Capítulo 163
Un día en perfecta paz
El más contento con la desaparición
de los licans fue Carmito Enfisemo. Ellos siempre fueron un escollo para él.
Ahora que están muertos, la mano de Dios-decía el gazmoño personaje-ha actuado
sobre estos seres insepultos. Se arrodilló delante de la mayoría de los
trabajadores, abrió sus brazos y mirando al cielo dijo con voz estentórea y
bañado en lágrimas: “Gracias Padre Dios”. Una mitad de los trabajadores se reía
a mandíbula batiente; la otra mitad emocionada, asustada, no sabía si se
trataba de un ángel o demonio. Desde un segundo piso, los asesores miraban con
recelo a este beato sin aureola cuya mayor virtud era su capacidad histriónica.
Los trabajadores de servicio que pensaban que era una obra teatral por el mes
del Señor de los Milagros, ya que Carmito estaba vestido con su hábito morado,
prorrumpieron en sonoros aplausos que contagió a los estudiantes de trámite
documentario que entre gritos y rechiflas levantaron en peso a Carmito Enfisemo
y empezaron a corear: “Carmito Presidente…Carmito Presidente” hasta que lo
dejaron en el jardín junto a los caracoles.
Elisabetta estaba muy contenta
porque Mischa iba a dar varios conciertos en la Ciudad…Mischa fue invitado a la
residencia de Elisabetta. El tío de la bella vampira pagó el viaje de ida y
vuelta de este notable violinista gitano. Pietro se encargó de organizar los
conciertos en los principales teatros de la Ciudad…y cada noche, Elisabetta esperaba
con ansias a su amado de toda la vida. Escuchaba un disco de Jascha Heifetz y
soñaba con Mischa en su completa desnudez.
Jorginho contento con Hasán y
Yasmina había proyectado un viaje de familia, por diversas ciudades de Europa donde tenía
una cadena de joyerías. Invitó a mis hijas, sus maridos y mis nietas. Además de
joyero, su pasión por la biología lo llevó a conocer variedad de plantas de
aquellos países. Era tiempo de descansar después de varios años de lucha contra
los enemigos de San Patricio.
El abuelo siempre con perfil bajo
visitaba la aldea y dictaba sus charlas tanto para jóvenes como para adultos en
el Instituto. Los domingos era visitado por Ludwig, Marietta y el pequeño Hans.
Mientras Marietta y su niño paseaban por el bosque sagrado, el abuelo le
contaba a Ludwig todo lo referente al gobierno prusiano, de donde procedía el
casco que Juan de Aviraneta, mi yerno, le había regalado a su amigo, y que lo había llevado a la victoria.
Ghara y Harally, las haditas,
cuidaban el castillo y las casas de mis hijas siempre con su carácter angelical
y alimentándose como las abejas del polen de las flores. En las tarde, antes de
que las estrellas ofrezcan su belleza a los habitantes de San Patricio, las
haditas cantaban en español, inglés, alemán e italiano. Las personas que
transitaban cerca al castillo, se sentaban en el césped para escuchar las
maravillosas voces de Harally y Ghara, mis haditas.
Maluxa, Andreínha y Janice,
seductoras, enigmáticas, coquetas y juguetonas, desataban sus cabellos negros y
tomando sus escobas, trazaban corazones y escribían palabras de amor para
los enamorados que pululaban por
aquellos lares. Solían visitar a la hermosa Irascema do Bahía para jugar por
los aires y cantar alguna canción en portugués de compositores como Chico
Buarque, Vinicio de Moraes, Dorival Cainmi o Ary Barroso y otros. Eran tiempos
de paz y había que disfrutarlos como se debe. Ellas también tenían derecho a
amar e irían en el próximo viaje que yo haga con Yasmina, al Brasil, vestidas
como señoritas, como si fueran mis propias hijas.
