sábado, 8 de agosto de 2015

Capítulo 118

Nostalgia y placer

Sentadas al pie de los álamos, en bancos enmohecidos por la llovizna de San Patricio, Anulia y las otras serpientes cuchicheaban sobre la desaparición de su amigo Varul. Eran conscientes que pese al veneno y la lengua viperina, no tenían el poder de los lobos y sus amigos. La acrimonia de la vieja cobra contra sus enemigos perdía peso ante aquella tarde fría y de mucho viento que sacudía sus pieles serpentinas como un arrebato de la naturaleza por tener que soportar estas esperpénticas figuras de odio y obscenidad. Una rara mezcla impelida por su constitución ofídica y que no conducía a su objetivo principal. Cuando los proyectos de la malhadada pitón no se cumplían, las serpientes buscaban descargar sus miasmas sobre los indefensos intermedios que se dejaban convencer por sus lúbricos  movimientos y terminar desnudos bajo el duro cierzo de la desgracia. La muerte rondaba en el mundo libidinoso que les ofrecían Tránsito y Asteris. Anacé y Dorotea no se quedaban atrás y se unían al equipo satánico para brindarles a los ingenuos intermedios placer y muerte.

Anulia vivía del recuerdo porque nadie se fijaba en ella que  estaba vieja y desdentada. Recordaba sus buenos momentos cuando era más joven y pretendida por sus jefes. Aprovechaba su condición de amante para hacer de las suyas con las gaviotas que recién trabajaban en el CENTRO. Sus celos eran más por el amante que por el marido, un viejo marmota, que solo pensaba en comer y en dormir. La opacidad manifiesta de la cobra le permitía solazarse con las maldades de “sus hijas” y cada vez que le contaban sus aventuras, quería dulcificar sus buenos momentos compuestos de esa miel agria de las mujeres malas.
Anulia había padecido tanto con la defensa poderosa de los Dinos y pensaba con el aire lúgubre de una mujer recorrida y vieja que solo le esperaba el cajón.

Comprendió que las marchas y contramarchas del mundo de las serpientes estaba diseñada por aquellos obsoletos y tardíos proyectos que había traído Dorotea y que eran una copia fiel de Internet y correspondían a objetivos trasnochados de las serpientes zooters del Mato Grosso. Anulia lo había conversado con Varkolak y este le había aconsejado no sembrar la división entre las serpientes porque solo indicaría debilidad. El poder estaba en el equipo de seguridad del CENTRO y mientras el cándido Mr. Kanter no se dé cuenta, ellos seguirían fuertes. Tarde o temprano caerán los Dinos y San Patricio será de ellos. Estas palabras optimistas emocionaban a la cobra hasta el orgasmo y gemía con lascivia como si hubiera tenido una relación física con algún chiquillo, la especialidad de Dorotea.
Seguía lloviznando y la vieja planta eléctrica prendía sus luces para alumbrar las calles y casas de la Comunidad. La luz tenía una duración desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana. Los habitantes no podían ingresar artefactos eléctricos, salvo algunos. Los Dinos sí tenían equipos que ellos habían ingresado por el mar. Era un secreto que desconocían los licans e intermedios. Tampoco tenían artefactos eléctricos Mr. Kanter y sus asesores. Al sur del continente existía otra entrada mágica a San Patricio y estaba en el mapa como una isla que pertenecía a otro país. Lo conocía el jardinero, Jorginho y algunos de los Dinos. Era un secreto que ninguno de ellos se atrevió a divulgar. Es por eso que el abuelo Daniel tenía un magnífico equipo y discos compactos de música clásica que solía escuchar después de sus labores cotidianas.
Los intermedios cuando querían escuchar música y bailar frecuentaban las discotecas de la Ciudad…Alguna vez pretendieron como otros zooters ingresar discos y equipos,  pero se encontraron con una pared que no les permitió la entrada a ellos. Esta situación les provocó pánico que estuvieron a punto de llegar a la desesperación, hasta que comprendieron que era imposible llevar esos artefactos y sus discos.
Algunos tenían sus oficinas o estudios en la Ciudad donde podían disfrutar de artefactos eléctricos. Las refrigeradoras antiguas que había en San Patricio fue producto de la curiosidad de varios de sus habitantes que lograron armar un conato de refrigeradora pero que funcionaba a las mil maravillas. En muchas oportunidades Mr. Kanter intentó buscar respuestas a los artefactos eléctricos que tenían los Dinos pero nunca las encontró. Siempre será un secreto que algunos de los Dinos lo llevarán hasta la tumba.


                                                                                               Eddy Gamarra T.

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