Capítulo 77
Máncora
Hacía
mucho tiempo que Yasmina no salía de la Comunidad de San Patricio y decidimos
viajar al norte. Compramos bloqueadores para que nos proteja del sol. Compramos
los pasajes. Decidimos ir por tierra, aunque el viaje era largo, pero cómodo. Yasmina estaba sentada cerca a la
ventana. Así podía ver la luna y no aburrirse del viaje.
Salimos
en la tarde y llegamos al día siguiente. Cuando ya había amanecido, tuvimos la
oportunidad de observar el mar azul, por un lado, y los algarrobos, por otro.
Además de ellos, abundaban los platanales y las palmeras, cuyas ramas le daban
un aire rústico a los bulevares y suites que abundan en el litoral de Tumbes.
Nos
tocó una suite matrimonial en forma circular y frente al mar. Las paredes eran
ventanas transparentes que permitía observar la playa hasta el ocaso donde el
cielo se ponía de diferentes colores. En la noche, las cortinas blancas se
cerraban para dar un aire de privacidad a la suite. Esta tenía una sala
semicircular, un bello escritorio modelo francés. Cocina grande con todos sus
elementos para preparar un buen desayuno o un lonche reparador.
El
primer día viajamos al pueblo de Zorritos para comprar los víveres. Regresamos
a Villa Esperanza, que así se llama el lugar y descansamos. Visitamos la playa
que está a unos cuantos pasos de nuestra suite. Nos pusimos a caminar y a
caminar por la playa hasta que se hizo de noche y la transformación fue
oportuna para que las olas y las estrellas fueran testigos de la presencia de
dos lobos grandes que jugueteaban por la arena como si fueran dos cachorritos.
José, el muchacho que atendía la Villa, solía pasear por la playa cuando estaba
a oscuras y se dio el susto mayúsculo de su vida cuando vio a los lobos que se
metían a la playa y lanzaron un aullido de felicidad que al pobre José lo
atormentaron y nunca más se le ocurrió pasearse por la playa de noche. Aquel
temor hizo que el pobre joven contara la
leyenda de los dos lobos que en un principio eran una pareja de personas que
iban abrazadas y jugaban en la playa. Esta pareja corría y corría hasta que se
iban metamorfoseándose en dos descendientes de Aquela, la loba del Libro de la
selva, de Rudyard Kipling.
Cuando
José le contó a la dueña de Villa Esperanza lo que había sucedido, esta no le
creyó; más bien, le llamó fuertemente la atención. Lo acusó de estar drogándose
y seguro que tenía alucinaciones. José se puso a llorar y con el temor de
perder su trabajo, le dio la razón a la señora y se retiró a su habitación.
Al
día siguiente, los habitantes de la Villa contaron a la propietaria los
aullidos de los lobos en la noche. La anciana se asustó y avisó a la policía
para que investigara. Nosotros fuimos investigados también y contestamos a la
policía que habíamos escuchado esos
aullidos y que no quisimos salir más tarde. El pobre José fue llevado al pueblo
de Punta sal y lo encerraron tres días en la comisaría. La gente del lugar
colocaba cirios grandes toda la noche para que las almas del purgatorio purificaran el cuerpo
del infortunado muchacho. Además, rezaron toda la noche hasta que se hizo de
día.
Los
habitantes de las playas, en especial, los pescadores, querían conocer en cuerpo y alma a José, el
hombre que vio a los lobos en la playa Bonanza. Le trajeron pescado, natillas,
chifles, dulces, botellas de algarrobina, para que llueva en abundancia porque
estaban en sequía. El curita del lugar le comentó a los fieles que la aparición
de esos dos lobos se debía a que una de las playas de allí se había convertido
en una ciudad del pecado, una Sodoma . Era un aviso para los pobladores. Las
pequeñas iglesias de los departamentos de Piura y Tumbes se llenó de fieles. Se
vendían velas de todos los tamaños, imágenes de San Francisco de Asís,
recuerdos del Señor de Muruhuay, gigantografías con las imágenes de José y los
dos lobos. Un verdadero negocio que hizo rico de la noche a la mañana al
sacristán de Máncora y su familia.
Al
día siguiente, nos fuimos a Máncora. Realizamos nuestras compras, nos bañamos
en la playa, comimos raspadilla y observamos a las gaviotas y otras aves
guaneras que surcaban los cielos. Algo llamó nuestra atención. Había cuervos
que descansaban sobre los cables de la corriente eléctrica. Los cuervos no son
aves guaneras y no existen en el país. Solamente podría ser el perverso Libak
que estaba en Máncora con alguna maléfica intención.
Eddy Gamarra T.
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