sábado, 8 de agosto de 2015


Capítulo 124
Entre chácharas y dulces

Dentro de las visitas programadas por  la hermana Visitación estaba la de Anulia y sus hermanas de la cofradía serpentaria del árbol de la vida. Así se hacían llamar cuando venía una persona extraña a conversar con ellas. Dentro de su ascendencia estaba la serpiente que tentó a los primeros padres y ellas lo tenían muy presente. Cuando alguien les recordaba su maléfica descendencia, ellas contestaban que se sentían orgullosas de tener como madre universal a la serpiente originaria que le dio buenos consejos a nuestro santo Padre Adán y que el tiempo y la envidia se encargaron de desmentir.

Cada vez que las visitaban personas extrañas, Anulia y su séquito desbrozaban bondades que podría dejar perplejos y turulatos a quienes las visitaban. Eso ocurrió con la religiosa de cachetes purpurinos y sonrisa agradable que venía invitada por el equipo de seguridad de Mr. Kanter. Saludó  con el acostumbrado “Bendito y alabado sea el santísimo sacramento del altar.” Las serpientes contestaron “Amén”. Para empezar con pie derecho, la hermanita Visitación le trajo a la vieja cobra crema volteada y mazamorra cochina para que Anulia no tenga dificultades para mascar porque su deteriorada dentadura no le permitía. Anulia estaba contenta por esa deferencia de la hermana porque ella estaba acostumbrada a invitaciones donde no tenga que gastar nada. Lo mismo hacía Asteris que tenía la capacidad de convencer a sus amigos para que el desayuno, almuerzo y comida no le perjudique su cartera y si se trata de alguna cuota donde ella tenga que pagar, preparaba una tragedia y llegaba hasta las lágrimas y convencía a gente tan dura y miserable como la vieja y desdentada cobra.

Asteris agradecía con alabanzas exageradas a la hermana Visitación. Esta, con su rostro de mojigata en una era crepuscular, les prometió traer para la próxima visita empanadas de queso y obleas colombianas que son una delicia para un buen paladar. Sin duda, la hermanita Visitación era digna de ser invitada a la famosa Feria Internacional Mistura que atraía a cocineros de todo el mundo. El más contento de la repostería de Visitación era Ludwig, el gran amigo de Morfeo, quien ha mejorado sus ventas desde que realizó el contrato con la religiosa.

Anulia aprovechó las palabras halagüeñas de sus amigas para contarle a la hermana Visitación que  cuando le toque visitar a la hija del Conde Jorginho, tenga cuidado con dejarse convencer por ella porque dentro de ese rostro angelical anidaba un monstruo peligroso y letal que había hecho mucho daño a la cofradía serpentaria y a los bondadosos hermanos encargados de la seguridad del CENTRADOM. Que no comente nada al padrecito de Canterbury porque no querían que su pobre corazón tuviera algún problema y que él siguiera siempre feliz y contento con el apoyo de los grandes asesores que él tenía y cuya calidad era reconocida por todos los trabajadores del CENTRO. Además, Mr. Kanter, perdón, el Padre de Canterbury era tan preparado que la había traído a este valle de lágrimas para que la apoyara en la iglesia y en las divinas enseñanzas del catecismo y la confirmación.”

La hermana Visitación estaba muy emocionada con las palabras de Anulia que le dio hambre y se prometió ir a la Ciudad… para comprarse un pollito a la brasa y comérselo en la sacristía con una inca cola bien heladita. En cuanto a la opinión de Anulia sobre Yasmina, no quiso adelantarse a nada. Solo escuchó y anotó en su libreta y proyectaba una próxima visita a Yasmina y a mis hijas para comprobar en verdad, las afirmaciones de la vieja y desdentada cobra.

Para quedar bien con la enviada de Mr. Kanter, Anulia le invitó unas humitas de sal y azúcar que su comadre, la cotorra vieja le había traído. Eran exquisitas que nos hacía olvidar la maldad y el cotorreo de su comadre. Cuando Visitación dio su buena opinión sobre las humitas, Tránsito se animó a contar unos chistecitos calientes de la selva y la hermana Visitación, no se quedó atrás y recordaba algunos capítulos de El Decamerón,  que le divirtieron mucho cuando leía a escondidas en el convento benedictino francés. Las que más disfrutaron fueron las lúbricas Asteris y Tránsito. Igualmente, Dorotea y Anacé. Anulia le preguntó con una dulzura disimulada para no demostrar con ideas obscenas lo que recordaba de sus buenas épocas.

-¿Cuál es tu metamorfosis?
-Soy una urraca parlanchina-contestó la religiosa, desatando su risita de niña ingenua”jajaja…jijiji”,   que hizo reír maliciosamente a las serpientes.
-Mi comadre es una cotorrita que va a congeniar contigo. Es muy preparada y tiene mucho que contar-le manifestó Anulia.
-¡Claro!-le contestó Visitación-. Seremos buenas amigas.
La cobra astuta dijo para sus adentros-La tengo.

Continuaron conversando sobre los intermedios y su relación laboral con el Jefe. Anulia desparramó elogios y alabanzas a favor de Mr. Kanter y le dijo a  la hermana Visitación,  que nunca habían tenido a un hombre sabio y bueno como el Padrecito de Canterbury. Era un misterio su verdadero nombre porque todos los que le temían o estaban de acuerdo con él lo llamaban de cariño: “Obispo de Canterbury”. No era obispo ni había nacido en Canterbury. Más parecía un empresario con cara bonachona pero que explotaba a sus trabajadores. Se sentía feliz porque sus asesores le decían siempre que “las cosas marchaban a las mil maravillas”…el fraile les creía y con toda seguridad reiniciaba sus viajes por diferentes lugares de América y del mundo. Ahora que tenía la ayuda de la hermana Visitación, mejor para él.

Fue un día valioso para Anulia y sus amigas y la hermana Visitación se retiró con lo de siempre :  “ Bendito y alabado sea el santísimo sacramento del altar.” Las serpientes contestaron “Amén” y Visitación salió con la sonrisa de siempre y con su caminar bamboleante que le condujo a través de la calle principal que conducía a la iglesia de San Patricio. Allí abordó su auto y salió para la Ciudad… y buscar una pollería para disfrutar de su pollito con papas y ensalada.


                                                                                                          Eddy Gamarra T.

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