lunes, 23 de marzo de 2015


Capítulo 30
La playa de las gaviotas

Entre los paisajes hermosos de la Comunidad de San Patricio, destacaba la playa. Este maravilloso lugar era visita obligada de las aves como las gaviotas, palomas, pajaritos y también de aquellos zooters que cuando se zambullían en las blancas y espumosas olas, se convertían en lornas, corvinas y cojinovas. Hasta el tiburón jugueteaba en la profundidad de la playa de las gaviotas, pero no atacaba a nadie de la Comunidad porque fácilmente sería descubierto y cazado o pescado para luego,  condenarlo a muerte.

El mar no era bravo. Su color era verde azulino y los habitantes de la comunidad disfrutaban de sus aguas tranquilas. Sin duda, las personas de La Ciudad de los Reyes no podían llegar a esta playa porque el único contacto era La Comunidad de San Patricio. Trasponer el arco mágico y que solo lo podían hacer los zooters, vampiras, y los trolls como figuraba en los libros de la historia primigenia de sus habitantes. La gran mayoría iba desde muy temprano hasta las cinco de la tarde. Los buenos y los malos disfrutaban en la playa, menos las vampiras que no eran muy adictas a los baños de sol. Preferían la noche. Los lobos, también, cuando estaban transformados.

El Conde Jorginho viajó a Portugal y propuse un paseo a la playa, a partir de las cinco de la tarde, con toda la familia. Yasmina iría con nosotros. Los duendecillos, las haditas y las brujitas, también.
Mick, Tanger y Collins, aprobaron el curso vacacional y como premio vendrían a la playa con nosotros. Antonella compró muchos higos y flores para los tres muchachos y para Ghara y Harally.

La mayoría del grupo, a pesar de ser descendientes del amigo de San Francisco de Asís, no eran carnívoros, pero saborearon una lasagna a los tres quesos,  que Antonella aprendió de su madre, cuando vivía en Italia. El tío Ben,  que también estuvo con nosotros,  trajo unos buenos vinos cabernet sauvignon que un familiar suyo le envió desde Londres. La comida estuvo exquisita. Después de comer y beber algunas copas de vino tinto, la mayoría descansaba en la playa de las gaviotas y el Tío Ben, aprovechó un charco que las olas habían formado y descansó a cuerpo de rey. Yasmina me pidió que la acompañara. Le tomé de las manos y descalzos paseábamos y nos mojábamos los pies a lo largo de la orilla de la playa de las gaviotas, mientras el ocaso despedía al sol que se había vestido de color anaranjado y las aguas tendieron un puente plateado para el viajero que se atreviera conocer su palacio de cristal.

Nos quedamos sentados observando el principio de la noche donde el sol le dejó la posta a la blanca luna y al cielo estrellado. ¡Qué maravilla! Si pudiéramos quedarnos toda una eternidad como la estrella preferida de los lobos: la estrella Sirio. Estábamos echados en la arena mirando las estrellas hasta que nos quedamos dormidos. No sé cuánto tiempo pasó. Lo cierto es que el graznido de unos cuervos negros y horripilantes nos despertó. Eran como cincuenta y daban vuelta alrededor nuestro. Trataban de picarnos y hacernos daño. La transformación se hacía al instante y convertidos en lobos defendíamos nuestras vidas a mordiscos y arañazos. Después de cinco minutos luchando contra Libak y su cuerpo convertido en cuervos, llegaron las tres brujitas y con sus escobas formaron un remolino alrededor de los cuervos y las haditas espolvorearon aquel espacio y los cuervos estornudaban desesperadamente que tuvieron que huir de la playa de las gaviotas. Después del combate llegaron los demás lobos y amigos. Las mesnadas de Libak, el licántropo, huyeron despavoridas de allí. El tío Ben que se había quedado dormido por el vino, propuso un brindis por el amor y la amistad.


                                                                                                              Eddy Gamarra Tirado

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