Collins, Micki y Tanger, siempre
bromistas, visitaban a sus enamoradas y tenían que regresar temprano. Nolberto
de Paracatú remplazaba a Yasmina y ya les había dicho que no estén escondiendo
sus zapatos porque si no se iba a enojar con ellos. Los elfos entregaban los
zapatones al tío Nolberto y trataban de llegar temprano a San Patricio. Los
duendecillos llevados por el espíritu cultural que les enseñó la señora
Elisabetta, irían un viernes a una exposición numismática sobre el rey
Vereticus de Gales y que escucharían la exposición de Monsieur Delacroix,
coleccionista de monedas, billetes, medallas y fichas. Elisabetta di Sardegna orientaba a los duendecillos
por los temas culturales y asistirían la próxima semana a la presentación de la
novela de la escritora Prima Boulanger, sobre su vida escolar.
El mono Rebatta se ganó el cariño
de los aldeanos y apoyaba a Caterina de Montebianco en el Instituto de Cultura,
Cibernética y biblioteca de la Comunidad. Cuando los muchachos de la aldea
veían de lejos al popular personaje, decían con cariño y picardía: “A portarse
bien muchachos, porque al que no obedece, le pongo chero, chero”. Rafo Rebatta,
encendía su cigarrillo y caminaba orondo y contento de vivir en este lugar de
ensueño que sus amigos, los Dinos le habían conseguido, cuando ya no le
encontraba sentido a la vida. Les
perdonaba a los muchachos la tomada de pelo porque él, en los momentos gratos de
su vida fue un palomilla redomado. Estaba tan identificado con su naturaleza
zooter que cuando lo llamaban por su nombre, no contestaba; pero si le decían
“Mono Rebatta”, contestaba con alegría y satisfacción.
Lapitt de Sajonia con su fábrica de
cerveza, vivía contento viajando siempre
de San Patricio al Pozuzo y viceversa. Un amigo le había pedido que se encargue
de la distribución de cigarrillos en todo el Perú y Lapitt aceptó feliz, con
tal de no fumárselos todos. Estaba en su salsa. Mejoró su situación económica y
cuando estaba en su residencia, exteriorizaba su alegría con un sonoro relincho
que se oía por todo el barrio de los Dinos.
Jorginho le había traído varios
pares de zapatos para el conde Nolberto. Aquí no se podía conseguir y a veces,
los duendecillos le escondían sus zapatos. El bueno de Paracatú los amenazaba
con darles perejil, como si fueran cuyes. Siempre tenía presente a Hectorius de
Auseville, su amigo. Con Hectorius se bromeaban constantemente y formaban parte
del gran grupo de la comunidad de San Patricio que todos conocían como los
Dinos.
El tío Ben que siempre estaba con
nosotros y que solía aparecer en el momento justo y preciso, se recuperaba en
la Ciudad… junto a su familia. Estaba delicado de salud y nosotros estábamos
preocupados. El tío Ben era un magnífico guerrero que defendía a la comunidad
cada vez que se requería de sus servicios. Cuando había alguna reunión, nos
deleitaba con canciones francesas con temas de Juliette Grecó, Edith Piaf y
Gilbert Becaud . Y si se trataba de Frank Sinatra, su canción preferida era My way. Además, traía de su cava
exquisitas botellas de vino y les narraba a los duendecillos un capítulo más de
El hombre que calculaba.
Mi vida había transcurrido entre
los conflictos bélicos donde acudía como corresponsal de guerra, los libros y
la música. Esto me permitió colaborar con diversos periódicos americanos y
europeos. Me salvé de morir en varias ocasiones y me prometía retirar de
aquellas contiendas, pero volvía a cubrir las noticias. La última vez escapé
del Estado Islámico y hubiera sido degollado como otros arriesgados periodistas
que dieron su vida por los demás. Era hora de retirarme para vivir con Yasmina
y Hasán, mi hijo. Trabajaría con el conde Jorginho, mi suegro, en el mundo de las piedras preciosas por
países como Colombia, Brasil, Estados Unidos de Norteamérica y los principales
países europeos. Los excelentes artistas en joyas de este maravilloso país trabajaban
con ahínco las piedras preciosas con oro y plata para entregar las bellísimas joyas que eran
diseñadas por Yasmina.
