Capítulo 121
La hermana Visitación
Mr. Kanter esperaba la llegada de
España de la hermana Visitación, quien iba a
apoyarlo en la iglesia de la Comunidad con la limpieza, arreglo, rezos y
clases de catecismo para los hijos de los aldeanos. Dentro del jardín de la
iglesia había un horrible zaquizamí que iba a ser transformado para que sirva
de habitación de la hermana Visitación. Mr. Kanter ordenó a los trabajadores
del CENTRO para que arreglen y mejoren el cuartito que sería la habitación de
la hermanita religiosa.
La hermana Visitación tenía la cara
redonda y era pecosita. Parecía una fruta mezcla de manzana y granada. El
cabello rojizo y ensortijado además de su sonrisa y mirada juguetona la
presentaba como una monja de buen carácter. Ni alta, ni baja. Llevaba en su
cuerpo sus buenos kilos sin llegar a ser obesa que cuando caminaba, producía un
vaivén musical como si estuviera bailando a cada rato.
Siempre que se presentaba ante los
demás, solía decir con espíritu religioso: “Bendito y alabado sea el santísimo
sacramento del altar”. Los demás le contestaban: “Amén”. Después de este saludo
sacaba a relucir su sonrisa amical. Ella fue la que introdujo el pollo a la
brasa en el CENTRADOM. Se ganó la amistad y confianza de los asesores cuando
les invitó pollo a la brasa con papas fritas y ensalada. Mr. Kanter le dio un
cargo de observadora de las ovejas descarriadas, pero a ella no le gustaba esta
función y la cambió por visitar a los intermedios para comprometerlos a los
rezos diarios a las siete de la noche de lunes a viernes. Fue un elemento
conciliador en el CENTRO. Los asesores miraban con desconfianza su presencia en
la Institución. Pensaban que el fraile la había puesto cerca a ellos para
informar de su trabajo y abuso del personal.
La hermana Visitación se convirtió
en una sonrisa agradable en el mundo de San Patricio. Los licans la odiaban. De
alguna manera, le temían, pero ella cumplía sus funciones religiosas y se
acercaba a los aldeanos para que trajeran a sus niños al catecismo y se
acercaran a Dios. Los campesinos, con cierta desconfianza llevaban a sus hijos
porque nunca vieron con buenos ojos todo aquello que venía de Mr. Kanter, porque el fraile apoyaba a los licans sin
saber siquiera qué ocurría. Los asesores le informaban que todo estaba
perfecto, el fraile se emocionaba y programaba su próximo viaje para hacer un
poco de turismo y conocer las comidas típicas de la región. A decir verdad, Mr.
Kanter era “cuchara brava”, según el comentario de los trabajadores de
Servicio. La hermanita Visitación no se quedaba atrás y preparaba en la cocina
de la iglesia suspiro limeño, mazamorra morada, leche asada, arroz con leche,
ranfañote, arroz sambito, camotillo y otros pastelillos que eran la delicia de
la Comunidad. Ludwig probó algunos de los dulces de la Hermana Visitación y le
propuso comprarle estos dulces que ella preparaba para venderlos en su tienda.
Chiara, la hermana de Marietta le pidió a Visitación le enseñe a preparar estas
maravillas. Siempre la apoyaba y los niños que iban al catecismo disfrutaban después
de las clases, de estos ricos dulces que
no eran los únicos porque también preparaba pastel de manzana, pastel de limón,
empanadas de pollo, carne y queso y mucho más. La cocina era la virtud y el
pecado de la hermana Visitación. La virtud, porque a través de ella atraía a
los niños de la aldea y algunas jóvenes catequistas que dicho sea de paso
aprendieron a preparar los dulces de la hermana Visitación y colaboraban con
los rezos de las noches que les trajeron buenas amistades y novios, también.
En poco tiempo, la hermana
Visitación produjo un equilibrio entre los trabajadores del CENTRO. Los licans
y los asesores veían en ella como una informadora directa de Mr. Kanter. En
verdad, ella estaba más interesada por la parte religiosa y…claro, por la comida. A ella no le interesaba el
trabajo de papeles y papeles, pero no lo decía porque se ganaría el odio de Mr.
Kanter y sus asesores. En eso era reservada. Una de sus armas poderosas era la
conversación y el chisme. Su metamorfosis correspondía a una urraca. Sería la
tercera, porque las otras dos, ya no estaban. Las anteriores no eran en verdad
urracas. Muy equilibradas y beatas. Sin embargo, Visitación que hacía honor a
su nombre, visitaba y después del famoso: “Bendito y alabado sea el santísimo
sacramento del altar,”… empezaba sus comentarios alegres, pícaros mezclados
entre rezos, chismes, alegría y bocadillos que siempre llevaba en su bolso y
que hacían de la reunión pastoral un buen momento de esparcimiento, historia de
los santos y vida de los habitantes de la Comunidad de San Patricio donde ella
llegó después del incendio, cuyas llamas quemaron parte del cuerpo de los
licans y las serpientes y que constituyó una clara advertencia de lo que podría
ocurrir más adelante.
Eddy Gamarra T.
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