Capítulo 153
La felicidad de Juan
Antonella había pasado un buen
tiempo en casa, sin Salir, porque estaba embarazada. No hubo mayores
comentarios en la comunidad de San Patricio para evitar que Lurok, Wanda y la
vieja cotorra informaran a sus amigas las serpientes. De ahí que las brujitas y
nuestras dos hadas estuvieran siempre en casa dedicadas a la protección de
Antonella. Lo mismo sucedía con Juan de Aviraneta que su empresa la manejaba
desde su residencia para estar más cerca de Antonella. El Dr. Soiral, siempre
tan solícito, nos visitaba y veía a mi dulce
Antonella. Según el galeno de la familia, la niña vendría en octubre. Ya sabían
que iba a ser niña por los análisis realizados en su clínica. Hasta que llegó
el día esperado. Un doce de octubre como la presencia de Colón a América, llegó
a nuestros hogares Brissa, una bella niña que alegró el espíritu de Juan de
Aviraneta y de toda la familia. La inteligencia de esta niña habría de asombrar
más adelante a tirios y troyanos y haría sentirse orgullosos no solo a sus
padres sino a toda la manada. Decía manada porque la metamorfosis de Brissa era
como la de su madre y abuelo materno: loba. Sí, una lobita gris de ojos oscuros
y bellos que tenía una manera de mirar a las personas que nadie le podía decir
que no, cuando ella quería algo.
Aquel día en que nació Brissa, Juan
de Aviraneta invitó a la casa a las personas más allegadas y disfrutaron de un
buen cebiche de cojinova que él mismo preparó. Lapitt aprovechó esta coyuntura
para ofrecer a sus amigos la cerveza que preparaba y que ahora venía en latas.
Nolberto de Paracatú trajo varias fuentes de feijoada para celebrar el
nacimiento de Brissa, mi nieta adorada. El tío Ben no pudo venir porque está en
recuperación. El conde Jorginho mandó preparar una torta de lúcuma a Chiara,
hermana de Marietta que tenía “una buena mano” y se convirtió en la mejor
discípula que tuvo la finada Angeline. Los que probamos esta delicia le dimos
la razón al conde que ya había probado este manjar. Yasmina trajo una novedad
culinaria del norte de África y que a su madre le gustaba preparar mucho: el
alcuzcuz, hecha con sémola de trigo,
carne, legumbres y salsas. Nicole también esperaba un bebé y Jean Pierre, su
pareja, hizo una ensalada francesa con queso, aceitunas, verduras y aceite de oliva que sorprendió a todos.
Comida había bastante y de todos
los estilos. Me olvidé mencionar al arcipreste de Colán que ofreció a los
invitados su famosa sopa teóloga y a Ludwig con tamales de Chincha que le trajo
su comadre Asunción. Si bien es cierto que el tío Ben no pudo asistir, sin
embargo, envió con uno de sus asistentes zooter, una caja de vinos de
california que la guardaba en su cava para una ocasión especial, y qué mejor
que este momento que el hogar de Antonella y Juan de Aviraneta traían una
hermosa bebé que iba aumentando la familia y exigía de los Dinos y los lobos
mayor cuidado. El tío Ben siempre decía que “la mejor defensa es el ataque”,
que lo aprendió cuando jugaba ajedrez con el matemático que las personas que lo
querían, conocían como “El viejo Benavides”.
Juan de Aviraneta que además de
empresario era historiador, con estudios en la Universidad complutense,
cocinero por afición, pianista desde pequeño y este día interpretaría para sus
invitados un pasaje pianístico del concierto para piano y orquesta de Edvard
Grieg, el gran músico noruego. Todos escuchábamos en silencio la brillante interpretación al
piano de Juan de Aviraneta. Esta interpretación me traía el recuerdo de mi
época de estudiante en que yo quería ser músico pero mis padres se oponían
porque, según ellos, los músicos eran bohemios y personajes ebrios que
terminaban mal. Como venganza por aquella apreciación ingenua, me dediqué a
estudiar y aprender varios instrumentos y todavía estoy vivo con el ánimo de
aprender otros instrumentos y feliz de tener a mi primera nieta y sé que
vendrán otras más porque el corazón me lo dice y mi alegría será mayor .
Aquel día, todos comimos bien, la
bebida fue excelente. Sandra bailó con su novio una marinera norteña y Pietro
que había venido con su prima Elisabetta, nos ofreció varias canciones
italianas como aquella NESSUN DORMA que despertó al inquieto Ludwig que después
de haber degustado unos siete platitos remojados en vino californiano además de
torta de lúcuma y café, bien vendría un sueño reparador. Cuando Ludwig despertó,
ayudó con la segunda voz a Pietro y con emoción nibelunga pronunció:
“Vinceróooo…vinceeee…roooooo”.
Eddy Gamarra T.
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