Ella no hablaba mucho pero era una
mujer extraordinaria que tenía muchas virtudes y un defecto, los celos. Había
demostrado en la guerra contra los licans que era una luchadora perfecta. Ella
fue designada por su abuelo como la zooter encargada de enfrentarse al malvado
Varkolak, que estaba considerado como el más fuerte de los licántropos. Lo
demostró cuando se transformó en un bello unicornio que acabó con el perverso
Varkolak.
La paz que se respiraba en San
Patricio nos permitía pasear por las calles y parques de la Comunidad con
nuestros hijos. Lo mismo ocurría con los campesinos del general Ludwig que
salieron de las fronteras de su aldea para caminar con libertad, sin temor a
encontrarse con algún monstruo. Cuando le preguntaron a Ludwig por qué se hacía
llamar general, contestaba que se lo había ganado en buena lid. Su negocio
creció porque también era visitado por los aldeanos y cualquier habitante de la
Comunidad.
Hay que reconocer que esta paz la
conseguimos con esfuerzo, sacrificio donde destacó Yasmina como una loba que
estaba dispuesta a todo, incluso a dejar su vida por el bien de la comunidad de
San Patricio que fue forjada por dos personas allegadas a ella: Su abuelo y su
padre.
La paz se extendía hasta la Colina
Azul habitada por personas que dieron su vida por la Educación y que amaban la
naturaleza a toda prueba. Los nuevos vientos permitieron que la Colina Azul sea
visitada con más frecuencia por los habitantes de San Patricio y por los
estudiantes zooters para encontrar en ella la leyenda viva de la cultura y la
formación de profesionales que aprendieron a reconocer a sus maestros. Es más,
las aguas de la laguna en aquel lugar eran como las del bosque sagrado donde
vivía el abuelo. Curaban el reumatismo, cualquier escozor del cuerpo, las
manchas y pecas de los jóvenes expuestos al sol y fortalecían los músculos y
huesos. La laguna de los tulipanes negros era el lugar preferido de Lucho, la
morsa, leyenda viviente de la Colina Azul. Cada persona tenía una historia
valiosa enriquecida con una vida de trabajo, sacrificio, aventura y amor.
El jefe del CENTRADOM reunió a sus
asesores y les dio la orden de no comentar nada sobre la desaparición del
equipo de seguridad. Nadie hablaba en el CENTRO pero todos sabían qué ocurrió
en aquel club donde los licans celebraban la fiesta de Halloween y fueron
exterminados en un enfrentamiento sangriento por una loba y sus amigos.
Aún faltaba luchar contra los
programas obsoletos y cargados de mera información documentaria de los
“centradomes” o lugares de papeleos absurdos, trasnochados y certificados por
obra y gracia de la ignorancia y que tenían como objetivo máximo acabar con los
libros. Ya habían cerrado la biblioteca y usaban la casa de los libros como los
judíos usaron la casa de Dios. Hacía falta un látigo para desterrar a los
exterminadores de los libros. Se requería toda una revolución que cambiara la
mentalidad de los intermedios que desprovistos de ellos, los cambiaron por sus juguetes celulares donde
mataban el tiempo como una venganza para purificar su alma que alguna vez les
puso un libro en la mano.
Los niños crecen y nosotros
seguimos construyendo este mundo zooter que la providencia nos dio y que
tenemos que mantenerla ya sea en la realidad o en los sueños porque el mundo
verdadero está poblado de realidades y sueños confundidos en un soplo de vida y
existencia que a veces no sabemos si es un sueño que se hace realidad o una
realidad que parece un sueño.
San Miguel, 08 de setiembre de 2015
Eddy Gamarra
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