martes, 8 de septiembre de 2015


Capítulo 153
La felicidad de Juan

Antonella había pasado un buen tiempo en casa, sin Salir, porque estaba embarazada. No hubo mayores comentarios en la comunidad de San Patricio para evitar que Lurok, Wanda y la vieja cotorra informaran a sus amigas las serpientes. De ahí que las brujitas y nuestras dos hadas estuvieran siempre en casa dedicadas a la protección de Antonella. Lo mismo sucedía con Juan de Aviraneta que su empresa la manejaba desde su residencia para estar más cerca de Antonella. El Dr. Soiral, siempre tan solícito,  nos visitaba y veía a mi dulce Antonella. Según el galeno de la familia, la niña vendría en octubre. Ya sabían que iba a ser niña por los análisis realizados en su clínica. Hasta que llegó el día esperado. Un doce de octubre como la presencia de Colón a América, llegó a nuestros hogares Brissa, una bella niña que alegró el espíritu de Juan de Aviraneta y de toda la familia. La inteligencia de esta niña habría de asombrar más adelante a tirios y troyanos y haría sentirse orgullosos no solo a sus padres sino a toda la manada. Decía manada porque la metamorfosis de Brissa era como la de su madre y abuelo materno: loba. Sí, una lobita gris de ojos oscuros y bellos que tenía una manera de mirar a las personas que nadie le podía decir que no, cuando ella quería algo.

Aquel día en que nació Brissa, Juan de Aviraneta invitó a la casa a las personas más allegadas y disfrutaron de un buen cebiche de cojinova que él mismo preparó. Lapitt aprovechó esta coyuntura para ofrecer a sus amigos la cerveza que preparaba y que ahora venía en latas. Nolberto de Paracatú trajo varias fuentes de feijoada para celebrar el nacimiento de Brissa, mi nieta adorada. El tío Ben no pudo venir porque está en recuperación. El conde Jorginho mandó preparar una torta de lúcuma a Chiara, hermana de Marietta que tenía “una buena mano” y se convirtió en la mejor discípula que tuvo la finada Angeline. Los que probamos esta delicia le dimos la razón al conde que ya había probado este manjar. Yasmina trajo una novedad culinaria del norte de África y que a su madre le gustaba preparar mucho: el alcuzcuz, hecha  con sémola de trigo, carne, legumbres y salsas. Nicole también esperaba un bebé y Jean Pierre, su pareja, hizo una ensalada francesa con queso, aceitunas,  verduras y aceite de oliva  que sorprendió a todos.

Comida había bastante y de todos los estilos. Me olvidé mencionar al arcipreste de Colán que ofreció a los invitados su famosa sopa teóloga y a Ludwig con tamales de Chincha que le trajo su comadre Asunción. Si bien es cierto que el tío Ben no pudo asistir, sin embargo, envió con uno de sus asistentes zooter, una caja de vinos de california que la guardaba en su cava para una ocasión especial, y qué mejor que este momento que el hogar de Antonella y Juan de Aviraneta traían una hermosa bebé que iba aumentando la familia y exigía de los Dinos y los lobos mayor cuidado. El tío Ben siempre decía que “la mejor defensa es el ataque”, que lo aprendió cuando jugaba ajedrez con el matemático que las personas que lo querían, conocían como “El viejo Benavides”.

Juan de Aviraneta que además de empresario era historiador, con estudios en la Universidad complutense, cocinero por afición, pianista desde pequeño y este día interpretaría para sus invitados un pasaje pianístico del concierto para piano y orquesta de Edvard Grieg, el gran músico noruego. Todos escuchábamos  en silencio la brillante interpretación al piano de Juan de Aviraneta. Esta interpretación me traía el recuerdo de mi época de estudiante en que yo quería ser músico pero mis padres se oponían porque, según ellos, los músicos eran bohemios y personajes ebrios que terminaban mal. Como venganza por aquella apreciación ingenua, me dediqué a estudiar y aprender varios instrumentos y todavía estoy vivo con el ánimo de aprender otros instrumentos y feliz de tener a mi primera nieta y sé que vendrán otras más porque el corazón me lo dice y mi alegría será mayor .

Aquel día, todos comimos bien, la bebida fue excelente. Sandra bailó con su novio una marinera norteña y Pietro que había venido con su prima Elisabetta, nos ofreció varias canciones italianas como aquella NESSUN DORMA que despertó al inquieto Ludwig que después de haber degustado unos siete platitos remojados en vino californiano además de torta de lúcuma y café, bien vendría un sueño reparador. Cuando Ludwig despertó, ayudó con la segunda voz a Pietro y con emoción nibelunga pronunció: “Vinceróooo…vinceeee…roooooo”.


                                                                                Eddy Gamarra T.

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