Capítulo 159
¡Lobos a las armas!
Varkolak y Libak se levantaron
temprano como nunca y cada uno se desplazó en sus autos al aeropuerto.
¿Viajaban a un lugar?...¡No!...¿Esperaban a alguien?...Sí, pero a varias
personas. Para ser más precisos, tres licans. Eran de rostro duro, de tez
blanca, altos, parecían lanzadores de martillo o bala. Sus ojos reflejaban
maldad, desconfianza. Fueron escogidos en Turquía por la cofradía licántropa de
la daga negra. Esta cofradía era considerada como la más cruel en toda Europa y
su especialidad era salir de noche para violar y matar a sus víctimas. Ellos
procedían de Rumania y vivían en Capadocia con sus mujeres, que eran de extracción
humilde. De esa manera, nadie podría sospechar de sus crímenes. Los periódicos
turcos culpaban a los vampiros, enemigos acérrimos de los licántropos. Esta
información costó mucho dinero a la cofradía de los licans para ensuciar la vida tranquila de los vampiros
en este siglo XXI. Los vampiros y vampiras habían dejado de matar hace mucho
tiempo. Se dedicaron a las artes como la pintura, la música; al comercio y a la
Educación universitaria. Como vivían varios siglos, esta coyuntura les permitió aprender varios idiomas y dedicarse
a la lectura. Es por eso que Elisabetta, Rowina y Alejandra enseñaban en una
Universidad particular y evitaban llevar una vida de escándalo. Escogían
algunas noches de la semana, de preferencia viernes, sábado, para salir de cacería.
En verdad, no cazaban nada. El término lo acuñaron desde hace varios siglos los
vampiros que solían matar a sus víctimas o los convertían como ellos. Esta
nueva generación no mataba a sus víctimas, solo les chupaban la sangre en
raciones mínimas que ni siquiera se daban cuenta, las “víctimas” que les habían
dejado de “souvenir” dos puntitos para marcar la presencia de la familia
vampírica. Algunas veces chupaban la sangre de los animales pero no los
mataban.
Todos estos datos sobre los nuevos
sicarios de los licans fueron proporcionados por Elisabetta que había ido al
aeropuerto para despedir a una colega de
la Universidad. Su facilidad para leer el pensamiento la acercó a ese grupo que
tomaba un café en uno de los restaurantes del aeropuerto. Ella ingresó a una
tienda de ropa y se colocó en un lugar estratégico y se pudo enterar de las
malas intenciones de este grupo asesino. Uno de ellos era familia de Varkolak y
prometió acabar con todos los lobos de San Patricio. Eran expertos en el uso de
cuchillos, espadas, hachas, lanzas y todo tipo de arma blanca. Ya sabían que no
se podía ingresar armas de fuego por el arco mágico. El único que tenía su
panoplia desde armas del siglo XVI hasta las más sofisticadas de este siglo era
el conde Jorginho. Él las ingresó por la entrada de Rapa Nui. Nunca las había
usado en San Patricio, pero dijo una vez que si las circunstancias y el peligro
inminente de un ataque licantrópico lo requerían, estaría dispuesto a usarlas.
Jorginho era un experto en armas de fuego. Había otro zooter que aprendió el
uso de armas en el pueblo Saharawi: Juan de Aviraneta, el marido de Antonella.
Jorginho había enseñado a Juan el uso de las últimas armas que había adquirido.
Los licans nunca habían visto la oploteca del conde. Solo los Dinos y Yasmina
sabían de su existencia, porque esta colección de armas estaba detrás de un
estante en la biblioteca. Se tomaba un libro de Hobbes llamado Leviatán y automáticamente giraba el
estante y daba entrada a una enorme
habitación donde se podía apreciar infinidad de dagas y armas blancas de diferentes pueblos de Asia
y África; arcabuces, fusiles, carabinas, escopetas, pistolas desde las más
antiguas hasta las modernas; metralletas, granadas, instalazas y muchas armas
más. Todo un arsenal.
Elisabetta invitó a su residencia a
los Dinos. Estuvieron Lapitt de Sajonia, Nolberto de Paracatú, Hectorius de
Auseville, El Tío Ben, el conde Jorginho, Yasmina y yo. Ella era la única mujer
invitada debido a su capacidad de lucha contra el mal y a sus metamorfosis que
le permitía desplazarse por el agua, aire y tierra. Elisabetta fue clara. Todos
la escuchamos en silencio y después de unos segundos de haber escuchado la
información de la condesa Elisabetta di Sardegna , el conde Jorginho di Ipanema
dijo en voz alta: ¡Lobos…a las armas! ¡Dinos: Muerte a los licans y a las
serpientes! Todos se pusieron de pie y gritaron al unísono: ¡Muerte!
Era el momento propicio para
realizar el enfrentamiento contra este estigma que pretendía apoderarse de la
comunidad de San Patricio a través de crímenes que formaban parte de su modo de
vivir. Trajeron tres asesinos de la peor calaña y saboreaban con anticipación
la desaparición total de los lobos y los Dinos de su espacio vital. Sus
próximas víctimas serían los intermedios. De esa manera, podrían apoderarse del
CENTRADOM y dejaban como postre, la muerte de los asesores y de repente Mr.
Kanter si se opone a sus protervos intereses.
El abuelo no estuvo presente pero
estaba enterado de todo. Él continuaba con su trabajo de jardinería. Los espías
de Anulia lo observaban siempre. El abuelo los miraba y sonreía . Continuaba
con su trabajo y Lurok, Wanda y la vieja cotorra avisaban a la vieja maritornes
quien visitaba a Varkolak y lo ponía al corriente de todo. También le
informaron a Anulia que Elisabetta había tenido una reunión sorpresa con los
Dinos y la loba. Algo se está tramando comentó Burú el sapo lascivo que había
sido el encargado de espiar a Elisabetta. Cuando Anulia se enteró de los
refuerzos de los licans, se atrevió a realizar una pequeña fiestecita en su
casa. Invitó a Varkolak, Libak y los rumanos. Les pidió a Dorotea, Tránsito,
Anacé, Wanda y la vieja cotorra que se pongan lindas porque además de Varkolak
y Libak, tenía tres invitados especiales que acabarían con los lobos y sus
amigos. Invitó también a unas intermedias que eran amigas de todas, amantes del
chisme y la fotografía y coquetas de principio a fin. El sapo Burú no podía
faltar a la reunión. Le gustaba Tránsito y sería una buena razón de seducirla
hasta las últimas consecuencias.
Toda la familia de lobos y
allegados estaban informados del plan macabro de los licans. El conde Jorginho
había lanzado la declaratoria de guerra contra nuestros enemigos. Se redobló la
vigilancia del barrio de los Dinos. Las hadas Ghara y Harally se encargarían de
Hasán, Brissa y Dana; las brujitas
visitarían a Irascema do Bahía para que preparen el ataque de ellas contra los
licans por aire. Los duendecillos vigilarían a Lurok, Wanda y la cotorra vieja,
igualmente, a las serpientes. Ludwig reunió a los labradores y después de un
discurso kilométrico convenció a los labradores de prepararse para la lucha contra la mafia despiadada de
los licans. A partir de ese día, Ludwig usó el casco prusiano que le regalara
Juan de Aviraneta y se autoproclamó General del heroico pueblo de San Patricio.
Todavía se escucha en la aldea las palabras finales de Ludwig : ¡A las armas,
aldeanos!...¡A las armas!
Eddy Gamarra T.
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