jueves, 12 de marzo de 2015

Capítulo 23                 
Reunión de familia

El cebiche que prepararon las hijas de Stephen estuvo delicioso. Papá estaba contento y se estaba recuperando poco a poco. El tío Ben trajo varias botellas de vino blanco para degustar el cebiche y un sudado que él mismo preparó para celebrar el cumpleaños de su gran amigo y jugar al periquete,  un juego de amistad que lo realizaban en cualquier lugar, ya sea en una fiesta , en el parque o en el baño.
Papá conoció a los huéspedes de Stephen. Las primeras que se presentaron fueron las haditas Ghara y Harally quienes interpretaron una canción alemana que llevaba el título de Ich liebe dich (Te amo). Janice, Maluxa y Andreína fueron las siguientes. Estas tres brujitas prepararon la sopa teóloga que les enseñó una monjita en la selva del Mato Grosso. Stephen les agradeció por salvar a su hija Antonella y aunque estaba un poco enojado con Tanger, Collins y Micki que hasta en los momentos de peligro, se ponen a jugar, los presentó a papá. Cuando aparecieron estos tres duendecillos, se pusieron a llorar y le pidieron perdón a Nicole y a Sandra; ellas recordaron los momentos difíciles y lloraron también. A medida que avanzaba el llanto, estos tres sinvergüenzas cambiaron de las lágrimas a la risa y  la burla, así que se arrojaban entre ellos su fruto preferido: los higos. Yo no podía estar seria y reí también al igual que los demás.

Los juguetones trasgos se banquetearon con naranjas, guayabas e higos. Las haditas danzaban en el aire y se acercaban a las flores del jardín para buscar su alimento y dibujar en el aire un corazón grande en cuyo interior decía : ¡ Feliz cumpleaños señor Conde! Todos aplaudimos esta presentación mientras Harally y Ghara agradecían con mucha humildad. Sin duda que los maravillosos huéspedes de Stephen eran sencillamente extraordinarios. Yo estaba muy contenta porque mi padre estaba mejor, reía de las ocurrencias de los circunstantes y porque Stephen estaba presente.

Después del opíparo almuerzo,. el Tío Ben nos contó sobre El hombre que calculaba y tenía que conversar con papá. Ese fue el momento preciso para mostrarle a Stephen unos nuevos libros que yo había adquirido en una librería de La Ciudad de los Reyes. Nunca había subido con tanta rapidez a la biblioteca. Allí lo esperé y no le mostré ningún libro, solamente mis labios porque hace mucho tiempo que no recibía los suyos. Lo abracé con mucha efusión y él también me abrazó y me cargó. No sé qué iba a ocurrir después. De un momento a otro, apareció Micki. Nos soltamos y el duendecillo le dijo al oído a Stephen. “¡El Conde…el Conde!”. Stephen Salió  por la ventana y yo tomé un libro. Aparecieron los trasgos y se pusieron a cantar y bailar:

                                               “Saca las manos
                                               Saca los pies
                                               Saca la cabeza
                                               Si no la quieres perder”.

Papá reía y reía y desaparecieron el pequeño Micki, el gordito Tanger y “el ciego” Collins. A lo lejos se escuchaba esta música afroamericana que los traviesos duendecillos cantaban con emoción.

Aquella tarde cuando mi padre se despidió de Stephen y sus hijas, me quedé sola en mi habitación. Papá tuvo que salir porque una amiga suya-Lynn de Marec, después de su viaje por algunas ciudades de Europa, le había traído algunos regalitos, pero que le pedía que la visite  a su departamento de la Ciudad de los Reyes, debido a que su casa en la Comunidad estaba demasiado cerca para las miradas furtivas de algunos personajes que aderezaban el chisme y el dicterio para hacer daño. Mi padre no me lo dijo. Yo lo sabía. En mi mente estaba presente la escapada por la ventana de Stephen. Me sentía triste y muy sola. Cada vez que estoy cerca de él, algo sucede. Empezó a llover con fuerza y mientras miraba por una de las ventanas del castillo las gotas de lluvia, observé que algo se movió por el jardín. Mi corazón empezó a latir con fuerza, pero no de miedo sino de alegría. Era él,  que había entrado como lobo para llegar con más facilidad hacia mí. Me eché un poco de patchuli en el cuello y en el pecho y esperaba con ansias al hombre que yo amo.

Ya había abierto la puerta de mi alcoba y Stephen me tomó de los brazos, acarició mi cabello, me besó en la frente, en las mejillas y en los labios,  que estuve a punto de desfallecer. Yo también lo besaba con mucha pasión. La lluvia arreciaba y parecía que los rayos que se dibujaban a lo lejos, rugían con furia porque nuestros cuerpos se habían constituido en uno solo desde los cabellos hasta los pies. Los libros eran mudos testigos de esa lucha apasionada entre dos seres que se aman a pesar de las quejas de los truenos, los rayos y la melífica lluvia. Ninguno de los dos nos preocupamos por papá porque le leímos el pensamiento y lo olíamos y sabíamos que estaba lejos disfrutando de la grata y gozosa compañía de Lynn de Marec.



                                                                                                                     Eddy Gamarra Tirado

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