viernes, 4 de septiembre de 2015

Capítulo 146
El viaje a Sierra Leona

Los periódicos de diversas partes del mundo indicaban que algunos países africanos tenían la terrible epidemia del ébola y que estaba causando muchas muertes. Uno de estos países era Sierra Leona. Parece que Asteris de Fatma, la terrible mamba negra, tenía algunos familiares con las mismas características de su naturaleza zooter y asesina en aquel país. Ella le había confiado a Tránsito, la shushupe, que pensaba traerlas aquí sin darse cuenta del peligro de contagio que ocasionaría entre las mismas serpientes y los habitantes de San Patricio.

Elisabetta había leído el pensamiento de Asteris y con la ayuda de Yasmina, logró captar la conversación de estas dos serpientes. Se reunieron de emergencia con Jorginho y la familia y decidieron darle una emboscada a la más peligrosa de las serpientes. Esta compró su pasaje hasta Marruecos y allí tomaría otro avión para un país africano cerca al suyo y con su metamorfosis entraría sin mayores dificultades a Sierra Leona.

Para este trabajo, se contó con la ayuda del Arcipreste de Colán, un religioso del norte del Perú que antes fue trapero de Emaús y que se le reconocía por su sobriedad en el vestir. Siempre con sus pantalones plomos, camisa blanca y suéter azul. Por fortuna, era zooter y no tendría mayores problemas en no ser identificado por la mamba negra. Su metamorfosis era la de un noble orangután cuyo olor no permitiría que la mamba lo identifique. Es más,  él se encargaría de eliminar a la serpiente con un preparado que guardaba el conde jorginho en su laboratorio donde había unido en una pócima,  venenos de la viuda negra, cobra de La India, escorpión negro de México y shushupe de la selva peruana. Además, esta pócima contenía un líquido proporcionado por el tío Ben de sus propias miasmas. Este preparado estaba en una pistola especial que guardaba el conde para una ocasión propicia,  en su oploteca.

El Arcipreste de Colán, que era un curita que no pertenecía a ninguna orden y que gustaba del nombre “arcipreste” por su admiración a religiosos poetas como el Arcipreste de Hita, Gonzalo de Berceo, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Tirso de Molina, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz y tantos otros, pidió al conde Jorginho para la buena suerte un “almuercito a todo dar” el cual sería bendecido con sus propias manos y con agua bendita del pueblo del Señor de Ayabaca. Sin duda, el arcipreste, amigo de Ludwig, al igual que su amigo, era lo que en buen cristiano se decía “cuchara brava”. Esta vez, la esposa de Ludwig preparó un sancochado con abundante malaya, yuca, camote, choclo, garbanzo y arroz. Una noche anterior hervía la paila con la carne y los otros ingredientes. Al día siguiente estuvo el arcipreste de Colán , Juan de Aviraneta, que también era amigo del Arcipreste, Ludwig, su familia y los Dinos. Al Arcipreste le gustaba mucho el vino de misa que lo había probado en tantas ocasiones cuando fue sacristán en su pueblo y ordenaba las cosas y botellas del cura de Colán. Juan trajo varias botellas que se las compró al “Cholo Tasayco”, amigo del Arcipreste. No sé si eran legítimas, lo cierto es que se las vendió su amigo Tasayco. Además, eran baratas y punto.

