Capítulo 26
La misa de San Valentín
Una cotorra contó sobre la
historia de San Valentín en una reunión anterior a la misa que iba a oficiar el
Obispo de Canterbury. Estaban en las primeras bancas palomas, guacamayos,
lornas y cojinovas en su atuendo humano. Ellas formaban con otros seres de la
escala zoológica el ejército intermedio que estaba con Dios y con el diablo.
Cantaban muy bonito y estaban llenas de obsecuencia, miedo, chisme y envidia.
No eran ni lo mejor, ni lo peor de la comunidad. Constituyen parte de la chismografía
imperante de los pueblos chicos y un infierno grande. Eran un mal necesario.
Allí, dirigidas por la cotorra mayor, se golpeaban el pecho y rajaban de lobos
y licans, poderosos y débiles. El Señor de Aviraneta decía que si la cotorra
sabía del chisme, este viajaba más veloz que los periódicos y las redes
sociales.
Era una obligación estar
presentes en esta misa donde se hablaba de amistad y de amor. Antonella no pudo
estar presente porque tenía que ir con el Conde Nolberto a un lugar llamado
Puente Piedra donde habitaba un huesero famoso llamado Carrascal, y le ayudaría
con su columna, después del ataque de la anaconda. Yo conocía a esta persona
amiga e hizo un buen trabajo con los dolores de columna de mi hija.
Entre los fieles asistentes,
además de aves, cotorras y otros animales estaban Varko y sus amigotes. Se le
veía con un collarín y con mal semblante. En cuanto a Libak, estaba con un
bastón y cojeaba. Anulia tenía moretones en la cara y Asteris, cortes en el
rostro y en la cabeza. Es por eso que llevaba un sombrero de paja para que
cubra sus heridas. La que estaba peor era Anacé, quien tenía toda la cabeza
vendada y manchas de la sarna en sus brazos largos. A pesar de estos
inconvenientes, siempre llevaba la cruz de San Anselmo.
No me había dado cuenta que
Anulia estaba en silla de ruedas y la llevaba Lurok. Las tres serpientes,
después de escuchar al “Obispo”, que pedía paz en la Comunidad de San Patricio,
sacaron sus rosarios, repetían
constantemente “Ora pro nobis”…”Ora pro nobis” y a la hora del Padre nuestro,
abrían las manos salpicadas de sarna y oraban en voz alta para que el Obispo
las oyera.
El conde y sus amigos rezaban en
silencio y en ningún momento descuidaban a sus encarnizados enemigos, los
licántropos, que identificados con un crucifijo en el pecho, mostraban a los
demás su aire de religiosidad. Si el Obispo se enterara, se derrumba la sagrada
Iglesia de nuestro Santo protector, mascullaba el conde Jorginho. En cuanto a la bella Elisabetta, la callada Rowina y la
renegona Alejandra, nunca iban a misa porque siempre se levantaban tarde, por
razones obvias. Sin embargo, en la noche visitaban el templo y realizaban un
trabajo de equipo, porque la dama de Sardegna hurgaba en la mente de los fieles
; Alejandra, comentaba con las dos, lo
que escuchaba a las mujeres que asistían a la iglesia, generalmente, campesinas
y jóvenes pescadoras. En el caso de Rowina, olía con facilidad la sangre fresca
de los jóvenes y muchachas que habían
venido solas. Intercambiaban opiniones, las tres y decidían quiénes serían las
escogidas, después de la misa de las ocho de la noche.
Había luna llena y la oscura
noche se ofrecía silenciosa y lúbrica para
las vampiras sedientas que hace mucho tiempo no bebían sangre fresca. Es
menester advertir a mis lectores y lectoras que ellas no eran asesinas. Solo
tenían sed…de sangre.
Después de la misa, las palomitas
ofrecían a cada persona una tarjetita con palabras dulces y una golosina.
Nosotros, por seguridad, no comimos la golosina. Nos quedamos con la tarjetita
y arrojamos el dulce al tacho de basura. Parece que alguien, recogió estas
golosinas y las comió con sus amigas. En menos de una hora, tres humildes
trabajadoras se quejaban de dolor y vomitaban un líquido blanquecino que
despedía un mefítico olor. No estaba el Dr. Soiral, médico de la Comunidad. La
gente estaba desesperada. Nicole me dijo a los oídos “Las tres brujitas”, y de
inmediato les envié un mensaje a las tres que estaban en el atrio de la
iglesia. Cuando Sandra y su hermana subieron al carro, Maluxa, Janice y
Andreinha esperaban dentro del auto a
las tres trabajadoras, que fueron
traídas por Hectorius, Jorginho y Yasmina. Prepararon la medicina, a base de hierbas que tenían
en su bolsa. Las pobres obreras bebieron la pócima que era una vieja receta que
Morgana dejó para sus descendientes y que tenía resultados positivos. Después, que se recuperaron, prometieron no comer lo que la gente arrojaba a los tachos de
basura. Lo curioso es que las otras personas que salieron de la iglesia y
comieron las golosinas, no tuvieron ninguna complicación. Sin embargo,
Yasmina, que tenía un oído finísimo,
escuchó a Varul que le decía a una de las palomas, que es su amiga de
confianza, le entregue las golosinas al
conde Jorginho y sus amigos más cercanos. Le agradecí a Yasmina con un beso en
la mejilla. Ella me miró con mucha ternura y yo bajé la cabeza después de ver
sus ojos negros. Cuando ella se alejaba, solté a los vientos: “Te veré en el
jardín de tu casa”. En mis oídos se escuchaba. “Allí estaré”.
La gente salía de la iglesia, unas contentas por el Día de San Valentín;
otras como Anulia que se quejaba en la silla de ruedas por el líquido que
arrojara como defensa el Gran Tío Ben. Las manos de la vieja cobra estaban con
sarna y ella lo sabía, menos mal que el obsecuente Lurok tenía paciencia para
trasladarla de un lado a otro. Asteris y su sombrero que le cubría sus heridas,
olía en el ambiente la presencia de sus
enemigos, los trasgos, quienes, a pesar de estar invisibles, observaban a las
serpientes y soltaban una carcajada que muchos de los circunstantes oían, pero que no sabían de dónde venía. Anacé, a
pesar de estar golpeada conversaba alegremente con el avestruz negro que era
tan grande como ella. Así la terrible anaconda pasaba su vida entre bromas y
odio, entre golpes y constricciones..
La
piscina es fresca y honda
Para
la anaconda
Tú
lo sabes de sobra
Ponzoñosa
cobra.
Micki, después de tararear estos
versos, le dio una patada a Tanger y este empezó a perseguirlo. Collins buscaba sus lentes y lo atropellaron sus
hermanos. En ese momento se hicieron visibles y Nicole y Sandra rompieron a
reír con las ocurrencias de los tres duendecillos.
Eddy Gamarra Tirado
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