Capítulo
118
Nostalgia y placer
Sentadas al
pie de los álamos, en bancos enmohecidos por la llovizna de San Patricio,
Anulia y las otras serpientes cuchicheaban sobre la desaparición de su amigo
Varul. Eran conscientes que pese al veneno y la lengua viperina, no tenían el
poder de los lobos y sus amigos. La acrimonia de la vieja cobra contra sus
enemigos perdía peso ante aquella tarde fría y de mucho viento que sacudía sus
pieles serpentinas como un arrebato de la naturaleza por tener que soportar
estas esperpénticas figuras de odio y obscenidad. Una rara mezcla impelida por
su constitución ofídica y que no conducía a su objetivo principal. Cuando los
proyectos de la malhadada pitón no se cumplían, las serpientes buscaban
descargar sus miasmas sobre los indefensos intermedios que se dejaban convencer
por sus lúbricos movimientos y terminar
desnudos bajo el duro cierzo de la desgracia. La muerte rondaba en el mundo
libidinoso que les ofrecían Tránsito y Asteris. Anacé y Dorotea no se quedaban
atrás y se unían al equipo satánico para brindarles a los ingenuos intermedios
placer y muerte.
Anulia
vivía del recuerdo porque nadie se fijaba en ella que estaba vieja y desdentada. Recordaba sus
buenos momentos cuando era más joven y pretendida por sus jefes. Aprovechaba su
condición de amante para hacer de las suyas con las gaviotas que recién
trabajaban en el CENTRO. Sus celos eran más por el amante que por el marido, un
viejo marmota, que solo pensaba en comer y en dormir. La opacidad manifiesta de
la cobra le permitía solazarse con las maldades de “sus hijas” y cada vez que
le contaban sus aventuras, quería dulcificar sus buenos momentos compuestos de
esa miel agria de las mujeres malas.
Anulia
había padecido tanto con la defensa poderosa de los Dinos y pensaba con el aire
lúgubre de una mujer recorrida y vieja que solo le esperaba el cajón.
Comprendió
que las marchas y contramarchas del mundo de las serpientes estaba diseñada por
aquellos obsoletos y tardíos proyectos que había traído Dorotea y que eran una
copia fiel de Internet y correspondían a objetivos trasnochados de las
serpientes zooters del Mato Grosso. Anulia lo había conversado con Varkolak y
este le había aconsejado no sembrar la división entre las serpientes porque
solo indicaría debilidad. El poder estaba en el equipo de seguridad del CENTRO
y mientras el cándido Mr. Kanter no se dé cuenta, ellos seguirían fuertes.
Tarde o temprano caerán los Dinos y San Patricio será de ellos. Estas palabras
optimistas emocionaban a la cobra hasta el orgasmo y gemía con lascivia como si
hubiera tenido una relación física con algún chiquillo, la especialidad de
Dorotea.
Seguía
lloviznando y la vieja planta eléctrica prendía sus luces para alumbrar las
calles y casas de la Comunidad. La luz tenía una duración desde las seis de la
tarde hasta las seis de la mañana. Los habitantes no podían ingresar artefactos
eléctricos, salvo algunos. Los Dinos sí tenían equipos que ellos habían
ingresado por el mar. Era un secreto que desconocían los licans e intermedios.
Tampoco tenían artefactos eléctricos Mr. Kanter y sus asesores. Al sur del
continente existía otra entrada mágica a San Patricio y estaba en el mapa como
una isla que pertenecía a otro país. Lo conocía el jardinero, Jorginho y
algunos de los Dinos. Era un secreto que ninguno de ellos se atrevió a divulgar.
Es por eso que el abuelo Daniel tenía un magnífico equipo y discos compactos de
música clásica que solía escuchar después de sus labores cotidianas.
Los
intermedios cuando querían escuchar música y bailar frecuentaban las discotecas
de la Ciudad…Alguna vez pretendieron como otros zooters ingresar discos y
equipos, pero se encontraron con una
pared que no les permitió la entrada a ellos. Esta situación les provocó pánico
que estuvieron a punto de llegar a la desesperación, hasta que comprendieron
que era imposible llevar esos artefactos y sus discos.
Algunos
tenían sus oficinas o estudios en la Ciudad donde podían disfrutar de
artefactos eléctricos. Las refrigeradoras antiguas que había en San Patricio
fue producto de la curiosidad de varios de sus habitantes que lograron armar un
conato de refrigeradora pero que funcionaba a las mil maravillas. En muchas
oportunidades Mr. Kanter intentó buscar respuestas a los artefactos eléctricos
que tenían los Dinos pero nunca las encontró. Siempre será un secreto que
algunos de los Dinos lo llevarán hasta la tumba.
Eddy Gamarra T.
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