Capítulo 80
La tragedia de Lapitt
Lapitt
fue castigado por su familia por sus enredos amorosos y lo destinaron a un
pueblo en la sierra de La Ciudad de Los Reyes. Su castigo era pasar dos años
dedicado a la enseñanza de los hijos de campesinos. La escuelita quedaba en la
cima de un cerro, donde habitaban la mayoría de los niños. Lapitt vivía en un
hotel de Matucana y todas las mañanas se dirigía al cerro para dictar sus
clases. En un principio, no le gustó, pero después se encariñó con sus
estudiantes, que a pesar de sus riquezas, les dictaba clases. No sentía el
castigo; más bien lo consideraba como un regalo de sus padres por haberle dado
esa gran oportunidad de ser maestro.
Desde
las primeras horas de la mañana, salía y aprovechaba su naturaleza zooter para
convertirse en un caballo blanco de hermosa estampa y subía el cerro, pero antes de llegar a la parte alta, volvía a
ser el maestro de escuela. Buscaba entre
su abrigo, la cajetilla de cigarrillos, sacaba uno y después de encenderlo,
fumaba con placer y miraba hacia abajo el pueblo de Matucana y se sentía en el
Valhala como si fuera uno de esos dioses germanos, listo para la guerra. Sus
arreos son los libros y el descanso, el trabajar, diría un escritor europeo.
Así
como tenía virtudes, Lapitt tenía defectos. Fumaba demasiado, y si había
fiesta, cantaba, bailaba y enamoraba a las muchachas. A propósito de fiestas,
se realizó una pachamanca en los alrededores de la escuela y allí conoció a una
bella joven con quien bailó toda la tarde. Esta muchacha era hija de una mujer
conocida como la bruja del pueblo, es por eso que nadie sacaba a bailar a la
chica, debido a las amenazas que profería la madre a los jóvenes. Ella tenía destinada a su hija para un hacendado
del pueblo. Sin embargo, Lapitt bebía con la gente del lugar y con la hermosa campesina.
Las
horas avanzaban y la pareja se fue de
paseo por el bosque de pinos que estaba cerca a la escuela. Ellos iban cogidos
de la mano y buscaban un lugar para estar solos. La naturaleza les fue propicia
para sus cuitas y se amaron como nunca . Parecía como si ya se conocieran de
toda una vida. La tarde se iba terminando y tuvieron que regresar corriendo
para evitar la furia de la madre de la muchacha. La fiesta continuaba todavía y
la bruja vendía sus anticuchos, pancitas, mollejas, papa y ají. Tal vez, por
eso, no llamó la atención de su hija y su galán. Este siguió bebiendo y
bailando y estaba muy ebrio. La mayoría de las personas que no vivían en la
cima, regresaron a Matucana y Lapitt decidió regresar. La abundancia de cerveza
no le permitió metamorfosearse y tuvo que bajar solo, sin compañía.
El
descenso le parecía interminable. Logró prender su cigarrillo y acompañarse con
las bocanadas de humo, pero se tambaleaba bastante. Sus compañeros de trabajo
le habían aconsejado quedarse a dormir en la escuela, pero él no aceptó. Siguió
bajando, bajando, no recordaba bien el camino y se resbaló, trató de asirse a
las ramas de un arbusto, pero no lo consiguió. El cuerpo de Lapitt cayó por el
precipicio entre las piedras, la tierra, las ramas de los arbustos, a pesar de
las nubes, a pesar de las estrellas. Yacía en el fondo. Parecía estar muerto.
Estaba desmayado y cuando después volvió en sí, trató de recordar qué había
ocurrido. Su memoria ralentizaba el desarrollo de la fiesta, la muchacha, su
dificultad para metamorfosearse y no podía recordar en qué momento se cayó.
Estaba muy adolorido. No podía moverse. Lo único que podía hacer era mirar el
cielo estrellado y así pudo recordar a su familia que había emigrado de Europa,
su vida disoluta, el castigo que le habían impuesto y sus travesuras de
siempre. Emocionado por las palabras que le espetó su padre antes del castigo,
se puso a llorar como un chiquillo y se quedó dormido.
Amaneció
temprano en el pueblo y el dueño del hotel de Matucana comprobó que el maestro
no había llegado al hotel. Muy preocupado preguntó a los vecinos si lo habían
visto. Ante la negativa, se dirigió a la policía, de repente estaba descansando
allí. Conversó con algunas personas que estuvieron en la fiesta. Ellas le
contestaron que el maestro estaba ebrio y que había bailado toda la tarde con
la hija de la bruja. El hombre del hotel, que había escuchado sobre las
maldades de la bruja, además de su espíritu supersticioso, solicitó a la
policía dirigirse a la casa de la hechicera y averiguar sobre el paradero del
maestro Lapitt. Cuando los guardias tocaron la puerta de la mujer, abrió la
hija y se sorprendió que la policía estuviera frente a ella. Preguntaron por la
madre y cuando salió la mujer, le obligaron que indique el paradero del
maestro. Ella se sorprendió que le preguntaran a ella y miró de mala manera a
su hija. La muchacha les informó que el maestro no quiso quedarse en la escuela
porque estaba muy borracho y después, ya no lo vio.
La
familia de Lapitt de Sajonia era de rancio abolengo y habían encargado al dueño
del hotel por la seguridad de este. El pago que le hicieron, triplicaba la cantidad que el hotelero les
pedía, es por eso su preocupación a tal
punto que organizó un grupo de búsqueda y rescate de su cliente favorito. En
cuanto a la bruja, ella fue detenida con su hija por el uso de sus malas artes
y no saldría libre hasta que aparezca el Señor Lapitt.
La
búsqueda fue minuciosa. Subieron al
cerro. Preguntaron a todos los habitantes, hombres, mujeres y niños. Llamaban
al maestro por su nombre, pero nadie respondía. Cuando bajaron, miraban al
fondo del precipicio, gritaban su nombre y…nada. Lapitt había despertado, ya
sabía que estaba inmóvil, pero podía mover sus manos. La voz no le obedecía.
Uno de los policías había llevado sus binoculares y al momento de mirar el
barranco, observó que algo blanco se movía y lo comentó con el hotelero. Este
sospechó que su cliente podría haberse desbarrancado y animó a los policías
para bajar al precipicio. En un principio, no estaban de acuerdo, pero cuando
les prometió una pachamanca, se animaron y bajaron al pueblo para traer sogas y
una camilla.
Allí
estaba el cuerpo vivo de Lapitt. Ensangrentado con varias fracturas pero con
deseos de vivir. Lo pusieron en la camilla, amarraron bien y lo subieron con
mucho cuidado y lo llevaron al pueblo. Ya estaban los familiares de Lapitt y lo
trasladaron a una clínica de La Ciudad de Los Reyes donde su curación fue
lenta. Los mejores médicos lo atendieron y curaron a Lapitt de Sajonia. Un año
después conocí a este gran amigo que seguía fumando y se había vuelto un
experto en cosmobiología y en magia. Sus viajes por diferentes lugares de la
selva le permitió estudiar las plantas curativas y las hierbas alucinógenas
como el ayahuasca. Su buen carácter lo acercó a los jefes y brujos de
diferentes tribus y a recibir a manos
llenas la sabiduría de los pueblos selváticos. De ahí que cuando ingresó a la
Hermandad de los Dinos, se enteró de la existencia de las tres brujitas que
viven en mi hogar y les tiene un cariño muy grande debido a que ellas son
expertas en magia y pócimas para curar, además de preparados y venenos para
ratas, cuervos y murciélagos.
Eddy Gamarra Tirado
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