Capítulo 37
La purificación
Una de las fiestas que se
celebraba en la Comunidad de San Patricio era La Purificación. Todos los años,
la gran mayoría de los habitantes de esta comunidad mágica se dirigía en una
caminata larga hasta la playa de las gaviotas. Los primitivos habitantes
agradecieron a su dios por haberlos traído a este maravilloso lugar que los
separaba de La Ciudad de los Reyes. Solamente ellos que se convertían en
animales, y otros personajes, podían ingresar al arco lupino y regresar a
la Ciudad…
Los primeros habitantes fueron los lobos y ellos
construyeron el arco que separaba la ficción de la realidad. Resonaban las
palabras de Dante Alighieri para todos aquellos que se atrevieran a ingresar
sin tener la naturaleza zooter o vampiresca o algún personaje de la mitología
nórdica, como señalan los estatutos que fueron hallados en las arenas de la
playa de las gaviotas.
Es por eso que el Obispo de
Canterbury inicia la caminata hacia la maravillosa playa donde fueron hallados
los estatutos de la Comunidad de San Patricio. Allí, todos los habitantes se
arrodillaban con la mirada hacia las olas y hacia el faro que estaba en un
islote y a la vista de todos. Compartían la comida y la bebida mientras las
olas, celosas, rugían por la presencia
de bellas mujeres que mojaban sus pies en la orilla. Ellas cantaban y bailaban
en ronda, mientras el Obispo rociaba agua bendita al este, oeste, norte y al
sur. La coexistencia pacífica se daba entre tirios y troyanos. Allí estaba el
Conde Jorginho y toda la manada. El troll protector que jugaba con el cuy y lo
“amenazaba con darle perejil”. Cada vez que el cuy le ponía un apodo, el troll
lo ”amenazaba” pero también le agradecía por todas las cosas buenas que le hizo
a su familia. Ambos parecían dos niñitos, a pesar de ser gigantes en su
naturaleza zooter. Cualquier escritor de fábulas hubiera robado a estos
personajes para construir una narración que alegre a todos los corazones, en
especial, a los niños.
El tío Ben estaba muy contento.
Recién había viajado a Londres a visitar a uno de sus hijos, hoy disfrutaba en
la playa y nadaba en uno de los charcos que formaba la playa de las gaviotas.
Cerca a él estaba un sapito que miraba a las lornitas que jugaban en el campo
de Tetis y coqueteaban con él. Este sapito, emocionado les decía: “ ¡Hola,ñatas
bandidas!” y se daba un chapuzón en la orilla.
Micki y sus hermanos que
observaron esta escena recitaron juntos…
Un
sapito
En
el jardín
Dice
la negra
Que
vio
Tan
chiquito
Y
saltarín
Salta,
que salta
Al
fin.
Las cojinovas, corvinas y
lornas, reían en conjunto por las
ocurrencias de los tres duendecillos y huían veloces entre las olas de las frías
aguas de la playa.
Las aves, sean palomas, gaviotas,
patillos y alondras, además de un pajarito de porte señorial, disfrutaban del
aire puro de este lugar y observaban a un oso que en sus hombros llevaba a una
avecilla y que habían recorrido varios kilómetros a pie. Este grizzli, de buen
carácter y glotón saboreaba con gusto un pan con miel y de vez en cuando le
daba al pajarito una migaja y continuaban caminando por la orilla y comentaban
la fuga de los licans, que eran los únicos que no habían asistido a la
ceremonia de la Purificación.
Los buenos campesinos estuvieron
presentes en esta caminata. Aves de campo, aves marinas, gallos y
gallinas, conejos, cuyes, ardillas,
toros, vacas, carneros y ovejas, cabras y asnos, agradecían al cielo por darles
la vida y tenerlos en la Comunidad de San Patricio desde que el primer lobo trajo
a sus abuelos para que sembraran la tierra y embellecieran de árboles y flores,
todo tipo de arbustos y plantas medicinales, además del alimento que todos los
habitantes de la Comunidad se servían y estaban muy agradecidos. Ahora
entenderán por qué la indignación de los descendientes de los primitivos lobos
contra los licántropos que rompieron la paz y la concordia en este lugar de
realidad y de ficción.
Era el único día en que
soportábamos a las serpientes y las saludábamos en nombre de nuestro santo
protector. Asteris, la más atractiva de estas, miraba con sus ojos negros e
invitaba a bailar a los asistentes, porque el baile era su mejor arma para la sensualidad
y para la muerte. Me crucé con ella y me miró. Trató de hipnotizarme y hacía
que yo la viera desnuda. Le leí el pensamiento. Era procaz. Yasmina se percató
de lo que pretendía Asteris y mentalmente me envió un mensaje: “¡Cuidado!” y
salí de mi estado cuasi hipnótico para dejarla y acercarme a mi hermosa
saharawi que sonreía y me ofrecía sus labios para sellarlos con un beso.
Eddy Gamarra Tirado
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