miércoles, 19 de agosto de 2015


Capítulo 129
Brujitas…brujitas

El orador Tanger cantaba en voz alta:

                                                “Brujitas…brujitas
                                                  Morenas, bonitas.”

Maluxa, Janice y Andreínha miraban a los duendecillos con ojos llorosos y recordaban en forma nostálgica su terrible infancia en Mato Grosso. La mayor de las brujitas contaba todas las peripecias que pasaron en la selva brasileña y que se sentían protegidas por los Dinos, pero ellas necesitaban cariño de sus tíos y todos los Dinos. Parece que, a veces se olvidaban de ellas que por su naturaleza, tenían que estar cuidando el castillo y las residencias, y en muchas ocasiones espiaban terrenos peligrosos como los barrios de los licans y las serpientes. Si bien es cierto que no recordaban el origen de sus padres, pero su corazón les decía que las habían querido demasiado y que probablemente fueron destruidos por los hechiceros que pululaban por esos arrabales de caucho y oro donde los hombres se mataban por ambiciones desmedidas y que la sangre y el sexo estaban a la orden del día. No tuvieron niñez y ellas que nunca fueron niñas se decidieron a ser mujeres. Aprendieron lo bueno y lo malo del mundo. Supieron mejorar sus poderes y utilizarlos en el momento oportuno y adecuado. Recibieron un aprendizaje maravilloso de la bella Irascema y una vieja curandera,  que les enseñó pócimas y preparación de ungüentos para diferentes fines. De ahí su cercanía al Conde Jorginho para compartir sus conocimientos de curandería y hechizos con los amplios conocimientos de curación ofídica y antídotos que poseía el Conde.

Estas palabras emocionaron a los tres duendecillos que aunque eran muy traviesos, tenían un corazón de oro. El solo hecho de ver llorar a Collins, que era el más sentimental, contagiaba a Tanger y a Micki y los tres al unísono lloraban y se lamentaban de hacer muchas veces a un lado a las tres brujitas que también cuidaban de ellos. Yasmina que había sido testigo de estas cuitas, se acercó a Maluxa, Janice y Andreínha y las abrazó a las tres y lloró con ellas también. Recordó cuando niña, los días difíciles en la nación Saharawi,  donde su madre fue asesinada por los enemigos de su pueblo.

Yasmina pidió perdón a las tres brujitas. Sabía que tenían razón y que esto no volvería a ocurrir nunca más porque ella lo había vivido en carne propia. Decidió invitarles a la tienda de Ludwig para comprar los dulces de la hermana Visitación que eran una delicia y causaron revolución en el mundo gastronómico de San Patricio. Primera vez que vi a las brujitas saltar de alegría como si fueran unas niñas y jugaban a la ronda con los duendecillos porque el espíritu equilibrado de Yasmina había sembrado en ese momento una fuerza de amistad y familiaridad que solo se podía disfrutar en lugares como la casa de los Dinos.

Llevaron a Hasán y también fueron acompañadas por las haditas Harally y Ghara. Los licans no estaban en condiciones de atacar el castillo porque todavía se recuperaban en las clínicas y tenían que asistir después del trabajo para curar sus heridas. Lurok que no podía sentarse visitaba a su madrina que estaba muy preocupada porque no se producía su cambio de piel y se temía lo peor.

Cuando llegaron a la tienda de Ludwig, este estuvo a punto de mandarse un discurso, pero su esposa le dijo que se calmara y atendiera a los invitados. Los duendecillos disfrutaron de sus higos rellenos y las brujitas probaron pastel de choclo y chicha morada. Hasán jugó con el hijo de Marietta y Ludwig, mientras este nos informaba que Tránsito y Dorotea vinieron a comprar camotillos rellenos y merengues para Anulia. Ellas llevaron mazamorra morada y arroz  zambito para las demás. Quién pudiera pensar que la artífice de estos dulces que mejoró el negocio del teutón sería una religiosa de las canteras de Mr. Kanter donde la única semejanza entre este nuncio y la monjita era la religión. Ambos eran diferentes. Esta fama de Visitación despertó la envidia de su jefe que decidió que la religiosa no preparara más su mundo de repostería y que se dedicara de lleno a la iglesia para lo que fue destinada. En caso de desobediencia, regresaría a España a un convento en el pueblo de Soria donde alguna vez trabajara ese gran poeta llamado Antonio Machado. La pobre hermana que había pasado los exámenes para presentarse en Mistura, tuvo que dejar todos sus proyectos y aceptar el voto de obediencia.

La hermana Visitación se enfermó, descuidó la catequesis y tuvo la ayuda de las chicas de la aldea. Fue visitada por el Dr. Soiral a petición del Auditor Mayor y los Dinos. Las constantes presiones de Varkolak y su gente solo empeoraron la situación y la hermanita estaba cada vez peor. La depresión aumentó y recibió la visita de las brujitas y el abuelo. Él la invitó a que conociera la Colina Azul que estaba seguro que la ayudaría bastante. Y así fue. Un sábado muy temprano se presentaron en la iglesia el abuelo y las tres brujitas en una calesa manejada por Juan de Aviraneta y tomaron el camino hacia la Colina Azul. Este camino no era transitado por los otros porque para ellos no conducía a ningún lugar. Ni siquiera Mr. Kanter podía ingresar a la Colina Azul. De repente no reunía las condiciones para su ingreso. Después de las palabras mágicas pronunciadas por el abuelo, se abrió el muro, ingresaron al paraíso de los maestros y la Hermana Visitación fue recibida con cánticos y flores por los habitantes de la Colina. Sin duda, era un lugar mágico para todas aquellas personas que tuvieron siempre la filosofía del amor. Este lugar era una medida especial para esta monjita que rebosaba cariño, sonrisa y mucha repostería que encandiló a tirios y a troyanos en la Comunidad de San Patricio. Las brujitas: Janice, Maluxa y Andreínha tomaron su espíritu juguetón y jugaban con sus hermanitos espirituales los traviesos e inconfundibles duendecillos de esta Comunidad donde hacían de las suyas con su gente y con los enemigos de Yasmina y los Dinos.

Horas después, regresaban con productos como la papa amarilla, camote, zanahoria y frutas como el tumbo, sandía y mamey. La hermana venía cambiada porque no solo era el aire que respiraban sino el trato de sus habitantes, la laguna de los tulipanes negros, sus aguas milagrosas y las palabras del abuelo que dejaron sorprendida a la religiosa. Ella veía que no era un simple jardinero. Encontraba en la sencillez de este hombre la sabiduría, el cariño y respeto de los que lo conocían de cerca. Hacía recordar a los filósofos de antaño que no buscaban el éxito ni el poder y comodidades. Ellos buscaban la verdad como el Gran Unicornio Blanco.


                                                                                                            Eddy Gamarra T.

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