lunes, 23 de marzo de 2015


Capítulo 31        
El señor de Aviraneta

Don Juan de Aviraneta, comerciante saharawi e hijo de un historiador vasco, representaba el nexo entre la comunidad de San Patricio y el pueblo Saharawi. Después del crimen contra la madre de Yasmina y otros habitantes, perpetrados por los soldados marroquíes, fue salvado por su padre, quien se llevó a su madre y al niño a Bilbao. Cuando terminó sus estudios de bachillerato, su padre lo llevó a Salamanca, aquella Universidad donde años atrás, Don Miguel de Unamuno, vasco como su padre, fue rector.

Allí estudió Historia medieval y Derecho y Ciencias Políticas. Como Juan de Aviraneta amaba los libros y le fascinaba las lecturas esotéricas, hurgó en ellos todo lo referente a los licántropos porque su padre le había comentado que  el capitán que ordenó el ataque a la población donde vivía su madre, era hijo de un militar rumano, famoso en su país por su crueldad. Dicen las malas lenguas de Bucarest que este nefasto personaje se convertía en un gigantesco licántropo de piel negra y merodeaba por las casas de los campesinos más pobres y atacaba a sus víctimas indefensas. Los campesinos se organizaron y con la ayuda de de un pueblo gitano, cercaron a ese zooter malvado y lo atacaron con estacas plateadas y después de rociarlo con agua bendita que les proporcionó un curita de origen campesino, le echaron petróleo en el cuerpo y lo quemaron vivo.

El pueblo depositó los restos del licántropo en el centro de la plaza, frente a la iglesia. Durante siete días, el sacerdote ofició la misa a las doce de la noche para que todos los engendros cercanos al monstruo, huyeran del lugar. Se dictó un curso en el ayuntamiento sobre Cómo matar a un licántropo . El hijo del monstruo huyó a Marruecos donde vivía el hermano de su padre que era distinto, pero lamentablemente Garba, heredó la maldad de su padre y de repente era licántropo como él.

Don Juan de Aviraneta prometió acabar con este asesino que según información confidencial había viajado al Perú, invitado por Varko, el temible licántropo, jefe de los licans. Esta era una de las razones por la que había viajado desde tan lejos. La otra, era Antonella, mi hija, a quien también le fascinaba las lecturas esotéricas e investigó la historia de los licans, enemigos acérrimos de las vampiras y vampiros y quienes se consideraban la verdadera raza de los lobos en la tierra y tenían como objetivo principal desaparecer a los descendientes del lobo de San Francisco de Asís.

Yo no sabía de las constantes visitas de Don Juan de Aviraneta a mi residencia. Mis hijas no me habían comentado nada. Será porque cada vez que visitaba a Yasmina, ella me bloqueaba completamente y solo tenía ojos para ella. Sin embargo, una vez que salía a La Ciudad…. Y dije que iba a regresar  tarde, olvidé en la casa la versión completa de Los miserables, de Víctor Hugo. Regresé y justamente en la lagunita de la entrada del arco de San Patricio, la vieja cigüeña dijo a uno de los patos de la laguna que el conde Stephen olía a suegro. Ellos no sabían que puedo leer el pensamiento y una vez que estaba en San Patricio, dejé el auto cerca a la casa del obispo de Canterbury y caminé y dije en voz alta para que me escucharan los traviesos gnomos que no dijeran nada a mis hijas. Ya cerca de la casa escuchaba a Don Juan que enamoraba a Antonella y ella estaba muy feliz. Yo me preguntaba si el día en que el conde se entere de mi amor por Yasmina, ¿Qué irá a ocurrir?...Le llevaba años y no sé cómo iría a reaccionar mi gran amigo. Escuché unas campanitas cerca de mis oídos. Eran Ghara y Harally, tan bonitas, tan señoritas, dispuestas a dar su vida por nosotros. Les pedí que me cantaran una vieja canción francesa que la cantaba El Tío Ben cuando estaba alegre: Hymne a l´amour, aquella maravillosa composición de Edith Piaf.


                                                                                          Eddy Gamarra Tirado

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