sábado, 28 de marzo de 2015

Capítulo 35
La cigüeña

Cuenta la cigüeña, guardiana de la lagunita que está en el arco, que de un momento a otro la entrada se llenó de cucarachas y estas salieron de la frontera entre La Comunidad de San Patricio y la Ciudad de los Reyes. Igualmente ocurrió con la cantidad de cuervos y murciélagos, además de las ratas que infestaron la entrada de la Ciudad de los zooters. Fue alucinante, comentó al Conde Jorginho, la vieja cigüeña. Parecía un castigo de Dios, intervino el patillo, que estaba de guardia aquel  día.

La cigüeña, que había tomado su forma humana y que no se le escapaba ningún dato y chisme de los habitantes de la Comunidad, le pidió al Conde, que como Jefe Político de San Patricio, tomara cartas en el asunto, porque con esas alimañas, peligraban los guardianes del arco mágico y toda la población zooter. La cigüeña no soportaba a las cucarachas. Les tenía asco y había que hacer algo.

                                               “Avanza con sigilo
                                               Y con tremenda facha
                                               La gorda cucaracha.
                                               Veloz y desconfiada
                                               Callada, circunspecta
                                               Acecha por las ollas
                                               Trepando el cucharón.
                                               Sin moros en la costa
                                               Ni gente con mandil
                                               La inquilina de cloaca
                                               Se baila una guaracha.

Estos versos y una risita aguda llegaron a la vieja cigüeña, además de un higo por su cabeza. “Ya los vi…ya los vi, gritó la guardiana de la laguna,  que sentía que las cucarachas se trepaban por su cuerpo blanco. Yasmina, que había acompañado a su padre, sonreía y llamaba a Mick, Tanger y Collins que se habían escondido en la parte posterior del carruaje. Los tres aparecieron frente a la cigüeña y le pidieron perdón y que nunca más lo iban a hacer. A cambio de los versos y el higo en la cabeza, le dieron un regalito a la temerosa ave: una cajita con papel de regalo. Luego, el conde se marchó con su hija y los tres duendecillos. A lo lejos se escuchaba el grito desencajado de la guardiana de la laguna: “Me la van a pagar…me la van a pagar”. El patillo y los otros patos de la laguna, reían y reían por la cucaracha, viva que los trasgos le dejaron como regalo a la vieja cigüeña.


                                                                                                                      Eddy Gamarra Tirado

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