Capítulo 76
Caterina de Montebianco
Ella
fue la dama que me animó a dedicarme al periodismo. Era muy fuerte. Ni gorda ni
flaca. De rostro blanco y cabellos negros. Bella y de voz sensual. Sin embargo,
pertenecía a los intermedios. Tenía familia y evitaba a toda costa inmiscuirse
en la guerra que enfrentaba a los licans y a los Dinos y toda la manada. Le
fascinaba los deportes como vóleibol, atletismo, baloncesto, halterofilia,
tenis de mesa y natación. Por esta razón estaba muy cerca de los licans aunque
no participaba de sus objetivos protervos; tampoco apoyaba al conde Jorginho y
los suyos. Evitaba participar en esta
parafernalia de sangre. No tenía más de quince años en la Comunidad de San
Patricio. Su metamorfosis en osa grizzly
hizo que Mr. Kanter la trajera del Norte. De ahí su fuerza descomunal,
su amor a la gastronomía y su posición de mantenerse intermedia. No era familia
del religioso, porque ambos eran osos, pero tenía amistad con los unos y con
los otros. Muy servicial y alegre, bailarina y amante de la fotografía. A pesar
de tener un título nobiliario, su condición humilde la identificaba con las
gaviotas, lornas, corvinas y cojinovas. Vivía feliz haciendo el bien. Nunca
decía no, cuando alguien le solicitaba ayuda. Se mantenía al margen de las
luchas intestinas y rogaba a su Dios para que el fraile les aumentara de
sueldo. Había transcurrido tantos años y los trabajadores del CENTRADOM no
tenían aumentos, solo más trabajo por obra y gracia de los asesores y del
ubicuo Carmito de la buena Cruz.
Caterina
de Montebianco nació en estas tierras pero su abuelo nació en Nápoles y ella
heredó el carácter alegre del abuelo quien llegó hace muchos años a la Ciudad
de los Reyes y le gustaba el mar y el canto. Tenía pasión por la halterofilia y
el buen comer. La gastronomía de nuestras tierras convenció al napolitano que
este mundo es maravilloso y que “se come rico”. Se casó con una linda
provinciana de la región de la selva y se quedó para siempre. Su título de
Vizconde de Montebianco pasó a su hijo y después a la bella Caterina que por
humildad nunca lo usó.
El
Conde Jorginho que fue amigo de Don Giuseppe Francesco di Montebianco, abuelo
de Caterina, la estimaba mucho no solo por la amistad con su abuelo sino porque
Caterina representaba para los Dinos una hermana menor que de repente, más
tarde, sería de vital ayuda para la
manada. El tío Ben solía visitar a Don Giuseppe que vivía en El Callao para degustar
un buen vino italiano o francés. Ambos cantaban melodías napolitanas que el hermano del tío Ben, que
era tenor, le había enseñado.
Caterina supo desde pequeña que su metamorfosis era de una osa. La
primera vez que se transformó sucedió en un barrio difícil de su pueblo, cuando
ella visitó a una amiga de la escuela. Era perseguida por unos tres tipos de
mal vivir que habían planeado atacarla y violarla. Caterina se dio cuenta y
empezó a correr pero fue alcanzada por estos delincuentes. Su miedo cerval
mezclado con la ira, hizo que fuera transformándose
en una enorme osa grizzly que con unos cuantos manotazos y mordidas dejó al
borde de la muerte a estos miserables que fueron encontrados muy heridos y
sobre todo con la cara de haber visto al mismo diablo.
No
fue tan fácil aceptar esta condición zooter. Guardó silencio y cuando visitó a
su abuelo le contó con lujos de detalles esta transformación. Don Giuseppe
abrazó a su nieta y le explicó este cambio. Caterina se quedó sorprendida
cuando ante sus propios ojos, el abuelo se transformó en un enorme oso
grizzly y ella hizo lo mismo. Años más
tarde, Don Giuseppe habló con el Conde y el tío Ben y así la vizcondesa
Caterina de Montebianco llegó a la Comunidad de San Patricio.
Eddy Gamarra T.
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