martes, 23 de junio de 2015


Capítulo 99


El beso de la muerte

Tránsito era la más joven de las serpientes y tal vez la más bonita. Su engreimiento hizo que buscara protección en la vieja y desdentada cobra, quien se sentía como la madre de todas las serpientes, no sé si era por su avanzada edad, por su rostro vetusto o por su fealdad. Lo cierto es que Anulia le daba la razón a “la shushupe” que en el fondo era tan peligrosa como la Mamba negra.

Una tarde lluviosa de invierno, Tránsito salió de su guarida sin más protección que el mortal veneno que llevaba entre sus fauces. Iba vestida como una muchachita coqueta y seductora al CENTRADOM. Alguno de los lornas la vio tan atractiva y se acercó a ella. Inició una conversación tan galante que la bella serpiente sintió un tufillo de placer y le pidió que la llevara al invernadero del Centro porque le fascinaba las plantas. Nito, que así se llamaba el profesor, la condujo al invernadero donde él le iba a dar una clase sobre cierto tipo de plantas que él cultivaba con pasión.

La verdad de las cosas era que Tránsito necesitaba estar lejos de los trabajadores y en un lugar alejado para satisfacer sus bajos instintos. Nito se sentía un conquistador y rodeó con palabras halagüeñas a la bella mujercita que sonreía de placer. Nunca le había ocurrido al lorna esta situación. Recordaba que en el distrito donde él nació, las muchachas le decían que era muy guapo. Siempre llevó esa idea, sin embargo, tenía mala suerte con las mujeres. Era muy tímido y no se acercaba a ellas por temor a ser rechazado. Ahora se daban las condiciones necesarias para una conquista y en poco tiempo. Sin duda, Nito se consideraba un hombre  irresistible, a pesar de su naturaleza de lorna que le había permitido residir con los intermedios y trabajar en el Centro donde se desempeñaba como biólogo y jefe del invernadero.

En honor a la verdad, Tránsito era bella, blanca, de ojos pardos que hacían juego con sus cabellos y con una mirada rijosa que a cualquier hombre lo podía encandilar. Su permanencia en Iquitos  y sus constantes viajes al interior de la selva la hicieron también un personaje enigmático que se salía con la suya. El lugar donde vivió, los hombres desaparecían y se tejían leyendas sobre una mujer bellísima que atraía a los hombres a un lugar donde abundaban las flores exóticas y donde los hombres se enamoraban de esta mujer, pero luego desaparecían y se encontraba su cuerpo días después en una laguna que los nativos del lugar decían que estaba encantada porque los hombres que se bañaban en ella eran atraídos por las ninfas de la laguna y arrastrados hasta el fondo y salían muertos con una picadura mortal en su cuello.

La policía y las mujeres del pueblo decidieron investigar a fondo y llegaron a sospechar de Tránsito que a decir verdad, era la más bella del pueblo, pero no había nacido allí. Desde que ella vivió en el pueblo los hombres desaparecían. Todos sabían que esta extraña mujer realizaba sus incursiones al interior de la selva y no regresaba hasta una semana después. Cuando las sospechas sobre ella se hicieron más fuertes, el pueblo quemó su casa y Tránsito decidió huir antes de que la furia e indignación de la población se hiciera mayor. Los viejos habitantes que fueron los primeros que iniciaron la investigación solo veían a una shushupe entre los árboles, cada vez que buscaban a sus hijos desaparecidos como por arte de birlibirloque. De ahí que ellos la apodaron “la shushupe”.

Pasaron los días, los meses y algunos años y desde que Tránsito huyó, nunca más desaparecieron los hombres y solo quedó en el recuerdo de los jóvenes que les hubiera gustado hacer el amor con aquella mujer de labios sensuales y mirada provocativa.

Después de que Nito le mostrara una bella orquídea de color violeta en varios matices, Tránsito le miró a los ojos y le acercó sus labios a los suyos. Nito cerró los ojos y la abrazó, empezó a morderle los labios con lujuria. Su lengua buscaba la lengua concupiscente de la mujer que en el paroxismo de la impudicia, el pobre Nito no captó los cambios de la mujer que le brindaba placer y esa lengua jugosa se convirtió en una áspera cuchilla que al abrir sus fauces, mordió al lorna y lo envolvió con su cuerpo, dejándolo muerto al lado de la orquídea que él le brindó con placer.

El animal reptó por todo el invernadero y se alejó del lugar tomando otro rumbo. El guardián, en su visita nocturna al invernadero, encontró el cuerpo del infortunado Nito. En su pecho yacía una flor exótica. Cuando la noticia llegó a la oficina del Jefe de seguridad del Centro, este dijo que el lorna que estaba muerto pertenecía a los intermedios y que no tenía mayor valor posible para la Institución. Redactó un documento en la que se indicaba que el finado había fallecido de un ataque cardiaco. Como ninguno de los intermedios reclamó por temor a que se genere una persecución contra ellos, se consideró el caso cerrado y nunca más se habló de él. Se declaró la vacancia del puesto y a la semana siguiente vino el nuevo encargado del invernadero.


                                                                                                                                 Eddy Gamarra T.

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