lunes, 15 de junio de 2015

CapíCapítulo 87
                                                            El sacrificio
El espionaje de Anulia y el interés de Varko no se pudieron lograr debido al sueño placentero de Dorotea que de tanto comer y beber se quedó dormida como un lirón en uno de los muebles de la casa del Troll. La hermandad logró reunirse en secreto y tenían un plan para desbaratar las intenciones de  licans y  ofidios de realizar un sacrificio. Para ello, pude utilizar el reloj mágico que me obsequió Ghara, porque lo utilizaba para vigilar los pasos de los licans, en especial, de Varko.

Todos los sábados, Chateau se levantaba temprano para ir a correr a la playa. Había subido de peso y tenía que estar en forma para la fiesta de la institución. Como ella había llegado recién a la Comunidad, se confiaba demasiado en la paz y quietud de la playa y no se dio cuenta que Wanda la estaba observando. Ella se desplazó rápidamente a la casa de Varko y advirtió a este sobre Chateau y se dirigió en compañía de sus secuaces en un coche cerrado, en dirección a la playa. Una vez que estuvieron allí, se convirtieron en licans y aguardaron a la bella gaviota que regresaba de su largo desplazamiento físico. Saltaron sobre ella, y la golpearon en la cabeza y la llevaron desmayada. No la mataron porque la llevaban para el ritual satánico que iban a realizar en la casa de Varko.

Los licans no sabían que a través del reloj, yo seguía los pasos de Varko. Ya había avisado a la Hermandad y estábamos preparados para enfrentarnos a ellos. Estos pasaron por la carretera que conducía a sus casas y como nosotros vivíamos en la vía principal, observamos su desplazamiento desde la playa hasta el lugar del sacrificio. Pedimos la ayuda del tío Ben que tenía la facultad de desaparecer en cualquier momento e ingresar a cualquier lugar, al igual que Micki, Tanger y Collins. Ellos observaron a la vieja cobra y su gente que estaban vestidas de negro con una capa de color púrpura. Los licans principales y su guardia personal llevaban capas bermejas y portaban espadas envainadas. En el centro de la enorme sala estaba instalada una piedra de sacrificios. Varul era el encargado de llevar a la pobre Chateau y amarrarla de las manos y los pies. Mis huéspedes mágicos, es decir, Las hadas, brujas y duendes dirigidas por el Tío Ben serían la vanguardia de rescate de la gaviota. Yasmina y las veloces vampiras estaban en lugares estratégicos para atacar a los licans y serpientes. Los Dinos, en la retaguardia,  para evitar que ellos huyan o puedan utilizar otras armas que ocasionen daño a nuestro equipo de rescate.

Aquel día llovía torrencialmente y los relámpagos constantes anunciaban una tragedia. Los tres espías de la vieja cobra hacían guardia en las afueras del lugar donde iban a sacrificar a la pobre Chateau. Lurok, a pesar de su gordura y una calvicie incipiente, sentía frío y temblaba no sé si de miedo o de frío. Lo más probable sería el temor a Yasmina, y su idiosincrasia pusilánime lo tenía intranquilo. Wanda estaba en silencio y La Vilanova aplacaba su espanto comiendo y comiendo.

Dentro del recinto, sonó un gong tocado por el gigante Varul y todos se pusieron de pie. En esos instantes, ingresó un personaje con una capa negra y llevaba el rostro cubierto con un pasamontaña oscuro como la noche. Entre las manos portaba un cuchillo de acero toledano con mango de oro y rubíes incrustados. Los licántropos y las serpientes entonaron un himno enigmático y patético. Chateau empezó a gritar. Libak le lanzó una cachetada que la desmayó. Anulia lloraba de emoción porque según ella, iban a contar con el apoyo de un ser poderoso del infierno y al fin podría vengarse de la Hermandad del Unicornio Blanco que había ocasionado la muerte de sus amigas.

Asteris, siempre coqueta y extraña, sentía placer por el sacrificio y esperaba el momento de la sangre cuando el puñal se clavara en el corazón de la gaviota y así poder gritar de satisfacción.  Dorotea, la garrapata,  que al fin pudo llegar a su casa después del largo sueño en la casa del Troll, rezaba en latín al Señor de los infiernos para el momento culminante. Anacé guardaba silencio y estaba preocupada de que algo terrible sucediera y no se pudiera realizar el ansiado sacrificio de aquella mujer.

Cuando escampó, Varko, el licántropo, se acercó a la piedra de sacrificios, levantó el cuchillo ceremonial, pronunció “Mortus est per secula seculorum” y en ese momento en que los presentes al ritual satánico iban a pronunciar Amén, y Varko se disponía a clavar el puñal, se encendieron dos lucecitas y cayó sobre el alucinado licántropo, un polvillo dorado que cubrió todo su cuerpo y le provocó un acceso de tos y todo su cuerpo temblaba como si estuviera aterido en alguna montaña de la cordillera blanca. Varkolak se retiró de la sala porque se asfixiaba  y Anulia y sus secuaces se transformaron en serpientes,  listas para repeler el ataque. Antes que los licántropos se metamorfosearan, las brujitas y los duendecillos dirigidos por el Tío Ben, desataron a la infortunada Chateau y se la llevaron de la sala de sacrificios por la puerta principal. Allí esperaban Yasmina, Sandra y Nicole convertidas en lobas para defender el cuerpo de la gaviota, cueste lo que cueste. Varul trató de lanzarse contra Nicole, pero Ben, convertido en una ranita, despidió un líquido verdoso que paralizó al lican de fauces sangrientas y desapareció. Los otros monstruos tosían con desesperación y buscaban agua para quitarse ese acceso provocado por Harally y Ghara. Una vez que Chateau fue retirada de aquel lugar, Nolberto, ya convertido en troll, tomó a la  gaviota y se la llevó al castillo del conde Jorginho. Detrás de él íbamos todos los integrantes de la Hermandad y mis huéspedes eternos. Las haditas se retrasaron un poco para lanzarles una doble carga del polvillo dorado para la desdentada cobra y su gente. En cuanto a Lurok, Wanda y la vieja cotorra, las brujitas esparcieron una pócima por sus cuerpos y los espías se quedaron profundamente dormidos desde antes de que se iniciara la ceremonia satánica.


                                                                                                                                     Eddy Gamarra T.

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