sábado, 6 de junio de 2015

Capítulo 80
                                              La tragedia de Lapitt

Lapitt fue castigado por su familia por sus enredos amorosos y lo destinaron a un pueblo en la sierra de La Ciudad de Los Reyes. Su castigo era pasar dos años dedicado a la enseñanza de los hijos de campesinos. La escuelita quedaba en la cima de un cerro, donde habitaban la mayoría de los niños. Lapitt vivía en un hotel de Matucana y todas las mañanas se dirigía al cerro para dictar sus clases. En un principio, no le gustó, pero después se encariñó con sus estudiantes, que a pesar de sus riquezas, les dictaba clases. No sentía el castigo; más bien lo consideraba como un regalo de sus padres por haberle dado esa gran oportunidad de ser maestro.

Desde las primeras horas de la mañana, salía y aprovechaba su naturaleza zooter para convertirse en un caballo blanco de hermosa estampa y subía el cerro, pero  antes de llegar a la parte alta, volvía a ser  el maestro de escuela. Buscaba entre su abrigo, la cajetilla de cigarrillos, sacaba uno y después de encenderlo, fumaba con placer y miraba hacia abajo el pueblo de Matucana y se sentía en el Valhala como si fuera uno de esos dioses germanos, listo para la guerra. Sus arreos son los libros y el descanso, el trabajar, diría un escritor europeo.

Así como tenía virtudes, Lapitt tenía defectos. Fumaba demasiado, y si había fiesta, cantaba, bailaba y enamoraba a las muchachas. A propósito de fiestas, se realizó una pachamanca en los alrededores de la escuela y allí conoció a una bella joven con quien bailó toda la tarde. Esta muchacha era hija de una mujer conocida como la bruja del pueblo, es por eso que nadie sacaba a bailar a la chica, debido a las amenazas que profería  la madre a los jóvenes. Ella  tenía destinada a su hija para un hacendado del pueblo. Sin embargo, Lapitt bebía con la gente del lugar y con la hermosa  campesina.

Las horas avanzaban y la pareja  se fue de paseo por el bosque de pinos que estaba cerca a la escuela. Ellos iban cogidos de la mano y buscaban un lugar para estar solos. La naturaleza les fue propicia para sus cuitas y se amaron como nunca . Parecía como si ya se conocieran de toda una vida. La tarde se iba terminando y tuvieron que regresar corriendo para evitar la furia de la madre de la muchacha. La fiesta continuaba todavía y la bruja vendía sus anticuchos, pancitas, mollejas, papa y ají. Tal vez, por eso, no llamó la atención de su hija y su galán. Este siguió bebiendo y bailando y estaba muy ebrio. La mayoría de las personas que no vivían en la cima, regresaron a Matucana y Lapitt decidió regresar. La abundancia de cerveza no le permitió metamorfosearse y tuvo que bajar solo, sin compañía.

El descenso le parecía interminable. Logró prender su cigarrillo y acompañarse con las bocanadas de humo, pero se tambaleaba bastante. Sus compañeros de trabajo le habían aconsejado quedarse a dormir en la escuela, pero él no aceptó. Siguió bajando, bajando, no recordaba bien el camino y se resbaló, trató de asirse a las ramas de un arbusto, pero no lo consiguió. El cuerpo de Lapitt cayó por el precipicio entre las piedras, la tierra, las ramas de los arbustos, a pesar de las nubes, a pesar de las estrellas. Yacía en el fondo. Parecía estar muerto. Estaba desmayado y cuando después volvió en sí, trató de recordar qué había ocurrido. Su memoria ralentizaba el desarrollo de la fiesta, la muchacha, su dificultad para metamorfosearse y no podía recordar en qué momento se cayó. Estaba muy adolorido. No podía moverse. Lo único que podía hacer era mirar el cielo estrellado y así pudo recordar a su familia que había emigrado de Europa, su vida disoluta, el castigo que le habían impuesto y sus travesuras de siempre. Emocionado por las palabras que le espetó su padre antes del castigo, se puso a llorar como un chiquillo y se quedó dormido.

Amaneció temprano en el pueblo y el dueño del hotel de Matucana comprobó que el maestro no había llegado al hotel. Muy preocupado preguntó a los vecinos si lo habían visto. Ante la negativa, se dirigió a la policía, de repente estaba descansando allí. Conversó con algunas personas que estuvieron en la fiesta. Ellas le contestaron que el maestro estaba ebrio y que había bailado toda la tarde con la hija de la bruja. El hombre del hotel, que había escuchado sobre las maldades de la bruja, además de su espíritu supersticioso, solicitó a la policía dirigirse a la casa de la hechicera y averiguar sobre el paradero del maestro Lapitt. Cuando los guardias tocaron la puerta de la mujer, abrió la hija y se sorprendió que la policía estuviera frente a ella. Preguntaron por la madre y cuando salió la mujer, le obligaron que indique el paradero del maestro. Ella se sorprendió que le preguntaran a ella y miró de mala manera a su hija. La muchacha les informó que el maestro no quiso quedarse en la escuela porque estaba muy borracho y después, ya no lo vio.

La familia de Lapitt de Sajonia era de rancio abolengo y habían encargado al dueño del hotel por la seguridad de este. El pago que le hicieron,  triplicaba la cantidad que el hotelero les pedía, es por eso su  preocupación a tal punto que organizó un grupo de búsqueda y rescate de su cliente favorito. En cuanto a la bruja, ella fue detenida con su hija por el uso de sus malas artes y no saldría libre hasta que aparezca el Señor Lapitt.

La búsqueda fue  minuciosa. Subieron al cerro. Preguntaron a todos los habitantes, hombres, mujeres y niños. Llamaban al maestro por su nombre, pero nadie respondía. Cuando bajaron, miraban al fondo del precipicio, gritaban su nombre y…nada. Lapitt había despertado, ya sabía que estaba inmóvil, pero podía mover sus manos. La voz no le obedecía. Uno de los policías había llevado sus binoculares y al momento de mirar el barranco, observó que algo blanco se movía y lo comentó con el hotelero. Este sospechó que su cliente podría haberse desbarrancado y animó a los policías para bajar al precipicio. En un principio, no estaban de acuerdo, pero cuando les prometió una pachamanca, se animaron y bajaron al pueblo para traer sogas y una camilla.

Allí estaba el cuerpo vivo de Lapitt. Ensangrentado con varias fracturas pero con deseos de vivir. Lo pusieron en la camilla, amarraron bien y lo subieron con mucho cuidado y lo llevaron al pueblo. Ya estaban los familiares de Lapitt y lo trasladaron a una clínica de La Ciudad de Los Reyes donde su curación fue lenta. Los mejores médicos lo atendieron y curaron a Lapitt de Sajonia. Un año después conocí a este gran amigo que seguía fumando y se había vuelto un experto en cosmobiología y en magia. Sus viajes por diferentes lugares de la selva le permitió estudiar las plantas curativas y las hierbas alucinógenas como el ayahuasca. Su buen carácter lo acercó a los jefes y brujos de diferentes tribus y a recibir  a manos llenas la sabiduría de los pueblos selváticos. De ahí que cuando ingresó a la Hermandad de los Dinos, se enteró de la existencia de las tres brujitas que viven en mi hogar y les tiene un cariño muy grande debido a que ellas son expertas en magia y pócimas para curar, además de preparados y venenos para ratas, cuervos y murciélagos.

                                                                                                             Eddy Gamarra Tirado 

    

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