lunes, 25 de mayo de 2015

                                                                                                                       
Capítulo 77
Máncora

Hacía mucho tiempo que Yasmina no salía de la Comunidad de San Patricio y decidimos viajar al norte. Compramos bloqueadores para que nos proteja del sol. Compramos los pasajes. Decidimos ir por tierra, aunque el viaje era largo, pero  cómodo. Yasmina estaba sentada cerca a la ventana. Así podía ver la luna y no aburrirse del viaje.

Salimos en la tarde y llegamos al día siguiente. Cuando ya había amanecido, tuvimos la oportunidad de observar el mar azul, por un lado, y los algarrobos, por otro. Además de ellos, abundaban los platanales y las palmeras, cuyas ramas le daban un aire rústico a los bulevares y suites que abundan en el litoral de Tumbes.

Nos tocó una suite matrimonial en forma circular y frente al mar. Las paredes eran ventanas transparentes que permitía observar la playa hasta el ocaso donde el cielo se ponía de diferentes colores. En la noche, las cortinas blancas se cerraban para dar un aire de privacidad a la suite. Esta tenía una sala semicircular, un bello escritorio modelo francés. Cocina grande con todos sus elementos para preparar un buen desayuno o un lonche reparador.

El primer día viajamos al pueblo de Zorritos para comprar los víveres. Regresamos a Villa Esperanza, que así se llama el lugar y descansamos. Visitamos la playa que está a unos cuantos pasos de nuestra suite. Nos pusimos a caminar y a caminar por la playa hasta que se hizo de noche y la transformación fue oportuna para que las olas y las estrellas fueran testigos de la presencia de dos lobos grandes que jugueteaban por la arena como si fueran dos cachorritos. José, el muchacho que atendía la Villa, solía pasear por la playa cuando estaba a oscuras y se dio el susto mayúsculo de su vida cuando vio a los lobos que se metían a la playa y lanzaron un aullido de felicidad que al pobre José lo atormentaron y nunca más se le ocurrió pasearse por la playa de noche. Aquel temor hizo que  el pobre joven contara la leyenda de los dos lobos que en un principio eran una pareja de personas que iban abrazadas y jugaban en la playa. Esta pareja corría y corría hasta que se iban metamorfoseándose en dos descendientes de Aquela, la loba del Libro de la selva, de Rudyard Kipling.

Cuando José le contó a la dueña de Villa Esperanza lo que había sucedido, esta no le creyó; más bien, le llamó fuertemente la atención. Lo acusó de estar drogándose y seguro que tenía alucinaciones. José se puso a llorar y con el temor de perder su trabajo, le dio la razón a la señora y se retiró a su habitación.

Al día siguiente, los habitantes de la Villa contaron a la propietaria los aullidos de los lobos en la noche. La anciana se asustó y avisó a la policía para que investigara. Nosotros fuimos investigados también y contestamos a la policía que  habíamos escuchado esos aullidos y que no quisimos salir más tarde. El pobre José fue llevado al pueblo de Punta sal y lo encerraron tres días en la comisaría. La gente del lugar colocaba cirios grandes toda la noche para que  las almas del purgatorio purificaran el cuerpo del infortunado muchacho. Además, rezaron toda la noche hasta que se hizo de día.

Los habitantes de las playas, en especial, los pescadores,  querían conocer en cuerpo y alma a José, el hombre que vio a los lobos en la playa Bonanza. Le trajeron pescado, natillas, chifles, dulces, botellas de algarrobina, para que llueva en abundancia porque estaban en sequía. El curita del lugar le comentó a los fieles que la aparición de esos dos lobos se debía a que una de las playas de allí se había convertido en una ciudad del pecado, una Sodoma . Era un aviso para los pobladores. Las pequeñas iglesias de los departamentos de Piura y Tumbes se llenó de fieles. Se vendían velas de todos los tamaños, imágenes de San Francisco de Asís, recuerdos del Señor de Muruhuay, gigantografías con las imágenes de José y los dos lobos. Un verdadero negocio que hizo rico de la noche a la mañana al sacristán de Máncora y su familia.

Al día siguiente, nos fuimos a Máncora. Realizamos nuestras compras, nos bañamos en la playa, comimos raspadilla y observamos a las gaviotas y otras aves guaneras que surcaban los cielos. Algo llamó nuestra atención. Había cuervos que descansaban sobre los cables de la corriente eléctrica. Los cuervos no son aves guaneras y no existen en el país. Solamente podría ser el perverso Libak que estaba en Máncora con alguna maléfica intención.


                                                                                                                                  Eddy Gamarra T.

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