sábado, 8 de agosto de 2015

Capítulo 117

La secta satánica

Asteris tuvo que esperar que transcurra un día para poder salir de la playa en la noche, y dirigirse a la casa de Anulia para enterarse de todos los pormenores del asesinato del jardinero, que no ocurrió. Cuando llegó a la casa de Anulia, la acritud de la vieja cobra lanzaba palabras duras cargadas de odio hacia los Dinos, sus enemigos de siempre. Esa acrimonia contagiaba a las otras serpientes que despotricaban contra Yasmina, Antonella y Sandra, toda su ira desperdigada por su piel viperina. Una de ellas, Dorotea, exigía paciencia y buen humor que “ ya llegaría el día en que las lobas caerían a sus pies muertas y después, las devorarían sin contemplaciones”.

Sin duda, Dorotea que era pequeña como la garrapata y grande como la pitón, tenía su verdadero veneno en las palabras y su espíritu teatral, lascivo y trágico que más de una vez había convencido a los asesores de Mr. Kanter y que por otro lado acosaba a los jóvenes trabajadores intermedios a través de palabras con doble sentido y cargadas de obscenidad. Ella era optimista y sentía seguridad plena que iban a vencer a la familia del conde Jorginho y a los Dinos. Anacé se emocionaba hasta las lágrimas y le abría el apetito. Cuando la golpeada Asteris escuchaba a su amiga que decía a voz en cuello que le provocaba una pizza, ella aprobaba esta idea que aunque no tenía dinero, después le pagaría a quien le prestara, porque ella siempre pagaba sus deudas. Anulia impelida por los años de experiencia ofídica sabía que Asteris mentía con frecuencia y que nunca pagaba sus deudas y le encaró a la mamba negra sus compromisos financieros y espíritu deudor. Tránsito observó que podía romperse el equipo debido a la alta peligrosidad de la mamba negra y se ofreció pagar ella la cuota de esta y pedir disculpas a la vieja y desdentada cobra que “con sus sabias palabras había logrado formar un equipo poderoso que hasta los temibles licans respetaban.”

Anacé se disponía a salir a la Ciudad… para comprar la comida italiana y en esos instantes llegaron a la casa de Anulia,  Lurok, Wanda y Carmen. Dieron su cuota a la anaconda para compartir la comida y decidieron intercambiar opiniones sobre la desastrosa contienda donde ellos tuvieron la peor parte. La cotorra vieja recomendó no visitar a Varkolak porque su carácter y ánimo violento los descargaba contra las personas más allegadas, empezando por su esposa, las intermedias, y todo aquel que se atreviera a contradecirle. Lurok le dio la razón porque como Mr. Kanter se había ido de viaje por La India, le había encargado la responsabilidad de los permisos a Varkolak. No lo hizo con sus asesores porque los intermedios temían al siniestro jefe de los licans y si se trataba de mujeres, peor porque creyéndose señor feudal iba a exigirles a las pobres gaviotas y otras aves el famoso “derecho a la pernada” medieval, producto del abuso típico en licántropos como él. La mala suerte en Lurok fue pedirle permiso porque tenía que hacer un viajecito por uno de los pueblos del sur. La respuesta de Varko fue una tremenda patada que el pobre Lurok no podrá  sentarse por varios días. Lurok se preguntaba constantemente por qué sus enemigos y los jefes siempre le daban una pateadura en sus pompis. Wanda contestó: “Porque tienes un culazo”. Todas se rieron, hasta su madrina.  Anulia se encargaría de curar a su ahijado con hierbas de la selva que Tránsito le había traído en uno de sus viajes a Tarapoto.

Anulia perdonó a Asteris y rezaron a la serpiente que tentó al Padre Adán,  que les diera suerte y mucha vida en su enfrentamiento con la familia del Conde y sus amigos los Dinos. Esta secta satánica se vistió con capas negras, dibujaron un círculo grande e ingresaron dentro de él y despedían sin escrúpulos las palabras “Muerte y sangre” para sus irreconciliables enemigos de la Comunidad de San Patricio.
Después llegó Anacé , comieron hasta hartarse y bebieron vino y bailaron la conocida “Anaconda” hasta que se quedaron exhaustas. Lurok, que seguía comiendo, lloraba de emoción y en su corazón hecho de cobardía y oportunismo latía siempre el espíritu de venganza por sus frustradas correrías en el mundo de los Dinos. A veces pienso que la naturaleza se equivocó con ellas porque más parecían cerdos que serpientes. ¡Qué tal apetito, por Dios!


                                                                                          Eddy Gamarra T.

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