lunes, 15 de junio de 2015

Capítulo 89
                                                                                 La isla

Aquella fría mañana de invierno, después de entrar al muelle, subían al yate los Dinos, Yasmina, Juan de Aviraneta, Antonella, Sandra, Nicole y el abuelo de Yasmina. Los duendecillos, las brujitas y mis dos bellas haditas se quedaron en la casa para cuidar las viviendas de los Dinos y la familia. El conde Jorginho manejaba el yate. Las chicas llevaban provisiones y abundante agua. El mar estaba tranquilo y Aviraneta se dedicó a pescar. Lapitt bebía una cerveza en lata además de llevar su eterno cigarrillo en la mano derecha. Nolberto conversaba con el conde, el Tío Ben cantaba en francés mientras mis hijas tomaban fotografías a los delfines que nos acompañaban. El abuelo Daniel observaba en silencio las olas y se frotaba las manos por el frío que hacía. Me acerqué a él y conversamos sobre literatura y arte. En verdad, era como un monólogo. El abuelo hablaba emocionado de Gabo y yo me dedicaba a escucharlo.

La isla no estaba muy lejos. Se podía ver desde la orilla. Tenía forma de sirena. Las gaviotas la llamaban Lorelei como la sirenita danesa, pero también era cierto que los intermedios y todos los demás tenían temor de acercarse a la isla porque cuenta la leyenda que en aquel lugar habitaban los trolls y que su comportamiento era lascivo y salvaje. No respetaban a los demás. Su reacción ante los extraños era mortal. Además, las plantas de la isla eran carnívoras. Ni siquiera los réprobos licántropos se atrevían a  ingresar en los recintos de Lorelei.

El yate se acercaba a la isla. No había muelle, así que emplearon unos botes de goma para dirigirse a la orilla. Como el mar estaba en calma, los Dinos y las chicas llegaron a la playa sin mayores contratiempos. Uno de los primeros en bajar a tierra fue el jardinero y luego los demás. Dejaron los botes en la arena y tomaron las mochilas con las provisiones e ingresaron al bosque de palmeras que les daban la bienvenida. Tomaron un camino rodeado de bellas flores multicolores y avanzaron detrás del abuelo de Yasmina. Los demás se quedaban sorprendidos por las explicaciones del abuelo. Daba la impresión que él vivía en aquellos parajes. No había ningún troll ni plantas carnívoras. Todo lo contrario, abundaban árboles frutales como cocoteros, platanales, papayos y otras frutas exóticas. El canto de las aves ofrecía un concierto de voces que resultaban agradables al oído. Poco a poco iban ascendiendo a una colina donde había una fuente y allí se podían bañar. Es más, desde aquel lugar oteaban el horizonte y divisaban la playa y a lo lejos el castillo del conde Jorginho y otros castillos de los primeros habitantes de San Patricio.

Nicole no se cansaba de fotografiar el paisaje, Sandra bailaba de alegría porque sentía el aire puro y feliz de estar en la casa de Lorelei. Antonella y Juan se dedicaron a investigar por su cuenta otros lugares de la isla. El abuelo nos mostró unos árboles que despedían un zumo parecido a la goma y mostró al conde el poder anestésico de esta planta y que lo podrían utilizar contra los execrables licans. Jorginho se quedó sorprendido de los conocimientos de su suegro y llevó una buena cantidad de ese zumo venenoso en varias botellas para prepararlas,  tenerlas listas y usarlas en su momento.

La isla de Lorelei tenía árboles medicinales y letales. Además de las frutas y aves, era el hábitat de unos monos pequeños que vivían en los árboles y su timidez hizo que con nuestra presencia subieran a los árboles y no bajaran de allí hasta que el abuelo les dio una orden. Una vez que bajaron nos miraban como si nosotros fuéramos los bichos raros. Muy hospitalarios,  nos lanzaban cocos y plátanos para que nos sirviéramos. Había fruta abundante que llevamos para San Patricio. Yo escogí melones, sandías  y papayas; mis hijas, plátanos y maracuyá. Lo más fructífero del viaje fue la lección que nos dio el viejo jardinero acerca de las plantas medicinales y letales como una opción para enfrentarnos a los abominables licántropos.

Era las seis de la tarde y regresamos en nuestros botes de goma para subir al yate de Jorginho y regresar a la comunidad de San Patricio. Estábamos un poco cansados por la caminata hacia la colina, pero también satisfechos por todo lo que vimos y aprendimos de la isla de Lorelei y el viejo jardinero de San Patricio.


                                                                                                                              Eddy Gamarra T.

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