Capítulo 128
Las normas de Carmito
Carmito y Jonathan Squirrel
trabajaron con premura para lograr que los documentos planteados por Varkolak
se hicieran operativos. Aunque solo fue en parte porque el Conde Jorginho y los
Dinos declararon su interés por mantener al jardinero de San Patricio en
actividad. El pago iba a ser por parte de los Dinos sin comprometer a Mr. Kanter
con los gastos por el embellecimiento de la zona que correspondían al barrio de
los lobos y amigos, la playa, el ingreso a la Comunidad, porque la Colina Azul
no necesitaba de ningún jardinero. El abuelo se encargó de crear esa maravilla
que solo la tenían los grandes maestros zooters que por recibir una miseria de
sus empleadores, vivían en un mundo edénico cuya entrada solo estaba permitida
a pocas personas. Los licans jamás lograrían entrar a este paradisíaco lugar
porque no tenían condiciones, tampoco las serpientes. Ni siquiera Mr. Kanter y
sus asesores. No era cuestión de cargos o de dinero; era la conciencia, las
virtudes y el amor a los niños que permitió que ellos y ellas, luego de un
exhaustivo examen realizado por el sabio de la Comunidad y el Conde Jorginho,
les permitieran su ingreso. Después de la aprobación, las puertas estaban
abiertas para ellos y ellas.
Anulia y sus chicas pitorreaban
sobre la decisión de los Dinos de mantener al jardinero. Ellas no veían el
trabajo del jardinero, no conocían la historia de la Comunidad de San Patricio,
solo veían que el jardinero era muy cercano a Yasmina y a los Dinos; por lo
tanto, no era bien recibido en los barrios de las serpentinas, equipo de
seguridad, las residencias de Mr. Kanter y sus asesores y todo el barrio
mayoritario de los intermedios, quienes no se atrevían a votar a favor del
jardinero, solo obedecían las órdenes y amenazas y para no meterse en problemas
y cuidar su vida, decían como el frailecito de las Tradiciones de Don Ricardo
Palma: “Chicheñó…chicheñó. ”
Me daba pena la actitud obsecuente
de los intermedios. Tenía amigos y amigas en aquella institución que aceptaban
el credo esclavista de “Unos han nacido para mandar y otros, para obedecer.” No
podían reír en horas de trabajo porque serían multados por el crudelísimo y
estrambótico Manual de Obediencia
Rutinaria de Carmito de la Buena Cruz que para congraciarse con Mr. Kanter,
había elaborado los principios de conducta para el progreso del Gran Centro de
Trámite Documentario-según sus propias palabras. Además del régimen estricto de
entradas y salidas del baño, se prohibía
conversar más de cinco minutos en las horas de descanso y almuerzo del
personal. Antes y después de las comidas era menester el rezo que purificaba
los alimentos. ¡Ah! Y mucho cuidado con la gula porque Dios castigaba este
pecado. Si se aplicaba las normas de Dante Alighieri, los dos primeros que
serían enviados al tercer círculo del Infierno serían Mr. Kanter y Carmito
Enfisemo. Los pobres intermedios por temor a ser castigados por las normas del
implacable Carmito de la Buena Cruz, traían menos de lo que se permitía y así
evitar la furia y los castigos escritos por el gazmoño Carmito y ejecutados por la gente de
Varkolak. Uno de los pícaros de los intermedios decía que “en el CENTRO no tenías libertad ni para
tirarte un pedo.”
Sin embargo, estas normas parecían
que solo eran para los intermedios, porque el tal Carmito, que almorzaba solo,
degustaba todos los días de lunes a viernes una pantagruélica comida que
empezaba con unos rezos y terminaba con una plegaria. Entre rezo y rezo, se
colocaba en el cuello una enorme servilleta que parecía una sábana e iniciaba
con mucha humildad su entrada, sopa, pan, chicha morada o jugo de maracuyá, un
colosal segundo con mucho arroz y papas fritas, con carne de res, pescado,
pavita, pato, sajino. Después, para cerrar esta sobria comida del Señor de
Pantagruel, un espectacular postre, empanadas de carne o queso, café y helados
y unos caramelitos de limón para quitar el mal olor. Al final, miraban sus ojos
al cielo y se lanzaba con sus plegarias de intenso cacareo que muchas veces terminaban
en llanto. El mayor sacrificio de Carmito era que no podía comer pollo porque,
parafraseando al planeta de los simios: “El pollo no come al pollo.” De ahí se
dirigía a su oficina para tratar de asuntos internos y se metía al baño para
hacer lo que tenía que hacer. Los trabajadores que limpiaban su oficina sabían
que los asuntos internos de Carmito estaban íntimamente relacionados con la
evacuación del vientre que producía un ambiente mefítico que el beato aplacaba
con los tres ventiladores de su oficina, abría su termo y se servía una taza de
anís además de dos pastillas de gaseovet para calmar las protestas monocórdicas
del estómago, del amigo de Gargantúa.
Como podemos leer, las normas del
estrambótico Manual de Obediencia Rutinaria, escritas por el pertinaz Carmito
eran violadas constantemente por su creador. El pobre creía que su autocastigo
con cilicios y látigos iba a purificar su alma atormentada por el poder y el
dinero, pero tenía muy claro el principio de la sociedad esclavista y él estaba en el grupo de los que habían nacido
para mandar.
Cuando reunía al equipo de
seguridad para darles algunas pautas que justificaría su trabajo, se enredaba con los licans en una espérpentica
jalea de tiquismiquis y tomadas de pelo que ellos aprovechaban para hacer
referencia a los valiosos asuntos internos que manejaba Carmito después de
almuerzo. Este que presentía las tomadas de pelo de los licans, se retiraba
pacíficamente y después de una sonrisa de ángel caído, caminaba por los patios
del CENTRADOM destilando su cólera y deseándoles lo peor a los licántropos que
con sus mordaces preguntas y exabruptos dejaban mal parado al hombre de los
papeles…papeles.
Eddy Gamarra T.
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