ellas, mis hijas y mi amigo Jorginho.

Alguna vez que dicté clases en algún colegio de la Ciudad de los Reyes, conocí a estos tres pequeños personajes. Ellos se sentaban juntos en una de  las carpetas  antiguas  del aula. Sus nombres eran Micki, Tanger y Collins.

Eran los más pequeños de la clase y los más bromistas. Todo les causaba gracia y su risa era aguda y escandalosa. A veces sus profesores se enojaban porque se excedían en el desorden e interrumpían las clases. Una vez que yo tuve clases de Literatura con ellos, rompieron con una carcajada que se contagió en toda la clase. Así que los expulsé y les dije que no iban a entrar a clase si es que no venían con su padre o apoderado. Micki, que era el más pequeñito, me prometió que nunca más lo iba a hacer. Tanger, el más gordito, con los ojos llorosos, me manifestó que su padre lo iba a retirar del colegio. Collins, el más blanco y que usaba lentes, se arrodilló y me pidió que no lo expulse porque su padre lo iba a castigar a palazos por faltarle el respeto al profesor. Además, tenía bajas notas y el castigo sería doble.

Nunca vinieron sus padres. Cuando investigué sobre ellos, me enteré que tenían el mismo apoderado. Un comerciante inglés que se dedicaba a vender antigüedades y que era de poco hablar con la gente. Cuando lo visité en su tienda, le pregunté por los tres muchachitos y me dijo que no valía la pena que ellos estudiasen, porque solo se dedicaban a jugar y jugar y que nunca más los vería. Había algo raro en el vendedor de antigüedades. Su mirada era malvada y esta situación me preocupó bastante. Me retiré de la tienda y sentía pena por estos tres chicos. Camino a casa, Micki, Tanger y Collins estaban en mi mente y no podía borrar su imagen. Sentía como que me llamaban desesperadamente y pedían ayuda ¿Es que acaso estaba leyendo la mente de estos tres duendecillos? No sé porqué se me ocurrió pronunciar la palabra “duendecillo”, pero esta fue la llave para recuperarlos, porque en mi mente se repetía constantemente los nombres Micki, Tanger y Collins, hasta que se produjo el milagro. De un momento a otro, aparecieron en el asiento posterior de mi carro. Cuando miré por el espejo retrovisor, casi me choco con otro automóvil,  porque vi a los tres duendecillos con cara de felicidad que me sonreían. Detuve el coche, respiré hondo y les pregunté qué hacían en el carro. Me contaron toda su historia desde que el inglés los recogió en una ciudad de la India cuando un mago de ese país se los regaló. En un principio, su padre adoptivo los trataba bien, pero cuando se enteró que su esposa e hija fallecieron en un accidente automovilístico, su carácter cambió. Se fue a otro país para olvidar sus penas y ellos ya no cabían en su corazón. Los encerró en un círculo mágico para que no salgan nunca más. Su mala conducta y aprovechamiento fue la gota que rebasó el vaso. La única manera de romper el encanto del círculo era llamarlos por sus nombres varias veces. Solamente una persona se acordaba de ellos…yo.

Micki, Tanger y Collins narraron sus virtudes y defectos. Entre sus virtudes estaba el desaparecer con rapidez. Se alimentaban de frutas y agua. Eran muy fieles y excelentes espías. Fue así cómo me quedé con los tres duendecillos. Siempre ayudan a regar los jardines de la residencia, cuidan de mis hijas, juegan con las haditas y las tres brujitas y protegen a la bella Yasmina, cuando se queda sola. En verdad, nunca está sola. Está mi corazón que siempre la acompaña. Cuando viajo, la magia de mis huéspedes y mis sentimientos rodean a esta maravillosa mujer que siempre me defiende en los momentos más difíciles, como una loba.
  

                                                                                             Eddy Gamarra Tirado

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