Capítulo 31
El señor de Aviraneta
Don Juan de Aviraneta, comerciante
saharawi e hijo de un historiador vasco, representaba el nexo entre la
comunidad de San Patricio y el pueblo Saharawi. Después del crimen contra la
madre de Yasmina y otros habitantes, perpetrados por los soldados marroquíes, fue
salvado por su padre, quien se llevó a su madre y al niño a Bilbao. Cuando
terminó sus estudios de bachillerato, su padre lo llevó a Salamanca, aquella
Universidad donde años atrás, Don Miguel de Unamuno, vasco como su padre, fue
rector.
Allí estudió Historia medieval y
Derecho y Ciencias Políticas. Como Juan de Aviraneta amaba los libros y le
fascinaba las lecturas esotéricas, hurgó en ellos todo lo referente a los
licántropos porque su padre le había comentado que el capitán que ordenó el ataque a la población
donde vivía su madre, era hijo de un militar rumano, famoso en su país por su
crueldad. Dicen las malas lenguas de Bucarest que este nefasto personaje se
convertía en un gigantesco licántropo de piel negra y merodeaba por las casas
de los campesinos más pobres y atacaba a sus víctimas indefensas. Los
campesinos se organizaron y con la ayuda de de un pueblo gitano, cercaron a ese
zooter malvado y lo atacaron con estacas plateadas y después de rociarlo con
agua bendita que les proporcionó un curita de origen campesino, le echaron
petróleo en el cuerpo y lo quemaron vivo.
El pueblo depositó los restos del
licántropo en el centro de la plaza, frente a la iglesia. Durante siete días,
el sacerdote ofició la misa a las doce de la noche para que todos los engendros
cercanos al monstruo, huyeran del lugar. Se dictó un curso en el ayuntamiento sobre
Cómo matar a un licántropo . El hijo del monstruo huyó a Marruecos donde vivía
el hermano de su padre que era distinto, pero lamentablemente Garba, heredó la
maldad de su padre y de repente era licántropo como él.
Don Juan de Aviraneta prometió
acabar con este asesino que según información confidencial había viajado al
Perú, invitado por Varko, el temible licántropo, jefe de los licans. Esta era
una de las razones por la que había viajado desde tan lejos. La otra, era
Antonella, mi hija, a quien también le fascinaba las lecturas esotéricas e
investigó la historia de los licans, enemigos acérrimos de las vampiras y
vampiros y quienes se consideraban la verdadera raza de los lobos en la tierra
y tenían como objetivo principal desaparecer a los descendientes del lobo de
San Francisco de Asís.
Yo no sabía de las constantes
visitas de Don Juan de Aviraneta a mi residencia. Mis hijas no me habían
comentado nada. Será porque cada vez que visitaba a Yasmina, ella me bloqueaba
completamente y solo tenía ojos para ella. Sin embargo, una vez que salía a La
Ciudad…. Y dije que iba a regresar tarde,
olvidé en la casa la versión completa de Los
miserables, de Víctor Hugo. Regresé y justamente en la lagunita de la
entrada del arco de San Patricio, la vieja cigüeña dijo a uno de los patos de
la laguna que el conde Stephen olía a suegro. Ellos no sabían que puedo leer el
pensamiento y una vez que estaba en San Patricio, dejé el auto cerca a la casa
del obispo de Canterbury y caminé y dije en voz alta para que me escucharan los
traviesos gnomos que no dijeran nada a mis hijas. Ya cerca de la casa escuchaba
a Don Juan que enamoraba a Antonella y ella estaba muy feliz. Yo me preguntaba
si el día en que el conde se entere de mi amor por Yasmina, ¿Qué irá a
ocurrir?...Le llevaba años y no sé cómo iría a reaccionar mi gran amigo. Escuché
unas campanitas cerca de mis oídos. Eran Ghara y Harally, tan bonitas, tan
señoritas, dispuestas a dar su vida por nosotros. Les pedí que me cantaran una
vieja canción francesa que la cantaba El Tío Ben cuando estaba alegre: Hymne a
l´amour, aquella maravillosa composición de Edith Piaf.
Eddy Gamarra Tirado
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