Capítulo 73
Tres, un número mágico
Yasmina siempre pensó que tenía una doble naturaleza, pero en
verdad, eran tres cambios. Me atrevo a decir que hasta cuatro, además de su
naturaleza humana. El tercero correspondía a un águila y lo descubrió cuando
perseguía al cernícalo que siempre estaba acechando el castillo del conde y a
nosotros. Ella sentía que el aire acariciaba su rostro y que tenía menos peso
para desplazarse de un lado a otro. También percibía a través de sus ojos toda
la comunidad de San Patricio. Nunca le había ocurrido esta sensación y
proclamaba su espíritu de libertad cuando su mirada se posó en la colina azul y
el vuelo del rey de las aves-Ulrico- que cuidaba aquel espacio maravilloso
dirigido por Rosa del Mar. Así llamaban a esta maestra que reunía a sus
compañeros una vez al año y salían de la colina azul para celebrar su día en un
magnífico lugar de la Ciudad…
Cuando Yasmina se miró las manos, observó que eran garras
poderosas y que sus brazos estaban convertidos en alas. Su cuerpo más pequeño y
su desplazamiento equilibrado para atrapar a la veloz cernícalo que durante
mucho tiempo trabajaba de espía para Mr. Kanter y sus amigas, las serpientes.
Yasmina me contó que en un principio, tuvo miedo. Solo sabía
de su primera metamorfosis y la que le descubrió su abuelo. La tercera fue
cuando encontró en la cima del eucalipto de su jardín a Wanda que escondida
entre las hojas observaba su habitación. De inmediato, se transformó en loba,
pero el árbol se hallaba muy alto y escuchaba la risa escandalosa del cernícalo
porque no la podía atrapar. Su ira se acrecentó y ante los ojos de los
duendecillos que jugaban en el jardín, se fue transformando en una bella águila
que echó a volar para desalojar a esa intrusa que siempre se posaba en el
eucalipto para ver todo lo que sucedía en los alrededores de la vivienda del
conde y los Dinos.
Wanda no se explicaba de dónde salió esa ave tan grande para
perseguirla y expulsarla de aquel espacio. Ella no era la única que estaba en
el árbol sino su gran compinche, Lurok, el tejón. De él se encargaron las
brujitas y mis duendecillos. Al pobre soplón le cayeron más escobazos e higos
por todo su cuerpo que lo obligaron a desaparecer por varios días mientras
descansaba en la casa de la desdentada cobra, su madrina.
Cuando Yasmina se posó sobre el manzano, todos los habitantes
de la casa grande donde vivíamos, la recibimos con alegría. Harally y Ghara
cantaban Edelweiss; Janice, Andreínha y Maluxa dibujaban un corazón en el aire
y Tanger, Micki y Collins reían y lloraban de felicidad. Yasmina abrazó a todos
después de recuperar su naturaleza humana y se fue conmigo a la cocina para
disfrutar de un pastel de manzana que ella había preparado el día anterior. La
cernícalo estaba picoteada por todas partes e informó a las serpientes que
había sido atacada por un monstruo mientras espiaba las residencias de sus
enemigos. Lurok le dio la razón porque él estuvo a su lado y prometió vengarse
de esos malditos gnomos que siempre lanzaban piedras a diestra y siniestra. En
verdad, no eran piedras sino higos. También mintió cuando manifestó que las
brujas le habían disparado por todo su magullado cuerpo. Solo fueron escobazos
que se los merecía por soplón y andar merodeando por lugares que no le
correspondían a su idiosincrasia intrusa.
Eddy
Gamarra T.
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