Después de la gran comilona donde hubo también tamales de chincha y frejol “colao” con pan serrano de Huaraz, el Arcipreste nos contaba que en una reunión con sus amigos de “la mafia” fue elegido sucesor del “capellán de la mafia” y se sentía orgulloso de ser el sucesor. Ellos llamaban en su trabajo “La mafia” a los amigos que tenían que soportar a su patrón y cuando se reunían en el descanso “rajaban” de su jefe y decidían a quién le tocaba comprar el pan fuera de la empresa, sin que se den cuenta los guardianes. Tenían que salir de la empresa e ir a la panadería con los encargos de “la mafia”. Siempre recibían la bendición del gran “Pechito”, el hombre que sabía más sobre la vida de los santos que los mismos curas. Cuando era joven, además de la teología le gustaba la gimnasia y había desarrollado pectorales que uno de sus amigos del convento le decía: “Tienes tu pechito como Tarzán”. Todos sus compañeros de clase empezaron a llamarle “Pechito” y así se quedó con este apodo que a él no le incomodaba. En el trabajo, además de “Pechito”, le llamaban “El capellán de la mafia” y todos lo querían porque era un hombre bueno, culto y humilde. Años atrás pudo ser cura, pero se casó y su vida continuó. Lo poco que ganaba lo compartía con su familia y para ayudarse  preparaba maní confitado que era una delicia y todos los que lo conocían, compraban el maní confitado. Otras veces, vendía aceitunas, pero nunca vendió su alma al diablo. Se ganó el respeto de sus compañeros de trabajo y el “Cholo Tasayco” lo bautizó como “El capellán de la mafia”. Nadie supo por qué lo despidieron y al poco tiempo, después de una enfermedad compleja, se murió. Dicen algunos que tenía problemas con su familia. Nosotros pensamos que se murió de pena y tristeza y que nunca lo vamos a olvidar.

Ahora el Arcipreste de Colán recibió el cargo y se sentía orgulloso de ser el nuevo “capellán de la mafia” y tenía un trabajo no de exorcismo, ni de excomunión que no le correspondía,  sino de acabar con uno de los males de la Comunidad. Viajaría hasta Casablanca donde tenía amigos y allí terminaría con la mamba negra. 

El último favor que le pidió al conde Jorginho fue que le permitiera visitar La Colina azul y conversar con Doña Mariana de Portobello para que le dé consejos de cómo enfrentarse a un peligro inminente. A través de su suegro, Jorginho consiguió que el Arcipreste conversara con Doña Mariana y Ulrico y después de esta conversación, se bañó en las aguas de la laguna  de los tulipanes negros junto con un amigo de antaño: la morsa, quien habitaba en aquella laguna mágica. Al retirarse el Arcipreste, mascullaba lentamente unos versos de Bécquer: “Hoy la he visto…la he visto y me ha mirado…Hoy creo en Dios”.

No hubo mayores comentarios entre los Dinos. La vigilancia a las serpientes se redobló y se constató el viaje de Asteris de Fatma. El Arcipreste viajaría en el mismo avión. Chiara se encargaría de los chicos para su Primera comunión y confirmación que el Arcipreste de Colán había aceptado por recomendación de sus amigos los Dinos.  Ninguno de los Dinos lo fue a despedir para evitar sospechas. Al cabo de varios días, Jorginho recibió un mensaje desde Marruecos: “Muerto el perro se acabó la rabia”…Este epifonema fue tajante y sería recordado por los Dinos durante mucho tiempo. El arcipreste sugirió una sopa teóloga, que  sería una buena manera de celebrar. Firmaba “El capellán de la mafia”. “Más claro no canta un gallo”- dijo Juan de Aviraneta. Aparentemente había una confusión porque la que murió fue una serpiente, no un perro. El que cantaba no era un gallo sino un orangután. Quien lo dijo fue un camello y nada más. Son los dichos que siempre mencionan a nuestros animales y forma parte de la sabiduría popular de San Patricio. El ébola no ingresaría a San Patricio, tampoco Asteris de Fatma, más conocida como la mamba negra.

Al día siguiente de la muerte de Asteris, los empleados del hotel que no se explicaban de la ausencia de la mujer que estaba en una de las habitaciones del tercer piso. No había desayunado, tampoco había almorzado. No había registrado su salida del hotel. La llamaron por teléfono interno y nada. Uno de los empleados recibió la orden del administrador del hotel para que llevara la llave de emergencia que disponían ellos, luego tocar la puerta y si no contestaba, abrir la puerta de la habitación y averiguar qué pasaba. La sorpresa fue grande y extraña. No estaba la bella mujer. Solo encontraron en su cama una serpiente venenosa muerta y que despedía un hedor que causaba vómitos en las personas. Recibieron la orden de lanzarla a los albañales de la ciudad.  Nunca hallaron a la mujer. Lo que encontraron fue una mamba negra. Parece que la naturaleza de Asteris era más de animal que de persona, porque debió encontrarse el cuerpo de ella, pero no fue así. Solo encontraron a la serpiente que tanto dañó causó en la comunidad de San Patricio.


                                                                                                            Eddy Gamarra T.

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