Capítulo
117
La secta satánica
Asteris
tuvo que esperar que transcurra un día para poder salir de la playa en la
noche, y dirigirse a la casa de Anulia para enterarse de todos los pormenores
del asesinato del jardinero, que no ocurrió. Cuando llegó a la casa de Anulia,
la acritud de la vieja cobra lanzaba palabras duras cargadas de odio hacia los
Dinos, sus enemigos de siempre. Esa acrimonia contagiaba a las otras serpientes
que despotricaban contra Yasmina, Antonella y Sandra, toda su ira desperdigada
por su piel viperina. Una de ellas, Dorotea, exigía paciencia y buen humor que
“ ya llegaría el día en que las lobas caerían a sus pies muertas y después, las
devorarían sin contemplaciones”.
Sin duda,
Dorotea que era pequeña como la garrapata y grande como la pitón, tenía su
verdadero veneno en las palabras y su espíritu teatral, lascivo y trágico que
más de una vez había convencido a los asesores de Mr. Kanter y que por otro lado
acosaba a los jóvenes trabajadores intermedios a través de palabras con doble
sentido y cargadas de obscenidad. Ella era optimista y sentía seguridad plena
que iban a vencer a la familia del conde Jorginho y a los Dinos. Anacé se
emocionaba hasta las lágrimas y le abría el apetito. Cuando la golpeada Asteris
escuchaba a su amiga que decía a voz en cuello que le provocaba una pizza, ella
aprobaba esta idea que aunque no tenía dinero, después le pagaría a quien le
prestara, porque ella siempre pagaba sus deudas. Anulia impelida por los años
de experiencia ofídica sabía que Asteris mentía con frecuencia y que nunca
pagaba sus deudas y le encaró a la mamba negra sus compromisos financieros y
espíritu deudor. Tránsito observó que podía romperse el equipo debido a la alta
peligrosidad de la mamba negra y se ofreció pagar ella la cuota de esta y pedir
disculpas a la vieja y desdentada cobra que “con sus sabias palabras había
logrado formar un equipo poderoso que hasta los temibles licans respetaban.”
Anacé se disponía
a salir a la Ciudad… para comprar la comida italiana y en esos instantes
llegaron a la casa de Anulia, Lurok,
Wanda y Carmen. Dieron su cuota a la anaconda para compartir la comida y
decidieron intercambiar opiniones sobre la desastrosa contienda donde ellos
tuvieron la peor parte. La cotorra vieja recomendó no visitar a Varkolak porque
su carácter y ánimo violento los descargaba contra las personas más allegadas,
empezando por su esposa, las intermedias, y todo aquel que se atreviera a
contradecirle. Lurok le dio la razón porque como Mr. Kanter se había ido de
viaje por La India, le había encargado la responsabilidad de los permisos a
Varkolak. No lo hizo con sus asesores porque los intermedios temían al
siniestro jefe de los licans y si se trataba de mujeres, peor porque creyéndose
señor feudal iba a exigirles a las pobres gaviotas y otras aves el famoso
“derecho a la pernada” medieval, producto del abuso típico en licántropos como
él. La mala suerte en Lurok fue pedirle permiso porque tenía que hacer un
viajecito por uno de los pueblos del sur. La respuesta de Varko fue una
tremenda patada que el pobre Lurok no podrá
sentarse por varios días. Lurok se preguntaba constantemente por qué sus
enemigos y los jefes siempre le daban una pateadura en sus pompis. Wanda
contestó: “Porque tienes un culazo”. Todas se rieron, hasta su madrina. Anulia se encargaría de curar a su ahijado con
hierbas de la selva que Tránsito le había traído en uno de sus viajes a
Tarapoto.
Anulia
perdonó a Asteris y rezaron a la serpiente que tentó al Padre Adán, que les diera suerte y mucha vida en su
enfrentamiento con la familia del Conde y sus amigos los Dinos. Esta secta
satánica se vistió con capas negras, dibujaron un círculo grande e ingresaron
dentro de él y despedían sin escrúpulos las palabras “Muerte y sangre” para sus
irreconciliables enemigos de la Comunidad de San Patricio.
Después
llegó Anacé , comieron hasta hartarse y bebieron vino y bailaron la conocida
“Anaconda” hasta que se quedaron exhaustas. Lurok, que seguía comiendo, lloraba
de emoción y en su corazón hecho de cobardía y oportunismo latía siempre el
espíritu de venganza por sus frustradas correrías en el mundo de los Dinos. A
veces pienso que la naturaleza se equivocó con ellas porque más parecían cerdos
que serpientes. ¡Qué tal apetito, por Dios!
Eddy Gamarra T.
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