Capítulo 78
El ataque de los cuervos
Aquella
mañana, cuando estuvimos en la playa , la presencia de los cuervos y su
graznido infernal, provocó en los pescadores del lugar un temor asociado a la
sequía que padecían desde hace mucho tiempo. Inmediatamente, mis recuerdos me
llevaron a una de las películas de Alfred Hitchcock-Los pájaros- que pude ver
en mis años de colegial. Pero, también me puso en guardia con la metamorfosis
del malvado Libak. Le pedí a Yasmina que si husmeaba el hedor licantrópico de
nuestro enemigo o había otra razón ajena a nuestras sospechas, me avise.
Los
más preocupados eran los habitantes,
porque nunca habían tenido la presencia de cuervos en su pueblo. Los
ancianos del lugar visitaron la iglesia y prendieron velas a su santo patrón
para que los proteja de esos infernales animales que poblaban los cables de la
playa.
Los
extranjeros que llegaron a la playa no le dieron importancia. Alguien observó
que las gaviotas y las otras aves habían desaparecido, de repente por temor a
ser atacadas por los cuervos. La gente supersticiosa se persignaba tres veces
antes de ingresar al mar. Las beatas de Máncora salieron en procesión y
pasearon a la virgen por toda la playa para que purifique su pueblo de los
malos espíritus y los nefastos cuervos.
A
las seis de la tarde, se retiraron en dirección a los cerros donde abundan los
algarrobos y dejaron que las horas corrieran hasta que la noche llegó al
pueblo. Las luces de Máncora invitaron a los visitantes a pasearse por el
bulevar. Las discotecas animaban a los jóvenes a disfrutar de la música de moda. Los puestos de los artesanos
ofrecían sus trabajos y el amor y el placer estaban a la orden para todos
aquellos que buscaban una aventura.
Era
viernes y el alcohol y la droga
golpeaban a un grupo de jóvenes que
quería ir más allá de un sano esparcimiento. La noche era de ellos y ellas. La
música ruidosa traqueteaba sus oídos y sentían la necesidad de buscar aire y
arena. Salieron de una de las discotecas y se fueron a la playa que estaba
cerca. Caminaban por la orilla. Se alejaron del lugar. Después de haber
caminado media hora, se echaron en la arena. Uno de ellos tenía una botella de
ron y a pico de botella se mandó un trago. Sus otros compañeros, hicieron lo
mismo y en su borrachera, además de la droga, no sintieron el aleteo de los
cuervos que los rodearon en silencio y parece que a la orden de uno de ellos,
los demás atacaron a los muchachos que no pudieron defenderse y solo escuchaban
en la playa los gritos desesperados de estos,
confundidos con el ruido de las olas del mar de Máncora.
Al
día siguiente, un pescador encontró los cuerpos sin vida de cuatro chicos que
tenían todo el cuerpo picoteado y ninguno de ellos tenía ojos. Las aves de
negro se encargaron de quitárselos. Ya no estaban en la playa como el día
anterior. Desaparecieron como por arte de birlibirloque. Todo el pueblo estaba
con miedo y no salían de sus casas por las noches durante un buen tiempo. Las
calles estaban vacías, mientras en la empresa de ómnibus, un tipo extraño con
un crucifijo en el pecho compraba su pasaje y se dirigía a la ciudad de Los
Reyes. Este hombre raro leía un poema en Inglés llamado The raven. En su
rostro, una mueca diabólica dibujaba una respuesta de ultratumba: Tarea
cumplida.
Eddy Gamarra T.