miércoles, 19 de agosto de 2015


Capítulo 128
Las normas de Carmito

Carmito y Jonathan Squirrel trabajaron con premura para lograr que los documentos planteados por Varkolak se hicieran operativos. Aunque solo fue en parte porque el Conde Jorginho y los Dinos declararon su interés por mantener al jardinero de San Patricio en actividad. El pago iba a ser por parte de los Dinos sin comprometer a Mr. Kanter con los gastos por el embellecimiento de la zona que correspondían al barrio de los lobos y amigos, la playa, el ingreso a la Comunidad, porque la Colina Azul no necesitaba de ningún jardinero. El abuelo se encargó de crear esa maravilla que solo la tenían los grandes maestros zooters que por recibir una miseria de sus empleadores, vivían en un mundo edénico cuya entrada solo estaba permitida a pocas personas. Los licans jamás lograrían entrar a este paradisíaco lugar porque no tenían condiciones, tampoco las serpientes. Ni siquiera Mr. Kanter y sus asesores. No era cuestión de cargos o de dinero; era la conciencia, las virtudes y el amor a los niños que permitió que ellos y ellas, luego de un exhaustivo examen realizado por el sabio de la Comunidad y el Conde Jorginho, les permitieran su ingreso. Después de la aprobación, las puertas estaban abiertas para ellos y ellas.

Anulia y sus chicas pitorreaban sobre la decisión de los Dinos de mantener al jardinero. Ellas no veían el trabajo del jardinero, no conocían la historia de la Comunidad de San Patricio, solo veían que el jardinero era muy cercano a Yasmina y a los Dinos; por lo tanto, no era bien recibido en los barrios de las serpentinas, equipo de seguridad, las residencias de Mr. Kanter y sus asesores y todo el barrio mayoritario de los intermedios, quienes no se atrevían a votar a favor del jardinero, solo obedecían las órdenes y amenazas y para no meterse en problemas y cuidar su vida, decían como el frailecito de las Tradiciones de Don Ricardo Palma: “Chicheñó…chicheñó. ”

Me daba pena la actitud obsecuente de los intermedios. Tenía amigos y amigas en aquella institución que aceptaban el credo esclavista de “Unos han nacido para mandar y otros, para obedecer.” No podían reír en horas de trabajo porque serían multados por el crudelísimo y estrambótico  Manual de Obediencia Rutinaria de Carmito de la Buena Cruz que para congraciarse con Mr. Kanter, había elaborado los principios de conducta para el progreso del Gran Centro de Trámite Documentario-según sus propias palabras. Además del régimen estricto de entradas y salidas del  baño, se prohibía conversar más de cinco minutos en las horas de descanso y almuerzo del personal. Antes y después de las comidas era menester el rezo que purificaba los alimentos. ¡Ah! Y mucho cuidado con la gula porque Dios castigaba este pecado. Si se aplicaba las normas de Dante Alighieri, los dos primeros que serían enviados al tercer círculo del Infierno serían Mr. Kanter y Carmito Enfisemo. Los pobres intermedios por temor a ser castigados por las normas del implacable Carmito de la Buena Cruz, traían menos de lo que se permitía y así evitar la furia y los castigos escritos por el gazmoño  Carmito y ejecutados por la gente de Varkolak. Uno de los pícaros de los intermedios decía que  “en el CENTRO no tenías libertad ni para tirarte un pedo.”

Sin embargo, estas normas parecían que solo eran para los intermedios, porque el tal Carmito, que almorzaba solo, degustaba todos los días de lunes a viernes una pantagruélica comida que empezaba con unos rezos y terminaba con una plegaria. Entre rezo y rezo, se colocaba en el cuello una enorme servilleta que parecía una sábana e iniciaba con mucha humildad su entrada, sopa, pan, chicha morada o jugo de maracuyá, un colosal segundo con mucho arroz y papas fritas, con carne de res, pescado, pavita, pato, sajino. Después, para cerrar esta sobria comida del Señor de Pantagruel, un espectacular postre, empanadas de carne o queso, café y helados y unos caramelitos de limón para quitar el mal olor. Al final, miraban sus ojos al cielo y se lanzaba con sus plegarias  de intenso cacareo que muchas veces terminaban en llanto. El mayor sacrificio de Carmito era que no podía comer pollo porque, parafraseando al planeta de los simios: “El pollo no come al pollo.” De ahí se dirigía a su oficina para tratar de asuntos internos y se metía al baño para hacer lo que tenía que hacer. Los trabajadores que limpiaban su oficina sabían que los asuntos internos de Carmito estaban íntimamente relacionados con la evacuación del vientre que producía un ambiente mefítico que el beato aplacaba con los tres ventiladores de su oficina, abría su termo y se servía una taza de anís además de dos pastillas de gaseovet para calmar las protestas monocórdicas del estómago, del amigo de Gargantúa.

Como podemos leer, las normas del estrambótico Manual de Obediencia Rutinaria, escritas por el pertinaz Carmito eran violadas constantemente por su creador. El pobre creía que su autocastigo con cilicios y látigos iba a purificar su alma atormentada por el poder y el dinero, pero tenía muy claro el principio de la sociedad esclavista y él  estaba en el grupo de los que habían nacido para mandar.

Cuando reunía al equipo de seguridad para darles algunas pautas que justificaría su trabajo,  se enredaba con los licans en una espérpentica jalea de tiquismiquis y tomadas de pelo que ellos aprovechaban para hacer referencia a los valiosos asuntos internos que manejaba Carmito después de almuerzo. Este que presentía las tomadas de pelo de los licans, se retiraba pacíficamente y después de una sonrisa de ángel caído, caminaba por los patios del CENTRADOM destilando su cólera y deseándoles lo peor a los licántropos que con sus mordaces preguntas y exabruptos dejaban mal parado al hombre de los papeles…papeles.


                                                                                                           Eddy Gamarra T.

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