Capítulo 129
Brujitas…brujitas
El orador Tanger cantaba en voz
alta:
“Brujitas…brujitas
Morenas,
bonitas.”
Maluxa, Janice y Andreínha miraban
a los duendecillos con ojos llorosos y recordaban en forma nostálgica su
terrible infancia en Mato Grosso. La mayor de las brujitas contaba todas las
peripecias que pasaron en la selva brasileña y que se sentían protegidas por
los Dinos, pero ellas necesitaban cariño de sus tíos y todos los Dinos. Parece
que, a veces se olvidaban de ellas que por su naturaleza, tenían que estar
cuidando el castillo y las residencias, y en muchas ocasiones espiaban terrenos
peligrosos como los barrios de los licans y las serpientes. Si bien es cierto
que no recordaban el origen de sus padres, pero su corazón les decía que las
habían querido demasiado y que probablemente fueron destruidos por los
hechiceros que pululaban por esos arrabales de caucho y oro donde los hombres
se mataban por ambiciones desmedidas y que la sangre y el sexo estaban a la
orden del día. No tuvieron niñez y ellas que nunca fueron niñas se decidieron a
ser mujeres. Aprendieron lo bueno y lo malo del mundo. Supieron mejorar sus
poderes y utilizarlos en el momento oportuno y adecuado. Recibieron un
aprendizaje maravilloso de la bella Irascema y una vieja curandera, que les enseñó pócimas y preparación de
ungüentos para diferentes fines. De ahí su cercanía al Conde Jorginho para
compartir sus conocimientos de curandería y hechizos con los amplios
conocimientos de curación ofídica y antídotos que poseía el Conde.
Estas palabras emocionaron a los
tres duendecillos que aunque eran muy traviesos, tenían un corazón de oro. El
solo hecho de ver llorar a Collins, que era el más sentimental, contagiaba a
Tanger y a Micki y los tres al unísono lloraban y se lamentaban de hacer muchas
veces a un lado a las tres brujitas que también cuidaban de ellos. Yasmina que
había sido testigo de estas cuitas, se acercó a Maluxa, Janice y Andreínha y
las abrazó a las tres y lloró con ellas también. Recordó cuando niña, los días
difíciles en la nación Saharawi, donde
su madre fue asesinada por los enemigos de su pueblo.
Yasmina pidió perdón a las tres
brujitas. Sabía que tenían razón y que esto no volvería a ocurrir nunca más
porque ella lo había vivido en carne propia. Decidió invitarles a la tienda de
Ludwig para comprar los dulces de la hermana Visitación que eran una delicia y
causaron revolución en el mundo gastronómico de San Patricio. Primera vez que
vi a las brujitas saltar de alegría como si fueran unas niñas y jugaban a la
ronda con los duendecillos porque el espíritu equilibrado de Yasmina había
sembrado en ese momento una fuerza de amistad y familiaridad que solo se podía
disfrutar en lugares como la casa de los Dinos.
Llevaron a Hasán y también fueron
acompañadas por las haditas Harally y Ghara. Los licans no estaban en
condiciones de atacar el castillo porque todavía se recuperaban en las clínicas
y tenían que asistir después del trabajo para curar sus heridas. Lurok que no
podía sentarse visitaba a su madrina que estaba muy preocupada porque no se
producía su cambio de piel y se temía lo peor.
Cuando llegaron a la tienda de
Ludwig, este estuvo a punto de mandarse un discurso, pero su esposa le dijo que
se calmara y atendiera a los invitados. Los duendecillos disfrutaron de sus
higos rellenos y las brujitas probaron pastel de choclo y chicha morada. Hasán
jugó con el hijo de Marietta y Ludwig, mientras este nos informaba que Tránsito
y Dorotea vinieron a comprar camotillos rellenos y merengues para Anulia. Ellas
llevaron mazamorra morada y arroz zambito para las demás. Quién pudiera pensar
que la artífice de estos dulces que mejoró el negocio del teutón sería una
religiosa de las canteras de Mr. Kanter donde la única semejanza entre este
nuncio y la monjita era la religión. Ambos eran diferentes. Esta fama de
Visitación despertó la envidia de su jefe que decidió que la religiosa no
preparara más su mundo de repostería y que se dedicara de lleno a la iglesia
para lo que fue destinada. En caso de desobediencia, regresaría a España a un
convento en el pueblo de Soria donde alguna vez trabajara ese gran poeta
llamado Antonio Machado. La pobre hermana que había pasado los exámenes para
presentarse en Mistura, tuvo que dejar todos sus proyectos y aceptar el voto de
obediencia.
La hermana Visitación se enfermó,
descuidó la catequesis y tuvo la ayuda de las chicas de la aldea. Fue visitada
por el Dr. Soiral a petición del Auditor Mayor y los Dinos. Las constantes
presiones de Varkolak y su gente solo empeoraron la situación y la hermanita
estaba cada vez peor. La depresión aumentó y recibió la visita de las brujitas
y el abuelo. Él la invitó a que conociera la Colina Azul que estaba seguro que
la ayudaría bastante. Y así fue. Un sábado muy temprano se presentaron en la
iglesia el abuelo y las tres brujitas en una calesa manejada por Juan de Aviraneta
y tomaron el camino hacia la Colina Azul. Este camino no era transitado por los
otros porque para ellos no conducía a ningún lugar. Ni siquiera Mr. Kanter
podía ingresar a la Colina Azul. De repente no reunía las condiciones para su
ingreso. Después de las palabras mágicas pronunciadas por el abuelo, se abrió
el muro, ingresaron al paraíso de los maestros y la Hermana Visitación fue
recibida con cánticos y flores por los habitantes de la Colina. Sin duda, era
un lugar mágico para todas aquellas personas que tuvieron siempre la filosofía
del amor. Este lugar era una medida especial para esta monjita que rebosaba
cariño, sonrisa y mucha repostería que encandiló a tirios y a troyanos en la
Comunidad de San Patricio. Las brujitas: Janice, Maluxa y Andreínha tomaron su
espíritu juguetón y jugaban con sus hermanitos espirituales los traviesos e
inconfundibles duendecillos de esta Comunidad donde hacían de las suyas con su
gente y con los enemigos de Yasmina y los Dinos.
Horas después, regresaban con
productos como la papa amarilla, camote, zanahoria y frutas como el tumbo,
sandía y mamey. La hermana venía cambiada porque no solo era el aire que
respiraban sino el trato de sus habitantes, la laguna de los tulipanes negros,
sus aguas milagrosas y las palabras del abuelo que dejaron sorprendida a la
religiosa. Ella veía que no era un simple jardinero. Encontraba en la sencillez
de este hombre la sabiduría, el cariño y respeto de los que lo conocían de
cerca. Hacía recordar a los filósofos de antaño que no buscaban el éxito ni el
poder y comodidades. Ellos buscaban la verdad como el Gran Unicornio Blanco.
Eddy
Gamarra T.
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