Capítulo 24
Los chicos van a la escuela
Había pasado varios meses en que
Collins, Tanger y Mick habían descansado lo suficiente y tenían que ir al
colegio. Ellos se sentían muy cómodos en su nuevo hogar y a pesar de los
tropiezos y travesuras, tenían un corazón noble. A veces se tornaban
insoportables, pero se apoyaban entre ellos. Collins, a pesar de su mala
ortografía, dibujaba muy bien. Era un experto caricaturista y uno de sus
mejores trabajos fue la caricatura de Varko y sus secuaces. Las haditas y las
curanderas de la escoba ya los conocían muy bien y estaban advertidas por el
viejo lobo gris de lo que tenían que hacer si se acercaban demasiado a nuestras
moradas.
Tanger, el gordito, era el matemático del trío. Admiraba al Tío
Ben que cada vez que nos visitaba, se daba un tiempo para enseñarle la ciencia de los números . Cuando Nicole,
Sandra y Antonella iban al supermercado de La Ciudad…, Tanger se encargaba de
sacar la cuenta y a la vez, llevarse algunas frutas de su predilección. Sin
embargo, un domingo que fueron al mercado de La Ciudad… los tres y las chicas,
llegaron a un puesto de frutas que abundaba en higos, Mick le lanzó un higo en
la cabeza a Collins que casi le rompe los lentes; este, que era
cegatón, le devolvió varios higos, pero le cayeron en la cara de la frutera.
Esta rugió y pidió auxilio a sus compañeras del mercado. Tanger rodó por los
higos y les lanzaba a sus hermanos uno y otro higo en el cuerpo. La vendedora
estaba irascible y le reclamaba a la mayor de las hermanas que pague todo lo
que habían destruido sus hermanitos. Micki, que era el más pequeño de los tres,
quiso continuar con el juego, pero se resbaló y se golpeó la cabeza y empezó a
chillar con tal desparpajo que los otros dos se unieron al llanto y acompañaban
en tres voces musicales a su hermano. Nicole se apiadó de los tres bulliciosos
duendecillos que pagó toda la cuenta. Antonella estaba irritada por lo que hicieron en el mercado los
diablillos, mientras Sandra abrió las puertas del automóvil para llevar a Micki
a la clínica para que lo curen.
Después de llegar a la
residencia, para no ser castigados, los tres vivarachos sollozaban y prometían que
ya no lo volverían a hacer. Micki leería la historia de los gnomos, un
libro que le obsequió Yasmina. Antonella
les espetó que el lunes empezaban las clases y que tenían que estudiar bastante
para no salir desaprobados. Si continuaban con sus bromas pesadas, serían devueltos a la familia del anticuario.
Los tres se asustaron y se pusieron pálidos. Cuando Sandra les dijo que era una
broma, uno de ellos empezó a versificar:
“Sandra,
Sandrita, Sandrona
Esto es solo una broma”.
Los otros repetían los versos y
desaparecieron de la casa y se fueron a estudiar a la higuera.
Eddy Gamarra Tirado
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