Capítulo 30
La playa de las gaviotas
Entre los paisajes hermosos de la
Comunidad de San Patricio, destacaba la playa. Este maravilloso lugar era
visita obligada de las aves como las gaviotas, palomas, pajaritos y también de
aquellos zooters que cuando se zambullían en las blancas y espumosas olas, se
convertían en lornas, corvinas y cojinovas. Hasta el tiburón jugueteaba en la
profundidad de la playa de las gaviotas, pero no atacaba a nadie de la
Comunidad porque fácilmente sería descubierto y cazado o pescado para luego, condenarlo a muerte.
El mar no era bravo. Su color era
verde azulino y los habitantes de la comunidad disfrutaban de sus aguas
tranquilas. Sin duda, las personas de La Ciudad de los Reyes no podían llegar a
esta playa porque el único contacto era La Comunidad de San Patricio. Trasponer
el arco mágico y que solo lo podían hacer los zooters, vampiras, y los trolls
como figuraba en los libros de la historia primigenia de sus habitantes. La
gran mayoría iba desde muy temprano hasta las cinco de la tarde. Los buenos y
los malos disfrutaban en la playa, menos las vampiras que no eran muy adictas a
los baños de sol. Preferían la noche. Los lobos, también, cuando estaban
transformados.
El Conde Jorginho viajó a
Portugal y propuse un paseo a la playa, a partir de las cinco de la tarde, con
toda la familia. Yasmina iría con nosotros. Los duendecillos, las haditas y las
brujitas, también.
Mick, Tanger y Collins, aprobaron
el curso vacacional y como premio vendrían a la playa con nosotros. Antonella
compró muchos higos y flores para los tres muchachos y para Ghara y Harally.
La mayoría del grupo, a pesar de
ser descendientes del amigo de San Francisco de Asís, no eran carnívoros, pero
saborearon una lasagna a los tres quesos, que Antonella aprendió de su madre, cuando
vivía en Italia. El tío Ben, que también
estuvo con nosotros, trajo unos buenos
vinos cabernet sauvignon que un familiar suyo le envió desde Londres. La comida
estuvo exquisita. Después de comer y beber algunas copas de vino tinto, la
mayoría descansaba en la playa de las gaviotas y el Tío Ben, aprovechó un
charco que las olas habían formado y descansó a cuerpo de rey. Yasmina me pidió
que la acompañara. Le tomé de las manos y descalzos paseábamos y nos mojábamos
los pies a lo largo de la orilla de la playa de las gaviotas, mientras el ocaso
despedía al sol que se había vestido de color anaranjado y las aguas tendieron
un puente plateado para el viajero que se atreviera conocer su palacio de
cristal.
Nos quedamos sentados observando
el principio de la noche donde el sol le dejó la posta a la blanca luna y al
cielo estrellado. ¡Qué maravilla! Si pudiéramos quedarnos toda una eternidad
como la estrella preferida de los lobos: la estrella Sirio. Estábamos echados
en la arena mirando las estrellas hasta que nos quedamos dormidos. No sé cuánto
tiempo pasó. Lo cierto es que el graznido de unos cuervos negros y
horripilantes nos despertó. Eran como cincuenta y daban vuelta alrededor
nuestro. Trataban de picarnos y hacernos daño. La transformación se hacía al
instante y convertidos en lobos defendíamos nuestras vidas a mordiscos y
arañazos. Después de cinco minutos luchando contra Libak y su cuerpo convertido
en cuervos, llegaron las tres brujitas y con sus escobas formaron un remolino
alrededor de los cuervos y las haditas espolvorearon aquel espacio y los
cuervos estornudaban desesperadamente que tuvieron que huir de la playa de las
gaviotas. Después del combate llegaron los demás lobos y amigos. Las mesnadas
de Libak, el licántropo, huyeron despavoridas de allí. El tío Ben que se había
quedado dormido por el vino, propuso un brindis por el amor y la amistad.
Eddy
Gamarra Tirado
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