Capítulo 17
Mis huéspedes
Fue una gran decisión el comprar la
residencia cerca al castillo de mi amigo el conde Jorginho. Mis hijas me
ayudaron a escoger la ubicación de la residencia. Esta tenía un jardín inmenso.
La casa estaba en el centro donde árboles y flores la ventilaban y le daban un
aire mágico y propicio para albergar a la manada. Las haditas estaban contentas
con su nuevo hogar, pero, no eran las únicas.
Nunca les hablé de Andreínha, Maluxa y Janice. Ellas huyeron de la selva del
Mato Grosso, cuando un centenar de nativos pretendieron lincharlas, después de
que un hechicero malvado las atrapó y les quitó sus poderes. Fue gracias a la
intervención de una vieja amiga que se consideraba descendiente de Morgana, que
las pude rescatar. Irascema do Bahía, era experta en magia negra y tenía más
poder que el infame brujo. Ella se transformó en un conejo negro y se acercó al
vil hechicero y le lanzó una pócima que este no pudo soportar. Al momento, las
tres brujitas recuperaron sus poderes y me las traje a la Comunidad de San
Patricio.
Andreínha, Maluxa y Janice tenían
el cabello largo y negro. Eran juguetonas e ingeniosas. Todo les causaba risa.
Dominaban la magia, pero nunca habían hecho daño a las personas. Fueron
obligadas por gente mala a causar daño a sus enemigos, pero no les hicieron
caso, es por eso que fueron capturadas por el hechicero. Hoy estaban en la
Comunidad y los árboles eran su morada. Tenían la facultad de desaparecer
cuando había peligro o deseaban descansar. Estas tres brujitas se convirtieron
en mis aliadas y cuidaban de Harally y Ghara, las haditas de la Laguna azul.
Una de sus funciones era proteger a Sandy, Nicole y Antonella y estar siempre
pendiente de Yasmina que se había convertido en amiga íntima de mis hijas.
Yo estaba muy agradecido de
Irascema, a quien conocí en una fiesta del Atlantic. No sabía de su profundo
conocimiento de la magia. Su belleza la hacía un maravilloso ejemplar de la
especie humana. Su mirada era absorbente y misteriosa y todos los hombre osados
que se atrevían a mirarla, caían como débiles corderitos a sus pies. No hablaba
mucho. Bastaba con su mirada y su sonrisa misteriosa para decir muchas cosas.
Un profesor británico que la vio, se quedó profundamente enamorado de ella y no
tuvo ojos para otra persona que para Irascema. Los guardianes del Atlantic lo
encontraron en una de las mesas con la mirada perdida. Estaba ebrio de amor y
solo atinaba a decir “Irascema…Irascema”.
¿Fue embrujado por la bella dama de
Bahía?...No lo sé. Las bellas mujeres ejercen este hechizo sobre los hombres y
ella era uno de esos seres que con una sonrisa y una mirada te pueden llevar a
la perdición. Me enteré que esta dama descendiente de Morgana se casó con un
magnate cubano y que actualmente está por Europa disfrutando de su viaje de
bodas. Le tengo un profundo agradecimiento por salvar a las tres brujitas que
alegran mi residencia y cuidan de mis tres hijas y otros huéspedes.
Mis otros huéspedes son los tres
duendecillos que habitan la ponciana que está en el centro de mi jardín
interior. Pocos saben de su existencia. Entre ellas, mis hijas y mi amigo
Jorginho.
Alguna vez que dicté clases en
algún colegio de la Ciudad de los Reyes, conocí a estos tres pequeños
personajes. Ellos se sentaban juntos en una de
las carpetas antiguas del aula. Sus nombres eran Micki, Tanger y
Collins.
Eran los más pequeños de la clase y
los más bromistas. Todo les causaba gracia y su risa era aguda y escandalosa. A
veces sus profesores se enojaban porque se excedían en el desorden e
interrumpían las clases. Una vez que yo tuve clases de Literatura con ellos, rompieron
con una carcajada que se contagió en toda la clase. Así que los expulsé y les
dije que no iban a entrar a clase si es que no venían con su padre o apoderado.
Micki, que era el más pequeñito, me prometió que nunca más lo iba a hacer.
Tanger, el más gordito, con los ojos llorosos, me manifestó que su padre lo iba
a retirar del colegio. Collins, el más blanco y que usaba lentes, se arrodilló
y me pidió que no lo expulse porque su padre lo iba a castigar a palazos por
faltarle el respeto al profesor. Además, tenía bajas notas y el castigo sería
doble.
Nunca vinieron sus padres. Cuando
investigué sobre ellos, me enteré que tenían el mismo apoderado. Un comerciante
inglés que se dedicaba a vender antigüedades y que era de poco hablar con la
gente. Cuando lo visité en su tienda, le pregunté por los tres muchachitos y me
dijo que no valía la pena que ellos estudiasen, porque solo se dedicaban a
jugar y jugar y que nunca más los vería. Había algo raro en el vendedor de
antigüedades. Su mirada era malvada y esta situación me preocupó bastante. Me
retiré de la tienda y sentía pena por estos tres chicos. Camino a casa, Micki,
Tanger y Collins estaban en mi mente y no podía borrar su imagen. Sentía como
que me llamaban desesperadamente y pedían ayuda ¿Es que acaso estaba leyendo la
mente de estos tres duendecillos? No sé porqué se me ocurrió pronunciar la
palabra “duendecillo”, pero esta fue la llave para recuperarlos, porque en mi
mente se repetía constantemente los nombres Micki, Tanger y Collins, hasta que
se produjo el milagro. De un momento a otro, aparecieron en el asiento
posterior de mi carro. Cuando miré por el espejo retrovisor, casi me choco con
otro automóvil, porque vi a los tres
duendecillos con cara de felicidad que me sonreían. Detuve el coche, respiré
hondo y les pregunté qué hacían en el carro. Me contaron toda su historia desde
que el inglés los recogió en una ciudad de la India cuando un mago de ese país
se los regaló. En un principio, su padre adoptivo los trataba bien, pero cuando
se enteró que su esposa e hija fallecieron en un accidente automovilístico, su
carácter cambió. Se fue a otro país para olvidar sus penas y ellos ya no cabían
en su corazón. Los encerró en un círculo mágico para que no salgan nunca más.
Su mala conducta y aprovechamiento fue la gota que rebasó el vaso. La única
manera de romper el encanto del círculo era llamarlos por sus nombres varias
veces. Solamente una persona se acordaba de ellos…yo.
Micki, Tanger y Collins narraron
sus virtudes y defectos. Entre sus virtudes estaba el desaparecer con rapidez.
Se alimentaban de frutas y agua. Eran muy fieles y excelentes espías. Fue así
cómo me quedé con los tres duendecillos. Siempre ayudan a regar los jardines de
la residencia, cuidan de mis hijas, juegan con las haditas y las tres brujitas
y protegen a la bella Yasmina, cuando se queda sola. En verdad, nunca está
sola. Está mi corazón que siempre la acompaña. Cuando viajo, la magia de mis
huéspedes y mis sentimientos rodean a esta maravillosa mujer que siempre me
defiende en los momentos más difíciles, como una loba.
Eddy Gamarra Tirado
No hay comentarios:
Publicar un comentario